El enunciado es el siguiente: existe un hilo que une a madres e hijos, y lo que mide ese hilo, lo que se puede llegar a estirar, es la distancia que existe entre la vida y la muerte, la distancia que ella debe recorrer si el peor escenario llegara a ocurrir. Así lo cuenta Claudia Llosa en la potentísima Distancia de rescate, un drama inquietante y turbador que juega con los tiempos y las expectativas, con giros al fantástico que más que definir la obra generan oportunidades narrativas, que explora la maternidad en clave terrenal, onírica y metafísica, que enuncia el sentimiento de pérdida con originalidad y establece un paradigma sobre el que bascula todo el juego mitológico que vive detrás del filme: la relación entre una madre y su hijo es un intangible que se mueve más en el terreno de lo inexplicable, lo oculto, que de lo palpable. Así, Claudia Llosa —que alcanzó gran fama con la notable La teta asustada (2009)— pone a su público en la tesitura de seguir a una madre, Amanda, que viaja a un lugar nuevo solo con su hija, donde conoce a una misteriosa mujer que también tiene un hijo con un pasado extraño e inexplicable. María Valverde, en el papel de Amanda, aparte de demostrar que es una de las mejores actrices de su generación sin ningún género de dudas, personifica la duda, el miedo, la «distancia de rescate» como elemento universal de la maternidad operacionalizado en un contexto claro: sucumbir o no al temor de sentirse supeditada al hilo que la une al terror de la pérdida o liberar metros de cable para vivir sin que su estómago se retuerza ante la culpa o la angustia.
Un viaje fulminante a las profundidades de la maternidad y la pertenencia, la necesidad y el desconsuelo, el temor y la superación.
Pero volvamos a la maternidad: Claudia Llosa con Distancia de rescate ofrece la que es, posiblemente, una de las apuestas más poéticas sobre el concepto de la unión materno-filial. Las desviaciones al fantástico, por su parte, son recurrentes por su poder estilístico y porque sirven para dar contexto a la idea que subyace en el mundo que expone el filme, pero su funcionamiento a nivel alegórico resulta mucho más descriptivo que literal, y es por ello que se perciben como giros casi mentales, como subterfugios que viran hacia la entelequia que ayudan al mensaje de Distancia de rescate a penetrar realmente en su objetivo. Se suele decir que «el diablo está en los detalles», y la película de la cineasta peruana juega muy bien esa carta: mediante una voz en off para nada invasiva y de un uso particularmente bien integrado para lo que suele ser este recurso, que por lo general resulta un medio para suplir carencias narrativas, permite que sea el espectador el que descubra poco a poco la puerta de entrada al descubrimiento, al recuerdo, al extremo del hilo invisible que se tensa y se destensa con cada pulsión de vida y de muerte. Distancia de rescate propone un viaje fulminante a las profundidades de la maternidad y la pertenencia, la necesidad y el desconsuelo, el temor y la superación. O quizá sea más bien un éxodo.