La leyenda de Sir Gawain y el Caballero Verde tiene su historia, siendo uno de los personajes artúricos más antiguos que se conocen. A grandes rasgos, podríamos decir de él que era sobrino del ínclito Rey Arturo e hijo de una hechicera llamada Morgause. Y que protagonizó el épico romance homónimo Sir Gawain y el Caballero Verde, una historia que confrontaba el honor y el código de caballería. Sin entrar a enumerar las cuantiosas lecturas y símbolos que estos cuatro poemas de finales del siglo XIV arrojan sobre el deber y el conflicto entre lo que uno tiene y lo que uno desea, podemos entrar directamente en la reinterpretación que hace David Lowery —un cineasta que nunca deja indiferente y al que debemos obras como A Ghost Story (2017) o The Old Man & the Gun (2018)— de un universo de mesas redondas y magos de nombre Merlín en el que nada es lo que parece. Y, sobra decirlo, en el que la verdadera esencia se esconde detrás de un poderoso sentido de la épica que conecta con la honra y la conciencia, con la integridad y la lealtad. Unas cualidades que aquí se transportan a un sentimiento muy arraigado en el siglo XXI, y que Lowery sabe guiar para encontrar un simbolismo muy propio de nuestros días que lleva al espectador por un mundo de dudas y disyuntivas en torno a la concepción de la masculinidad, el orgullo, la búsqueda del respeto y la culpa. Se podría decir que El caballero verde (2021) mantiene un preciso diálogo con su público en el que lo visto, siempre desde un estilo visual apabullante que eleva el concepto de la puesta en escena a la categoría de la excelencia —como no podría ser de otro modo hablando de Lowery— trasciende la historia artúrica clásica, y a través de la poderosa presencia de un Dev Patel que ha nacido para ser Sir Gawain y de un estilo narrativo mucho más cercano al onirismo que a lo fidedigno —me voy a permitir resaltar toda su coda, de una poesía tan excelsa que asusta— transforma un viaje del héroe clásico en un éxodo interior con destino en la conciencia y las dudas.
David Lowery compone un poema visual de métrica impecable que reinventa una leyenda para dar paso a otra.
Claro que El caballero verde se puede seguir desde lo estrictamente literal: un buen día, en la celebración de Navidad, un caballero de aspecto ominoso, más cercano al árbol que al hombre, reta a un extraño juego a cualquiera que se preste voluntario, siendo Sir Gawain el único que da un paso al frente y acepta las reglas del juego. El caballero verde se dejará asestar un golpe, y un año después, se lo devolverá con análoga intensidad: el sobrino del Rey Arturo, sin dudarlo, decapita al intruso, que se recompone y se marcha cabeza en mano a la voz de «un año desde hoy». Lo cierto es que las diferencias, que le sientan a la leyenda como un guante con respecto al famoso romance métrico y que se resuelven en favor de un enfoque fantástico y alegórico muy marcado, se introducen a partir de este punto de partida: el estilo visual que inyecta Lowery conjuga el juego de espejos más desbordante de su carrera. Y filtrando un componente sexual y otro personal que enriquece el conflicto original y lo lleva más lejos del deber y el honor, expande los tropos habituales de la literatura artúrica. De este modo, lleva estas señas de identidad hacia un lugar narrativo muy potente, en el que esta pugna interior confiere a El caballero verde la categoría de un evento cinematográfico más que notable; la sensación de estar participando del nacimiento de una nueva aproximación a una pregunta universal que sigue sin respuesta pero que nunca lució tan bella en movimiento. Hay lugar para el erotismo, el cuestionamiento de la identidad, un viaje del héroe multidimensional y abierto a una sintaxis desprovista de cadenas delimitadoras —por el género, por el estilo, por la propia temática, incluso por razones de mitomanía—. También para la contradicción, que ya estaba ahí en el original, entre la muerte honorable o la vida vacía, pero aquí llevada a un límite en el que la comprensión del continuo ser-no ser se delimita por la propia esencia y no por la percepción externa del honor y la gloria. David Lowery compone un poema visual de métrica impecable que reinventa una leyenda para dar paso a otra. Y eso es algo que no pasa muy a menudo.