The Boys
La serie de superhéroes para quienes odian el cine de superhéroes

País: Estados Unidos
Año: 2019
Creación: Eric Kripke, Evan Goldberg, Seth Rogen
Título original: The Boys
Género: Serie de TV, Fantástico, Acción
Productora: Amazon Studios, Original Film, Point Grey Pictures, Sony Pictures Television
Fotografía: Jeremy Benning, Dylan Macleod, Evans Brown, Jeff Cutter, Dan Stoloff
Música: Christopher Lennertz
Reparto: Karl Urban, Jack Quaid, Antony Starr, Erin Moriarty, Elisabeth Shue, Laz Alonso, Tomer Kapon, Chace Crawford, Jessie T. Usher, Dominique McElligott, Simon Pegg, Jennifer Esposito, Colby Minifie

País: Estados Unidos
Año: 2019
Creación: Eric Kripke, Evan Goldberg, Seth Rogen
Título original: The Boys
Género: Serie de TV, Fantástico, Acción
Productora: Amazon Studios, Original Film, Point Grey Pictures, Sony Pictures Television
Fotografía: Jeremy Benning, Dylan Macleod, Evans Brown, Jeff Cutter, Dan Stoloff
Música: Christopher Lennertz
Reparto: Karl Urban, Jack Quaid, Antony Starr, Erin Moriarty, Elisabeth Shue, Laz Alonso, Tomer Kapon, Chace Crawford, Jessie T. Usher, Dominique McElligott, Simon Pegg, Jennifer Esposito, Colby Minifie

A través de la sátira y la deconstrucción del género de superhéroes, The Boys lanza una afilada crítica contra la cultura de masas y la sociedad estadounidense.

Lo que en el lejano verano pre-pandémico de 2019 era solo un rumor, en esta segunda mitad de la serie de catastróficas desdichas conocida como 2020 se ha convertido en un hecho. Dentro de un género tan atestado como el de superhéroes, The Boys (Evan Goldberg, Seth Rogen, Eric Kripke, 2019), la serie de Amazon Prime Video, ha logrado con su segunda temporada convertirse en la revelación televisiva del año, consiguiendo que incluso aquellos que abominamos de las ficciones de superhéroes la encontremos magnética. Si bien este éxito se puede achacar a nivel superficial a unas tremendamente acertadas elecciones de casting, a un uso bastante acertado de la violencia en pantalla o a una campaña de marketing que ha valido su peso en oro, no podemos pasar por alto un análisis más profundo de los temas y las narrativas que parecen haber resonado con tanta fuerza entre la audiencia.

Para quienes no estén familiarizados con la serie, la trama se ambienta en un EE. UU. distópico en el que los superhéroes existen y, gracias a sus habilidades, luchan contra el crimen y mantienen a la población a salvo bajo una organización conocida como Vought. Hasta aquí, nada que difiera particularmente del mondongo marvelita de turno, pero el giro viene cuando descubrimos que estos superhéroes son en realidad una patulea de personajes a cada cual más cuestionable, desde superhéroes drogadictos que matan a decenas de personas a causa del uso irresponsable de sus habilidades hasta acosadores sexuales, supremacistas blancos, integristas religiosos y un largo etcétera de características que uno nunca querría en su yerno. Todo ello ocurre mientras Vought, una despiadada compañía, explota a los superhéroes como fenómenos culturales a base de producir masivamente películas, series de televisión, cómics, etc. además de coaccionar al gobierno para que contrate los servicios de protección de sus héroes a elevados precios pagados por los contribuyentes. Ante este panorama, la serie sigue a un grupo de antiguos policías, exmilitares y civiles enfurecidos que, sin escatimar gore ni violencia, perseguirán y darán caza a estos héroes usando métodos de la vieja escuela.

A través de la parodia del superhéroe tradicional, The Boys aborda cuestiones como el racismo, el abuso de poder de las megacorporaciones o el rol de los medios de comunicación en la sociedad americana.

