Shivers (Vinieron de dentro de...)
El ataque de los gusanos sexuales asesinos

País: Canadá
Año: 1975
Dirección: David Cronenberg
Guion: David Cronenberg
Título original: Shivers
Género: Terror, Fantástico
Productora: CFDC / Cinépix Film Properties / DAL Productions
Fotografía: Robert Saad
Edición: Patrick Dodd
Reparto: Paul Hampton, Joe Silver, Barbara Steele, Lynn Lowry, Allan Migicovsky, Susan Petrie, Ronald Mlodzik, Barry Baldaro, Camil Ducharme, Hanna Poznanska, Wally Martin, Vlasta Vrana, Silvie Debois, Charles Perley, Al Rochman
Duración: 87 minutos

País: Canadá
Año: 1975
Dirección: David Cronenberg
Guion: David Cronenberg
Título original: Shivers
Género: Terror, Fantástico
Productora: CFDC / Cinépix Film Properties / DAL Productions
Fotografía: Robert Saad
Edición: Patrick Dodd
Reparto: Paul Hampton, Joe Silver, Barbara Steele, Lynn Lowry, Allan Migicovsky, Susan Petrie, Ronald Mlodzik, Barry Baldaro, Camil Ducharme, Hanna Poznanska, Wally Martin, Vlasta Vrana, Silvie Debois, Charles Perley, Al Rochman
Duración: 87 minutos

Cronenberg nos presenta, en una de sus primeras películas, una sangrienta historia de terror sobre el horrible potencial de la pulsión sexual.

Montreal, años setenta. Un complejo de apartamentos de aspecto modernista se alza en los suburbios de la capital de Québec, anunciándose como el prometedor siguiente paso de una clase media aspiracional canadiense como a la que pertenecen una pareja de jóvenes que visitan las viviendas. Los jóvenes, se da a entender, de igual forma que suben por el ascensor del edificio, buscan subir por el ascensor social mediante la propiedad de algo tan paradójico como un «apartamento de lujo». Pero este retrato apacible de prosperidad económica y democratización de riqueza, promesas que este tipo de ejemplos de arquitectura modernista encarnaban simbólicamente en el pasado siglo, se ve rápidamente perturbada por una serie de planos intercalados donde vemos la encarnizada pelea, en el interior de uno de estos apartamentos, entre una mujer adolescente y un hombre de edad avanzada. Finalmente el hombre logra estrangular a la adolescente, a la cual seguidamente practica una operación de dudoso cometido sobre la mesa del salón. Mientras vemos al guardia de seguridad del edificio hablar de las virtudes del complejo de viviendas a la pareja de jóvenes, entendemos que algo siniestro y espeluznante se esconde y se reproduce por las paredes cuando el hombre secciona con un bisturí el abdomen de la joven para, sin explicación aparente, llevarse el bisturí a la garganta y quitarse la vida.

En apenas unos pocos minutos, David Cronenberg ha logrado desplegar la sensación general de terror que cubre por completo Shivers. La metáfora se moverá constantemente en torno a estos dos polos: la en apariencia idílica vida de los habitantes de los apartamentos de lujo del edificio y la grotesca sombre de horror y sangre que se esconde bajo los cimientos de su propia existencia material, de las condiciones económicas y psicológicas que han hecho posible su siempre frágil vida en el paraíso. Pero ninguna metáfora hace justicia a los truculentos detalles de la trama. Pronto descubriremos que el hombre anciano que se quitó la vida en la primera escena de la película era un excéntrico científico miembro de un proyecto de investigación en torno a formas de vida parasitarias que pudieran cumplir las funciones de los órganos, haciendo así innecesarios los trasplante. El académico en cuestión, presa de la habitual hybris científica tan propia de los relatos de terror, había ido más allá, invirtiendo su tiempo el desarrollo de un parásito que despertase y amplificase los latentes sentidos animales de la humanidad, en busca de la transformación de la sociedad en una bacanal orgiástica de sexo y deseo desencadenado. Se trata de un sueño que hoy en día puede sonar más extravagante, pero no tanto para la audiencia de la época, pocos años después del auge y el declive del movimiento hippie y de las profecías de Tim Leary sobre los beneficios del consumo generalizado de LSD por toda la sociedad.

El uso del espacio en la película es una de sus más originales formas de infundir suspense y terror.

Pues bien, tal parásito había sido desarrollado con éxito por el científico aunque, evidentemente, el efecto ha quedado muy lejos de los deseado. El parásito, con la forma de una larva viscosa y espeluznante (a medio camino, como nos tiene acostumbrados el body-horror de Cronenberg, entre el organismo y la apariencia abominable de algo que nunca ha existido), se ha extendido por el complejo de edificios en busca de huéspedes, en cuyo abdomen se introduce y cuyas más descontroladas y brutales pasiones pone en movimiento, convirtiéndoles en lo que parecen inconscientes zombies hambrientos de sexo. Cronenberg es más o menos explícito con la influencia del psicoanálisis en su obra —en su siguiente película, Rabia (1977), podemos ver a un personaje leyendo la biografía de Sigmund Freud en primer plano—, y Shivers no es una excepción. Pero la genialidad de la versión de Cronenberg reside en que recoge y a la vez subvierte el legado del psicoanláisis, cuyas versiones más populares reducen la teoría a un mero drama familiar de deseos inconfesos de incesto y las hipocresías de la identidad cotidiana, y descubre su lado más siniestro y espeluznante: la posibilidad enteramente real de que en nuestro interior dormite una energía pulsional de erotismo y canibalismo tan explosiva que, de ser despertada y puesta a los mandos, provoque el rápido y terrorífico derrumbe de las frágiles barreras de la civilización y la tradición.

