Salgo de Holy Spider (2022) con una serie de sentimientos encontrados. Por un lado porque estamos hablando del cineasta detrás de la inclasificable y magistral Border (2018), algo que me había colocado en la posición de esperar algún tipo de transgresión formal que nunca llega a suceder, y por el otro porque en su búsqueda del thriller ha encontrado algunos conceptos muy potentes que merecen algo más que una mención. En primer lugar, las expectativas: Ali Abbasi es un cineasta inteligente, que ha sabido conjugar en su obra el realismo con la fantasía para presentar ideas sobre la diferencia y las minorías muy potentes, pero aquí, en Holy Spider, veo más interés por satisfacer un concepto moral, por resarcir una realidad a modo de justicia poética, que de dirigir un thriller verdaderamente tenso y rocoso. Huyendo del whodunnit —no hay tensión acerca de la identidad del villano— y mucho más concentrado en lo que quiere decir que en cómo lo quiere decir, Abbasi construye una ficción oscura que pone cuerpo a las víctimas, como él mismo subrayaba tras el pase de prensa: quizá sea este uno de los elementos de mayor importancia de la obra, tanto para lo bueno —por fin aquellas que quedaron por el camino tienen nombre y rostro—, como para lo malo —cuando esto mismo adquiere tanta centralidad que se convierte en un hecho primario y consciente canibaliza el aspecto fílmico—. En segundo lugar, decir que Holy Spider conceptualiza el thriller de un modo parecido a como lo habría hecho David Fincher: con un ambiente plomizo y una atmósfera sórdida que nos lleva al Irán de principios de los dos mil, Abbasi explora la parte más psicológica de su trama de corrupción, algo muy importante de cara a las virtudes estéticas de la obra si tenemos en cuenta que todo lo referente a la búsqueda policial o el relato familiar quedan en segundo plano ante la relevancia de su conciencia social.
Una película potente si se entra en ella a través del aspecto político/social, pero descafeinada si se busca una intriga nerviosa y robusta.
Por esto es que Holy Spider es un thriller —basado en hechos reales— de ejecución extraña: su trama nos sitúa en la estela de un asesino de prostitutas que, en nombre de Dios, se propone «limpiar las calles de mujeres impuras». De este modo Abbasi entra en la parte más relevante de su obra, ya que sigue a las víctimas hasta el momento de su deceso casi con la misma intensidad y cercanía que al asesino y a la periodista que trata de desenmascararlo para, y en sus palabras tras el pase, «hacer un poco, aunque solo sea un poco, de justicia», rechazando conscientemente esa práctica tan cuestionable del thriller común en el que la víctima es alguien sin nombre ni vida propia que solo existe para satisfacer los deseos del equipo creativo de crear a un asesino. Dejando la acción sobre los solventes hombros de Mehdi Bajestani y Zar Amir-Ebrahimi, Holy Spider es una película potente si se entra en ella a través del aspecto político/social, pero descafeinada si se busca una intriga nerviosa y robusta. A pesar de todo, no querría cerrar la crítica sin dejar constancia de que, aunque su brillo se perciba más en el aspecto semántico, es una película que evoca algo intangible y extrañamente familiar que, al final, hace que se convierta en ese lugar al que, en determinadas circunstancias y bajo determinado influjo emocional, apetece volver.