Sin embargo, dejando a un lado toda la pompa y el fragor de una serie que no escatima ni en presupuesto ni en espectacularidad visual, son sin duda lo afilado de sus temas lo que supone la principal ruptura con el grueso de entretenimiento audiovisual superheroico que Hollywood nos lleva vendiendo durante la última década, y a sus maniqueos temas de «el bien contra el mal», «descubrirse a uno mismo», «América siempre va a salvar el mundo», etc. En su lugar, The Boys bebe profundamente de las tesis de uno de los filósofos alemanes más importantes del s. XX, Theodor Adorno. Adorno, uno de los fundadores de la escuela de sociología de Frankfurt, pasó buena parte de su edad adulta temprana viviendo lejos de su Alemania natal por motivos relacionados con ser judío durante los años treinta y cuarenta, y durante su estancia en EE. UU. se familiarizó de primera mano con el capitalismo tardío que en las sociedades norteamericanas comenzaba a asentarse y que luego se extendería al resto del mundo occidental. Dentro de este contexto, Adorno cuestionaba principalmente el rol de la cultura de masas (cine, radio, televisión, literatura, música y, en el s XXI, también videojuegos) dentro de la sociedad posmoderna.

Para el filósofo alemán, mientras que tradicionalmente la producción cultural siempre había aspirado a aportar al individuo un enriquecimiento intelectual y/o emocional, la mercantilización de la cultura en la segunda mitad del s. XX había llevado a la conformación de una «Industria Cultural» que en su lugar simplemente generaba productos culturales vacíos y estériles que producían en sus consumidores un entretenimiento inmediato que no aportaba nada de valor a largo plazo. Un ejemplo paradigmático para Adorno de esto (y luego volveremos a ello porque tiene miga la cosa) sería Disney, que habiendo llevado al mundo del entretenimiento y la cultura la lógica fabril y fordiana de la producción en cadena de productos estandarizados, ofrecía a las masas una producción cultural comercial, estéril y sin capacidad de estimulo. Para Adorno, este fenómeno tenía dos consecuencias.

The Boys ejemplifica cómo el cine de superhéroes, al margen de ser un mero entretenimiento, ha logrado de forma exitosa imponer un marco cultural en el cual se anula cualquier contenido ideológico o intelectual mínimamente cáustico.

Lejos de las representaciones idealizadas que son habituales en el cine comercial, The Boys presenta a unos superhéroes racistas, autocráticos y narcisistas.

En primer lugar, esto facilita y acelera el proceso inherente de alienación del sujeto. En un contexto de ciudadanos que en este momento comienzan a transformarse en consumidores, cuyas redes sociales y estructuras identitarias (núcleo familiar, comunidad, identidad nacional, etc) empiezan a erosionarse inexorablemente y que se encuadran de forma masiva en trabajos profundamente alienantes, este ocio de masas, mercantilizado e igualmente alienante supone una prolongación del tiempo de trabajo que sirve para adaptar a dicha población a su rol dentro del conjunto del sistema productivo y ofrece un entretenimiento en el que el receptor tiene un papel reactivo y pasivo, atrofiando por lo tanto su capacidad de análisis y pensamiento crítico, muy al contrario de lo que buena parte del arte y la cultura venían haciendo tradicionalmente a lo largo de la historia. Por otro, señala Adorno también como esta producción cultural estará despojada de cualquier contenido o sustancia mínimamete compleja o que cuestione la naturaleza del propio sistema y servirá, a la postre, para presentar, a través del bombardeo masivo, como naturales las posiciones ideológicas y políticas que más beneficien al funcionamiento del propio sistema.

