Con Crimes of the Future (2022), David Cronenberg vuelve al body horror que le hizo célebre con filmes como Videodrome (1983) o Vinieron de dentro de… (1975), aunque en esta ocasión proponga una acceso al terror de la carne mucho más reflexivo e intelectual de lo cabría esperar —no siendo esto en absoluto negativo, todo lo contrario—. Aquí crea un mundo de pesadilla alternativo en el que el ser humano ha visto como su cuerpo mutaba hasta crear órganos nuevos en su interior, perdiendo la posibilidad de sentir dolor y viéndose desprovisto de su esencia en el sentido más amplio del término. Al alterar por completo el statu quo entre cuerpo y mente, Cronenberg pone sobre la mesa las ansiedades de una humanidad, la del hoy, que ha ido perdiendo el control sobre su propia individualidad, y a través de una exposición abierta de las entrañas del propio cuerpo —que en Crimes of the Future sirven como modo de expresión artística en espectáculos tan dantescos como extrañamente atrayentes—, encuentra un discurso muy vigente acerca del devenir artificial e inhumano de lo que el canadiense ve como nuestra deriva. Porque muerto el dolor, muerta la humanidad, y porque en ausencia de estímulos aversivos todo deviene en una búsqueda infructuosa del placer. «La cirugía es el nuevo sexo», dirá el personaje de Kristen Stewart, actuando la frase como punto de unión entre una realidad alienada que, pese a todo, podría tener mucho más que ver con la deshumanización tecnológica del s. XXI de lo que pudiera parecer. Porque Cronenberg no se mueve en el futurismo, sino en el retrofuturismo, donde la sociedad que retrata tiene acceso a tecnología casi alienígena —que trae a la mente la locura orgánica de aquella eXistenZ (David Cronenberg, 1999)—, pero carece de los adelantos técnicos que han definido la era de la información. Esta alteración sistémica del estado de las cosas sirve al canadiense para establecer su alegoría sin claroscuros, pero también para convertir su visión distópica y pesadillesca en un relato con personalidad y un universo propio y reconocible que no depende de nuestra realidad.
Hace temblar los cimientos de la comprensión del cine en plena década de los dos mil veinte, cuando parecía que la provocación solo podía ser sensorial y no intelectual.
La cualidad reflexiva de Crimes of the Future es, y contraponiéndose en cierto modo a lo que fue su producción cinematográfica de los ochenta —aquella en la que fundó la «nueva carne»—, un reducto filosófico en medio de un bombardeo de sobreinformación que emulsiona sexo, carne, entrañas y muerte. Si bien la filmografía de Cronenberg siempre ha sido posible —y no solo posible, sino también necesario— leerla en clave simbólica, aquí da un paso adelante en su madurez creativa, y habiendo creado un mundo vasto en el que todo se rige por unas reglas inéditas en el que tanto el fondo como la forma son imprescindibles, se permite actuar sin regodearse en ello: extrae las conclusiones de su tesis, pero no las exprime hasta su última consecuencia en el aspecto estético. Así, lo más posible será que, al término del visionado de la obra, uno quisiera más y más, más de ese mundo terrible pero casi posible, más de unos personajes tan atractivos que dan incluso un poco de miedo, más de un realidad alternativa en el que las reglas que hoy damos por sentadas encuentran su reverso más evolucionado. No por casualidad Viggo Mortensen —en su cuarta colaboración con el canadiense, pero la primera en el body horror—, Léa Seydoux y Kristen Stewart se entregan en cuerpo y alma a una película que la mayoría de los intérpretes rechazarían al llegar a la página cinco del guion. Crimes of the Future hace temblar los cimientos de la comprensión del cine en plena década de los dos mil veinte, cuando parecía que la provocación solo podía ser sensorial y no intelectual, y sin olvidar que la mirada de Cronenberg es una de las más relevantes, sin medias tintas, en la historia del cine, solo podemos agradecer haber podido asistir al nacimiento de otro bello engendro, de otra aberración fílmica que aporta tanto al debate como cada uno esté dispuesto a aceptar. Salve, Cronenberg.