Existe una película para cada filosofía de vida. Para odiar el mundo, para amarlo, para sentirnos indiferentes o para indignarnos, para reír o para llorar. Esa es la gran virtud del séptimo arte, su increíble capacidad para en dos horas revolvernos el interior y sacar una faceta de nuestra personalidad que por las razones que fueran nunca nos habíamos sentado a estudiar, dejando que las vidas de los personajes que estamos observando como si la nuestra dependiera de ello nos impregnen hasta revolvernos el estómago o hacernos estallar en una sonora catarsis vital. Cada uno de nosotros, los apasionados del cine, tenemos un filme para cada momento. Ya sea un Réquiem por un sueño (Darren Aronofsky, 2000) para reafirmarnos en la desolación o un La vida es bella (Roberto Benigni, 1997) para sonreír con indulgencia a la adversidad.
Hesher es un joven de entre veinte y treinta años que un día anodino aparece en las vidas de una familia con un modo muy particular de concebir la vida. Viste ropas harapientas, pelo desgreñado y expresión hierática. Es malhablado, desvergonzado y un poco bastante cabrón. Y con todas estas características, se mete de lleno en la casa de esta familia desestructurada por la pérdida de un ser querido. Tenemos a un padre catatónico, un hijo con demasiada libertad y poco cariño y una abuela en fase avanzada de demencia. Vaya punto de partida, ¿verdad? Esta historia, concebida por el hasta este filme cortometrajista Spencer Susser, mezcla comedia negra con melodrama existencial, escrita con preocupación por alcanzar un punto intermedio entre ambos géneros, tan en apariencia distantes. No faltan escenas en las que nos reiremos con verdadero gozo, obra en su mayoría de las ocurrencias del personaje principal, o momentos en los que se nos invita a la reflexión con las reacciones que logran en los demás los actos de Hesher.
El encargado de darle vida a tan particular personaje es el nuevo ídolo en lo que a cine independiente se refiere, Joseph Gordon-Levitt ((500) días juntos, Brick). Ofrece en esta cinta una actuación muy digna, capaz de transmitir la indiferencia con la que se supone el personaje afronta el mundo y a su vez la fuerte carga dramática y filosófica que deja en el paladar cada intervención suya, aunque en el momento nos pueda parecer lo más tosco y ordinario que pueda pronunciar una persona. Sus discursos y su forma de ver la vida son las que, tras el visionado de la cinta, nos empiezan a coger forma en el cerebro, y de repente, y tras su final, empezamos a interpretar de un modo diferente al que habíamos creído ver durante su metraje. Lo cual es curioso, porque nunca habríamos podido imaginar que un personaje tan abiertamente desenfrenado podría guardar bajo sí unos actos tan catárticos. El filme corría el riesgo de caer en la burda parodia o en la comedia soez, pero gracias a un guion coherente consigo mismo y que se toma en serio lo justo, y a unas actuaciones más que logradas, podemos entrar en el juego de Hesher durante los 100 minutos que dura la obra y ponernos a pensar en todo lo que habríamos hecho nosotros de encontrarnos con alguien así en nuestra vida —aunque probablemente la respuesta sería darle una fuerte patada en el culo—.
Los secundarios, el debutante Devin Brochu en el rol de T.J., el pequeño que se ve envuelto por los delictivos actos de Hesher, una como siempre brillante Natalie Portman (Cisne negro, V de Vendetta) en el papel de la enamorada de T.J., que en esta cinta además produce, Rainn Wilson (Super, Un rockero de pelotas), uno de los hombres con el rostro más triste que he visto en mi vida, en el papel del atormentado padre entregado por completo a la desidia, y la femme fatale de Paul Newman en El buscavidas, Piper Laurie, aquí convertida en dulce abuelita, cierran un reparto cohesionado y variopinto, cuya máxima virtud reside en la sutileza y la contención de sus interpretaciones.
Es probable que muchos de los espectadores que se acercaron a visionar la película salieran escaldados por la irreverencia del protagonista, así como por la aparente frialdad con la que ocurre todo en el pueblo en el que acontecen los hechos (hablo por supuesto del público americano, ya que aquí, como es costumbre, no se ha estrenado), pero somos de la firme opinión de que si se observa con la suficiente atención y dejando que las situaciones se extrapolen a otras, podemos hallar un fragmento de vida de primera calidad y una historia distinta a lo que estamos acostumbrados a ver. No me he querido dejar engañar, y he conocido a unos personajes que ahora siempre me acompañan. Todos necesitamos, en algún momento de nuestra vida, a un Hesher.