Nuestro amigo Theodor llega incluso a comparar esta industria cultural con los mecanismos propios del fascismo y de los modelos autoritarios. Así, el alemán expone cómo, de la misma forma que las autocracias buscan imponer grandes narrativas de conjunto que permitan encuadrar a toda la población dentro de una única linea de pensamiento y actuación entre sus habitantes que encaje con una determinada corriente política, la industria cultural, a través de la cultura y el entretenimiento de masas se consigue igualmente modelar la ideología y comportamiento del conjunto de la sociedad, imponiendo a través de los mensajes y contenidos culturales de consumo generalizado un determinado conjunto de ideas y valores que permitan que esta gran masa de población acepte como natural e incuestionable la sociedad de consumo de la segunda mitad del s. XX.

Flashforward sesenta años hasta 2020, donde podemos ver cómo The Boys recoge todas estas inquietudes y las usa para deconstruir y cuestionar el género de superhéroes. Así, por un lado, asistimos a cómo en el universo que la serie presenta, los superhéroes, y en especial la megacorporación sin escrúpulos para la que trabajan, ha fagocitado casi la totalidad de la cultura popular, manufacturando un entretenimiento absolutamente mercantilizado y estéril de consumo masivo que sirve para eliminar cualquier capacidad de resistencia ideológica o análisis crítico por parte de la población hacia estos superhéroes, a pesar de las numerosas ocasiones en las que estos rompen la ley o realizan actividades cuestionables. En el mundo de The Boys, la mayor parte de la población es incapaz de oponerse a las actividades abiertamente ilegales y antidemocráticas de Vought y sus superhéroes no por miedo o por una decisión consciente, sino porque dicha población ha sido privada de los estímulos culturales necesarios para cuestionar la narrativa imperante. Comparemos por un momento esto con nuestro querido cine de masas. ¿A nadie le ha parecido raro que en Wakanda, un país futurista que se presenta como ideal, no se celebren elecciones democráticas y esté gobernado por un régimen monárquico casi absolutista? ¿Nadie ha tenido reparos en que Tony Stark, un millonario carismático, utilice su tecnología armamentística para iniciar y terminar conflictos armados pasándose por el forro todo tipo de diplomacia, resoluciones de la ONU o derecho internacional? 

The Boys es una serie que encuentra su identidad creativa cuando, a base de satirizar el popular género de superhéroes, se opone al patrón de entretenimiento propio del capitalismo posmoderno y los modelos de sociedades líquidas contemporáneas.

Profundizando más, esto incluso permite una reflexión sobre la naturaleza autocrática del mero concepto de superhéroe. Así, los superhéroes presentados en The Boys, y bajo una fachada feminista, pro LGBT y, en definitiva, afín a cualquier movimiento social que sea trending topic, hacen gala de una ideología imperialista, hipernacionalista, autoritaria, oligárquica y que en ocasiones raya incluso en el hiperconservadurismo ultrarreligioso protestante del Medio Oeste americano (y que en la segunda temporada mutará incluso en un abiertamente filonazismo) en una clara referencia al fenómeno típicamente posmoderno de la cooptación de movimientos sociales por parte de grandes empresas y las élites, en virtud del cual, y con el objetivo de obtener una publicidad positiva, una compañía aprovechará un movimiento o inquietud social preexistente adoptando su estética o eslóganes de forma superficial pero sin ser participe en realidad de ninguna transformación social significativa (traducido al román paladino, como cuando Nike vende camisetas con el lema de Black Lives Matter pero luego fabrica esas mismas camisetas en países del tercer mundo con mano de obra semiesclava, lo cual, si bien a nivel humano es horrible, no deja de ser también una de las ironías más sublimes vistas recientemente). Es innegable la paradoja de que una serie que precisamente parece parodiar dicha cooptación corporativa de diferentes corrientes contraculturales esté producida por una empresa leviatánica como es el caso de Amazon. A fin de cuentas no podemos negar que precisamente el éxito del capitalismo tardío se ha basado, entre otras cosas, en la absorción de todas las corrientes discordantes, cambiando y adaptándose a las inquietudes de cada generación para poder seguir igual, pero negar la lógica de mercado del cine (y la televisión) es negar, a la postre, parte de su ADN como disciplina artística (lo cual explica en parte también su inconmensurable éxito entre la población). 

