Lo primero que cabe mencionar cuando uno se enfrenta a una obra como la de Alexandre Bustillo y Julien Maury es que, ante todo, será un ejercicio de claustrofobia, de falta de aire, que tratará de penetrar en los miedos más orgánicos y primarios del ser humano —ahogarse, por ejemplo— para hacerse un hueco como película de terror de pura víscera, solo un alegato a favor del cine sin pretensiones y abiertamente atemorizante, del tipo que no necesita ni grandes artificios ni se lanza a elaborar complejos simbolismos que enlacen sus imágenes con juegos mentales. Para entendernos, y para profundizar un poco más en la obra del tándem de cineastas que debutaba con la estimable Al interior allá por el año 2007, cabe establecer una pequeña comparativa con el cine del también francés Alexandre Aja: su direccionalidad en las premisas, sus juegos visuales y lo inmediato de su narrativa se percibe tanto en la filmografía de unos como en la de otro como una recurrencia, habiendo quizá, y en el caso que nos ocupa, un ancla que une sus caminos a un nivel estructural en Oxígeno (Alexandre Aja, 2021). Aunque sus giros difieren por completo, y la cinta que nos ocupa presenta un terror sobrenatural mucho más orgánico y fulminante, se lee entre líneas la densidad con la que ambas películas encuentran la aguja de marear de la ansiedad humana: la lucha contrarreloj contra la propia vida, contra el final inevitable a través de nuestro sustento más elemental.
Terrorífica y directa a partes iguales, un espectáculo de sombras que divierte, aterra y se atreve, finalmente, a ser fría como el acero.
La casa de las profundidades presenta a una pareja aficionada a la exploración de ruinas que, buscando el éxito en YouTube, se lanza un día a la aventura y, en Francia, localizan una mansión sumergida que, para su desgracia, descubrirán demasiado tarde que guarda un secreto o dos que les harán la vida imposible. Alexandre Bustillo y Julien Maury manejan la tensión y el suspense con tino, y aunque la pieza tarda en coger el empuje que se puede esperar de una película de estas características, a la que uno viene a pasar miedo y agarrarse con fuerza a la butaca, ofrece una recompensa a partir de su segundo acto muy satisfactoria en términos de desasosiego y sensación de cerrazón y angustia. A pesar de optar por el recurso, muy poco agradecido y casi siempre desafortunado, de mezclar el metraje encontrado con técnica cinematográfica estándar, llegado el momento la elección del estilo narrativo y su puesta en escena —oscura por necesidad, ya que sacamos el tema, ya que contar una historia en las profundidades de un lago ha de ser, como mínimo, sombrío— pasa a un segundo plano al entrar de lleno en su premisa y hacer olvidar al espectador de todo cuanto le rodea y, por descontado, activarle la suspensión de la incredulidad casi al instante: la situación de supervivencia pura está narrada con excelente pulso y muy buen gusto, y aunque sus personajes no tomen las decisiones más acertadas dadas las circunstancias, suba algunos decibelios de más para sobresaltar al respetable y evoque un terror muy primario, también es cierto que sabe mantener la tensión al margen de sus trucos y sustos y recordar que no hay nada como una premisa sencilla llevada a la extenuación para colmar la categoría. Alexandre Bustillo y Julien Maury ofrecen con La casa de las profundidades una de sus películas más sólidas hasta la fecha, terrorífica y directa a partes iguales, un espectáculo de sombras que divierte, aterra y se atreve, finalmente, a ser fría como el acero.