Hugh Glass existió. Fue un explorador, cazador y comerciante de pieles estadounidense que vivió en el oeste de los Estados Unidos durante el primer tercio del siglo XIX. En El renacido (Alejandro González Iñárritu, 2015) se nos narra la historia de este hombre (encarnado por Leonardo DiCaprio) que, tras ser atacado por una osa grizzly y ser abandonado a su suerte en mitad de la nada, se ve obligado a vencer todo tipo de adversidades en un trepidante viaje de vuelta por fríos y preciosos parajes con un único objetivo: vengarse. Esta es la premisa principal de un film que da comienzo con una escena de acción en la que somos testigos de una batalla entre una tribu de indios nativos (los Arikara) y unos cazadores americanos dispuestos a trasladar las pieles animales que han conseguido recolectar. La importancia de esta primera secuencia es vital, pues viene a ser un golpe de efecto en el que la cámara y la forma de usarla —esta se va moviendo entre los hombres como si de un contendiente más de la batalla se tratase— hace que el espectador sienta que es parte de la acción. Rodada en plano secuencia, se trata de una escena que no deja indiferente a nadie y que funciona como aviso de que las dos horas y media de metraje que nos esperan pueden ser de lo más interesante.
La historia gira en torno a Hugh Glass y a su drama personal: su familia le es arrebatada de forma cruel y en diferentes momentos. Se entiende que tras esto, el personaje pierde cualquier resquicio de amor y esperanza que pudiera albergar y lo que en él queda no es más que sed de venganza. Una venganza que le será difícil llevar a cabo tras el ataque de la osa grizzly que ya hemos mencionado, y que supondrá una de las secuencias más potentes y crudas, a la par que realista gracias a los efectos visuales, que se haya visto en los últimos tiempos en Hollywood. Se trata de una escena que obliga al espectador a contener el aliento y que será recordada durante muchos años.
Cabe también en el relato un mensaje anticolonialista: son los americanos y los franceses los que, con el único deseo de hacer negocio, se inmiscuyen en las tierras de unos nativos que ya de por sí tienen conflictos entre ellos —durante el film podemos ver que los indios Arikara y los Pawnee no se llevan muy bien— y les arrebatan todo lo que poseen: terrenos, animales y recursos. Durante el viaje de vuelta hacia el asentamiento americano que Glass emprende, se encuentra con todo tipo de adversidades: el clima extremadamente gélido lo acompaña durante todo el tiempo, a la vez que las heridas que le ha producido el ataque de la osa se van infectando y le van minando la energía. El simple hecho de conseguir alimento o agua se vuelve una odisea en sí y en algún momento se encuentra con indios Arikara dispuestos a matarlo. En este sentido, podemos decir que nuestro protagonista se enfrenta a una adversidad prácticamente sin límites, pues cada vez que pensamos que no puede pasarle algo peor, algo peor de lo que pudiéramos llegar a pensar le sucede.
Hay algo que va más allá, algo que nos hace seguir, una chispa que nos mantiene vivos. Hay un objetivo que perseguimos con voluntad y fuerza inquebrantables y ajeno a todo mal pensamiento o sentimiento.
La profundidad del relato es tal que, partiendo de la importancia que se le da en un principio a los instintos primarios de los hombres que se hallan en estas tierras de la América profunda, y teniendo en cuenta que la fuerza motora que los mueve son sentimientos como la venganza, la rabia, la impotencia o la avaricia, durante el transcurso del viaje de Glass hay cabida para la redención y podemos percatarnos de que en última instancia, la venganza no lo es todo. Será difícil olvidar la secuencia final en la que los dos actores protagonistas de la historia dan lo mejor de sí. Hay algo que va más allá, algo que nos hace seguir, una chispa que nos mantiene vivos. Hay un objetivo que perseguimos con voluntad y fuerza inquebrantables y ajeno a todo mal pensamiento o sentimiento. Hay algo muy cercano al instinto de supervivencia que es mucho más importante y que en esta cinta Iñárritu es capaz de plasmar con una honestidad admirable.
Mención especial merecen los personajes del capitán Andrew Henry, John Fitzgerald y Jim Bridger, interpretados por Domhnall Gleeson, Tom Hardy y Will Poulter, respectivamente. Tanto el trabajo en la psicología de dichos personajes, como las soberbias interpretaciones que llevan a cabo los actores, son de enmarcar. Es gracias al trabajo de ellos que la historia gana un punto de realismo extra. Son ellos los que terminan por aupar a un excelso Leonardo DiCaprio hasta la mejor interpretación de su carrera que, como sabemos, le terminó por valer —por fin— el Óscar a mejor actor.
Estamos ante una cinta que ahonda en lo peor y en lo mejor de la naturaleza del ser humano, desde las más bajas pasiones hasta el amor que se puede llegar a sentir por un hijo. Se trata de una historia de superación sin límites, de violencia y de perdón, narrada con verdad e impregnada de belleza. Si esto no es suficiente para ver la película, hay más. Y es que el largometraje, rodado en preciosas localizaciones situadas en Canadá y Argentina, siempre bajo luz natural, constituye una delicia a nivel técnico y visual, y el gran culpable de esto es el director de fotografía que acompaña a Iñárritu en la película, el también mexicano Emmanuel Lubezki, apodado El Chivo. Todo está pensado hasta el detalle en una producción cuyas panorámicas sincronizadas con la acción le imprimen una belleza visual como pocas veces se ha visto antes en un film de estas características. Se trata, sin duda, de una de las cintas más espectaculares que ha producido Hollywood en los últimos tiempos. Alejandro González Iñárritu está mejor que nunca en su mejor película —con el permiso de Birdman o (La Inesperada Virtud de la Ignorancia) (2014)— y consigue sacar lo mejor de los actores que la protagonizan. Gracias a esta cinta, el director mexicano fue galardonado por segundo año consecutivo con la estatuilla a mejor director. Estamos, sin lugar a dudas, ante una superproducción que, si no lo es ya, en un futuro será catalogada como un clásico. Si no la han visto, no se la pierdan. Si ya la han visto, deberían disfrutarla una vez más.