Desde el punto de vista de la estructura, uno de los puntos clave de una película es el arranque, el que va a definir, casi con seguridad, los ojos con los que te vas a enfrentar al resto del metraje. A veces, si el filme no empieza con demasiada alegría, pero poco a poco va creciendo, lo más probable es que abandonemos cualquier tipo de escepticismo que hayamos podido contemplar, y el disfrute de la obra audiovisual en cuestión se vea incrementado. Por otro lado, cabe la posibilidad de que ese primer acto sea tan inconmensurable, tan apoteósico, que las expectativas se coloquen tan arriba, que lo único que podría satisfacerlas al completo sería una obra maestra absoluta —algo parecido, a otro nivel, a lo que le acontece a El padrino. Parte III (Francis Ford Coppola, 1990), cuyo principal lastre es que viene después de dos obras maestras, pero que no por ello deja de ser una cinta magnífica—.
A Fragmentos de una mujer (Kornél Mundruczó, 2020), le pasa algo parecido. Lo primero, antes incluso de que hayas tenido tiempo para pensar, la película te atrapa bajo la forma de un plano secuencia de veintitrés minutos —cuyo contenido pormenorizado no desvelaremos en beneficio de un visionado más satisfactorio pero que, si atendemos a la sinopsis, veremos que se trata de una pareja que pierde a su primera hija tras decidir que debe nacer en casa con la ayuda de una matrona— de tanto poder, tan desarmante y absolutamente hipnotizante que, inevitablemente, coloca el nivel en un lugar prácticamente inalcanzable, insostenible. La escena en cuestión es dura y atrayente —casi a partes iguales—, dominada en todo momento por la enorme presencia de Vanessa Kirby, que aquí, y a lo largo de todo el metraje, da una lección de interpretación de las que darles un Óscar sería insuficiente. El problema es, como decíamos, que coloca el punto inicial a una altura que el director no ha podido mantener lo cual no quiere decir, en ningún caso que todo lo que viene después de ese arranque sea mediocre, sino «simplemente» notable.
Dentro de las muchas virtudes que atesora Fragmentos de una mujer está la colocación a un nivel socialmente adaptado de la devastación que sigue a la pérdida, que no es tan explosiva como la propia muerte, pero sí anuladora e incapacitante.
La película, una suerte de nueva iteración de las desgracias de una pareja que vería en sus precedentes temáticos filmes como Manchester frente al mar (Kenneth Lonergan, 2016), Blue Valentine (Derek Cianfrance, 2010) o la más reciente Historia de un matrimonio (Noah Baumbach, 2019), pero más centrada en explorar las emociones, la devastación, los «fragmentos» de la mujer, se puede entender como un ejercicio de psicología del duelo. Si bien sus símiles y metáforas pecan quizá de ser un poco naíf, no por ello se alejan del impacto real: alcanzar el corazón del espectador. Con Martin Scorsese y Sam Levinson en la producción y Howard Shore en la partitura, el tiro está asegurado en lo técnico y lo narrativo —ciertamente, es una de sus muchas virtudes—, aunque a veces pueda parecer que va perdiendo lentamente la línea que se había marcado como meta. Esto, por otro lado, consigue que, una vez el respetable se encuentre leyendo los títulos de crédito, alcance una comprensión mayor de lo que Kornél Mundruczó quiso contar a lo largo de su obra: la importancia de alcanzar la redención propia, independientemente de lo que el mundo —o la familia— espere de la situación. Vanessa Kirby, en el papel de la madre que atraviesa una puerta que nunca debería ser traspasada, se hace entender con delicadeza unas veces e ira otras, representando esa fragmentación desde el minuto uno y una profundidad emocional inalcanzable. Apoyando su interpretación en un magnífico Shia LaBeouf —qué bien le sientan este tipo de papeles— una como siempre estupenda Ellen Burstyn y un nutrido grupo de secundarios entre los que destaca Benny Safdie —director junto a su hermano Josh de joyas como Diamantes en bruto (2019) o Good Time (2017)— la actriz británica da un recital que por sí solo vale el visionado del filme.
Dentro de las muchas virtudes que atesora Fragmentos de una mujer, está la colocación a un nivel socialmente adaptado de la devastación que sigue a la pérdida, que no es tan explosiva como la propia muerte, pero sí anuladora e incapacitante, y como con cada paso que se da hacia delante en el tiempo, el alma quizá se parte más en un ejercicio de protección ante el dolor inevitable. Dice Vanessa Kirby que «espera que la película sea una pequeña parte del comienzo de una conversación en el que las mujeres y las familias se sientan menos solas [tras la pérdida de un hijo]»1, y quizá esa sea la diana que alcanza con más precisión: después del visionado, uno se siente un poco más cerca de entender ese dolor.
Aunque, como comentábamos más arriba, utilice un par de ideas para sus símiles poco sutiles —el puente, las semillas—, no se puede decir que no sirvan a su cometido con solvencia, habida cuenta de que sus prioridades narrativas parecen evolucionar con el paso de los minutos: si al principio se percibe que el foco va a estar en la relación entre los padres que lo pierden todo, con el tiempo se establece una primacía en la autoaceptación a un nivel emocional, en la superación de la culpa, que si bien puede resultar desconcertante, acaba resultando en un acierto desde el punto de vista del relato. Fragmentos de una mujer, escrita por Kata Wéber con tono autobiográfico es, después de todo, una excelente película que corre la mala suerte de verse minimizada por una apertura maestra, pero que no erra el tiro en ningún momento y se siente como un descarnado estudio de personaje que tiene mucho más de veraz de lo que nos gustaría.
- Estévez, María (14/01/2021). El Correo: Vanessa Kirby: «Perder a un hijo es una de las experiencias más dolorosas». https://www.elcorreo.com/butaca/cine/vanessa-kirby-perder-20210114191625-ntrc.html[↩]