Recurrentemente se usa en la serie una violencia cruda, realista y explícita que se contrapone con la accion estéticamente edulcorada e infantilizada de la mayoría de producciones de superhéroes.

En otras palabras, The Boys ejemplifica cómo el cine de superhéroes, al margen de ser un mero entretenimiento, ha logrado de forma exitosa imponer un marco cultural en el cual se anula cualquier contenido ideológico o intelectual mínimamente cáustico o que atente contra el propio sistema que ha generado este entretenimiento de masas en primer lugar, y que, muy al contrario, presenta como naturales, inherentes e incuestionables sus posicionamientos ideológicos. El mero concepto de un individuo o grupo de individuos que, gracias a sus capacidades extraordinarias, están perfectamente capacitados parar obrar según su voluntad y aplicando sus propios códigos éticos sin ninguna limitación por parte de las instituciones democráticamente elegidas, la legalidad vigente o la voluntad popular le vienen que ni pintadas a multinacionales como la propia Disney, grandes corporaciones oligopólicas y transnacionales que, al igual que los superhéroes de sus películas, ansían poder hacer lo que quieran sin las «absurdas» limitaciones de leyes antimonopolio, regulaciones fiscales y otras reliquias del s. XX.

El propio creador de la serie, Eric Kripke así lo expuso recientemente en unas declaraciones a propósito del estreno de la segunda temporada de la serie: «Mi problema con ellas [las películas de superhéroes] es que hay demasiadas. Sin querer sonar dramático, creo que es peligroso enseñar a toda una generación a esperar a que venga alguien poderoso para salvarles. (…) Creo que la cultura pop condiciona sutilmente a la gente y lo hace de la manera equivocada porque hay demasiadas películas así. De modo que está bien tener un pequeño correctivo que le diga a la gente que los poderosos no vienen a salvarte. Mantén unida a tu familia y salvaos a vosotros mismos»[1]. En esta misma entrevista, el creativo expresó también cómo, a sus ojos, la figura del superhéroe tradicional tiene ciertos matices fascistas desde su origen, así como inquietantes paralelismos con los líderes políticos populistas de hoy en día que ha tratado de plasmar en la serie. 

Los protagonistas de la serie son un variopinto grupo de personajes reflejo de las clases medias a las que la posmodernidad quiere dejar atrás y que vienen a encarnar la reacción contra este monopolio cultural.

Este desmontaje de las convenciones del género alcanza también a los propios personajes. Mucho se ha escrito sobre la forma evidente en la que los superhéroes han sido tradicionalmente vehículos propagandísticos de determinadas ideologías, y The Boys no escapa de abordar este tema. Quizá el ejemplo paradigmático de esto sea el lider de los superhéroes, Homelander, el equivalente en esta ficción a Superman o Capitán América con la salvedad de que, si bien estos representan a la versión de EE. UU. de la Segunda Guerra Mundial, Homelander está más cerca de los EE. UU. que conocemos de la Operación Cóndor. Hablamos pues de un héroe desquiciado, de tendencias psicopáticas e hiperautoritarias y de carácter ególatra que no deja de personificar a unos Estados Unidos y, por extensión, a un mundo anglosajón caracterizado por generar un imperialismo depredador en base a políticas despóticas. Por otro lado, el resto del elenco superheroico continúa utilizando la figura del metahumano para evidenciar una clara crítica a diferentes facetas inherentes a la sociedad estadounidense, como puede ser el culto a las celebrities y el ensalzamiento desproporcionado por parte de la población de actores, deportistas, cantantes y otras personalidades manufacturadas desde las élites que en sus vidas personales son ejemplos de todo menos de civismo y que parecen llenar con su desmedida existencia el hueco de un pueblo hambriento de referentes. 

The Boys no escatima referencias al transfondo político de la figura del superhéroe y a su embrutecedor y siniestro impacto en la cultura contemporánea.

