Revista Cintilatio
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Jumbo (2020) | Crítica

Amor de metal
Jumbo, de Zoé Wittock
La cineasta Zoé Wittock explora las relaciones no normativas desde un prisma metafórico. Una enorme Noémie Merlant eleva una función que no se siente del todo completa por caer a veces en lo estereotípico y lo naíf.
Por David G. Miño x | 18 octubre, 2020 | Tiempo de lectura: 4 minutos

Pocas cosas hay en el mundo como el amor. Y el cine, como extensión de la vida y todo lo que implica, es el caldo de cultivo ideal para explorar la pasión desde el recato, o la lujuria, o el recogimiento, o el surrealismo, o llamémosle X. En el caso de Jumbo (2020), de la debutante Zoé Wittock —cuyo planteamiento tiene más que ver con lo alucinado—, sus virtudes están ahí, a la vista de todos, pero se siente como una mezcla de buenas ideas ya conocidas que mezcladas han edificado un filme irregular. La fiesta, por supuesto, como todo lo que toca, se le debe al cien por cien a Noémie Merlant, esa bestia interpretativa que convierte en oro puro cada papel que cae en sus manos —mientras escribo estas líneas recuerdo su desgarradora creación en Retrato de una mujer en llamas (Céline Sciamma, 2019)—, pero que no basta para levantar un filme demasiado obvio en su discurso y exento de todo tipo de matices, que caricaturiza a todos sus personajes al desproveerlos de identidad propia más allá de su representación estereotípica.

La cinta nos cuenta la historia de una chica que descubre que siente atracción por una imponente atracción del parque en el que trabaja por las noches, a la que bautiza como Jumbo. Al descubrir su promiscua madre la naturaleza de su enamoramiento, entra en cólera y, como un castillo de naipes, la vida del personaje interpretado por Merlant se desmoronará bajo el constante juicio de una sociedad puritana y prejuiciosa. Pero por más que el mensaje sea loable —que lo es, y mucho—, la narración y la carga dramática están basadas enteramente en una idea original en lo estético, pero convencional en las maneras. Así, podemos adivinar una enorme influencia de Under the Skin (Jonathan Glazer, 2013) en las ensoñaciones de la protagonista, donde casi podemos ver a Scarlett Johansson rodeada de negro infinito, o del apartado visual de Melancolía (Lars von Trier, 2011) —los colores, las formas geométricas—; unos préstamos fílmicos que convierten a Jumbo en una fábula demasiado naíf y blanca como para trascender los lugares comunes que plantea.

Jumbo puede llegar a emocionar, pero más como una sensación efímera y no como un poso intelectual persistente en el tiempo.

Maneja interesantes conceptos que la elevan un poco por encima de la media, pero al final concluye en una aproximación más a la problemática del amor no normativo bajo un cristal estereotípico, que a la postre contribuye a crear determinados clichés en su intención por derribar otros: la madre divorciada libre en lo amoroso —heteronormativo— pero cerrada en lo emocional, el interés romántico de cerebro escaso y funcionamiento sexual primario, los adolescentes atravesados que hacen bullying a todo lo diferente —y por supuesto lo graban—, etc. Todos los personajes que rodean a Jeanne —así se llama el personaje de Noémie Merlant— orbitan demasiado alrededor de su historia personal, convirtiendo la problemática en un asunto unidimensional que no se corresponde con lo complejo de un rechazo de este calibre. Claro que puede llegar a emocionar, pero más como una sensación efímera y no como un poso intelectual persistente en el tiempo: al cerrar los ojos se recuerda su fotografía, a su protagonista y su calvario, las bombillas de colores, más que a todo lo demás.

Hay que reconocer, innegablemente, que su punto de partida complica la empatía —cualquiera puede sentirse parte emocionalmente de una relación entre humanos, independientemente de su orientación y preferencia— aunque resulte estimulante y arriesgada, y es algo que no debemos dejar de señalar: su valentía a la hora de poner voz y rostro a lo infrarrepresentado mediante imágenes muy poderosas es digna de aplauso. Una vez superados los escollos referenciales que comentábamos más arriba, se disfruta tranquilamente y deja algún momento grabado a fuego en la retina —potentísima esa escena con la máquina girando con las luces encendidas en medio de la noche, imponente en sus formas—, aunque por mucho que nos pese, se queda a solo un paso de convertirse en una obra de referencia.