Esta lucha encarnizada entre la demencia sexual colectiva y las barreras vulnerables de la mente individual y las costumbres humanas se escenifica a la perfección en la lucha del parásito contra la propia estructura del edificio. La arquitectura y los interiores de Shivers, que se desarrolla en su totalidad en el interior del complejo de viviendas, es quizás el elemento más importante de la cinta, y el que funciona como marco y escenario general de su temática. Las omnipresente líneas rectas, los higienizados pasillos y los interiores cerrados de los apartamentos de lujo provocan a la vez una profunda sensación de claustrofobia y representan la cualidad monolítica y petrificada tanto de las construcciones técnicas humanas, como de las formas de dominación e imposición que, bajo el disfraz de lo «civilizado» y lo «moral», tratan de suprimir las terroríficas potencias de los más bajos impulsos de la psique. La vida idílica de la clase media aspiracional canadiense, con sus anchas camas de matrimonio, sus lámparas de diseño y sus elementos de decoración orientalistas, no es más que una frágil cubierta de cristal a punto de ser reventada desde dentro por la potencia destructiva de los impulsos que han llevado a los habitantes del complejo tan alto en el edificio: su propio deseo de reconocimiento social y bienestar material no es más que el reflejo de superficie de una despiadada pulsión de consumo (comercial, sexual o caníbal: en el fondo, todo es lo mismo).

El desorientador y angosto espacio del edificio también juega con otras ansiedades reconocibles en la película, como la forma en la cuál el parásito tiene por colarse por las rendijas de la armadura arquitectónica del complejo, deslizándose por los huecos del buzón y entre los arbustos del patio, irrumpiendo con una mayor violencia en los espacios higiénicos supuestamente diseñados para suprimir y gestionar la suciedad y el excremento humano, aquello que nos es propio y a la vez enteramente repulsivo, como lo es el propio parásito. De forma poco casual, el gusano invade el edificio a través de las grietas e imperfecciones de estos espacios de higienización, en aquellos puntos donde entra en contacto con las cloacas del cuerpo y de la psique humana: las rendijas conductos de ventilación, el oxidado interior de las lavadoras o, en una de las escenas más emblemáticas de la película, por el sumidero de la bañera. En todo momento, Cronenberg juega con la permeabilidad de las membranas de la enfermedad y la suciedad humanas, su intimidad sexual y el impulso incontrolable de violencia y muerte. Así, en una de las formas más asquerosas y, a su vez, de mayor poder metafórico, con las que el parásito cuenta para expandirse, consiste en saltar de la garganta de un huésped a la del otro en el momento de un beso.

Los momentos de body-horror y gore nos recuerdan por qué Cronenberg es un maestro del género.

Es posible que los efectos explícitos y gore de la película puedan resultar excesivos y desagradables, que sus toques de humor parezcan de mal gusto, sus momentos de tensión ciertamente estúpidos y su estilo general confuso, desenfocado y mareante. Como respuesta, cabe argumentar que nada de ello es un producto de la edad de la película: el escándalo que provocó el estreno de Shivers en Canadá, especialmente debido al hecho de que había sido financiada parcialmente con dinero público, provocó una campaña mediática de derribo contra el Cronenberg, el cuál fue expulsado de su propio piso por su arrendatario en razón de una «cláusula de moralidad». En segundo lugar se ha indicar que los detalles más turbios y desagradables de la cinta son, con total seguridad, los que con más esmero y deliberación son puestos en acción, para provocar precisamente el efecto que se desea: o bien la repulsión, o bien la sospechosa estimulación culpable que a algunos nos provoca este mismo despliegue de sangre y desmembramientos. Lo que tan magistralmente hace Cronenberg es dar la vuelta al discurso psicoanalítco, tan de moda en las clases medias y altas occidentales de mitad del siglo XX, recordándoles que esto no se trata de chistes verdes y fantasías de masturbación sobre tu madre, sino de la posibilidad real de que lo que hace precisamente posible la vida, lo que nos anima y nos empuja a afanarnos a la existencia, es una corriente de deseo y pulsión tan desagradable y repulsiva como un gusano repugnante abriéndose paso a mordiscos por tus intestinos.

Shivers en un buen ejemplo de lo que es una película redonda. Es el resultado acertado de todas sus pretensiones, la conjunción armoniosa de todos sus elementos para la impecable entrega del resultado esperado. Es posible, incluso bastante probable, que esos elementos y ese resultado esté alejado del gusto del público general. Es precisamente característico del género de terror y, más concretamente, del body-horror y el splatter, que atraiga la atención de un grupo relativamente reducido de aficionados, pero de entusiasmo y fervor incondicional por el género. Shivers dará muy buenas razones a esos aficionados para recordar por qué aman de forma tan intensa el terror, precisamente en tanto que juega con su profunda ambigüedad: la enfermiza atracción por lo repugnante y lo escabroso, tan culpable e imperfecta, pero a la vez tan fuerte y poderosa como la libido asesina que posee a los huéspedes del parásito de Shivers. Es seguramente prosaico recordar que este no es más que un primer ejemplo de un genio, el de Cronenberg, que permutaría por otra gran cantidad de películas. Pero Shivers no necesita ser más de lo que es, y su propio espíritu de película subversiva e incómoda parece querer sacudirse del pesado legado posterior de su director, siendo así una muestra independiente de todo el esplendor enfermizo del polémico cineasta canadiense.

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CICLO DAVID CRONENBERG

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