Paralelamente, los protagonistas de la serie son un variopinto grupo de personajes reflejo de las clases medias a las que la posmodernidad quiere dejar atrás y que vienen a encarnar la reacción contra este monopolio cultural, la confrontación de lo sólido contra lo líquido. Individuos que representan una idiosincrasia heredera del estado liberal clásico que ahora se ve amenazada. El líder de este grupo y uno de los protagonistas, Billy Butcher, es un antiguo policía que busca vengarse de los superhéroes después de que su mujer fuera violada y asesinada por uno de ellos y que, encarnando un antihéroe que hace gala de una personalidad áspera, una masculinidad desacomplejadamente tradicional y un carismático cinismo británico, parece sacado directamente de Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976), The French Connection, contra el imperio de la droga (William Friedkin, 1971), Harry el sucio (Don Siegel, 1971) y otras obras de arte del glorioso cine de los setenta (la época en la que el cine de Hollywood más y mejor tuvo que decir). El contrapunto a Butcher vendrá por parte de Hughie, otro miembro del grupo que lucha contra Vought y que nos presenta a un millenial que tras criarse en la bizcochable superestructura de la sociedad posmoderna se ve obligado a enfrentarse tanto contra los superhéroes como contra unos principios morales que hasta el momento había considerado incuestionables, y de Starlight, una joven conservadora e ingenua con superpoderes que tras sufrir un flagrante caso de acoso sexual y observar como el mundo de los superhéroes es más sucio y corrupto de lo que nunca se pudo imaginar, se verá obligada a elegir entre aceptar el rol que todo su mundo espera que asuma o mantenerse fiel a sus principios y sus convicciones. Como vemos, estos personajes representan la antíntesis de la cultura genérica de masas, despojada de todo tipo de arista que pueda dificultar su procesado por parte de audiencias cada vez menos interesadas en personajes complejos y de morales grises, y se presentan como individuos antiheroicos, con defectos que, en contraposición al prototipo cinematográfico de superhéroe, les hacen humanos. Estos protagonistas plasman a una masa social, surgida en parte de la gran recesión y la posterior crisis, y mientras figurativamente luchan contra estos omnipotentes superhéroes y la corporación que hay detrás de ellos, metafóricamente se oponen a una realidad cultural y social caracterizada por el uso (y el abuso) por parte de las élites de las grandes industrias mediáticas para erosionar la capacidad de pensamiento crítico del individuo y fomentar su aceptación incondicional de un sistema intelectualmente embrutecedor en el que una cultura compleja, adulta, no mercantilizada y que cuestiona las realidades del mundo que le rodea no tiene cabida

Los protagonistas de la serie, que se encargarán de perseguir a los superhéroes y matarlos, encarnan a una sociedad que se rebela contra unas élites económicas y mediáticas casi omnipotentes.

No es casual tampoco la estética, plagada de gore, sangre y violencia que, dejando a un lado el shock value tiene un evidente valor narrativo al contraponerse a la tibia y edulcorada violencia para todos los públicos del cine de superhéroes, blanqueada hasta el extremo y en la que nunca se ve ni rastro de sangre o de violencia explicita para que el espectador promedio no tenga ningún estímulo visual que le haga replantearse la escala de valores éticos que la obra en cuestión transmite y, de paso, para que no tenga reparos en dejar que sus churumbeles consuman este entretenimiento a diario. Este contraste estético entre la iconografía prototípica y apta para menores hollywoodiense y el uso de una violencia mucho más visualmente agresiva y realista —porque seamos sinceros, si los superhéroes existieran de verdad el festival de sangre que veríamos cada vez que actuasen haría que A Serbian Film (Srđan Spasojević, 2010) pareciera Blancanieves y los siete enanitos (David Hand, 1937) en comparación— nuevamente actúa como una sátira sobre hasta qué punto la cultura y el cine mainstream se ha venido durante los últimos años transformando en un producto plano, deshonesto, falto de originalidad y carente de ideas provocadoras y atrevidas. Un cine que únicamente aspira a convertir a sus audiencias en meros consumidores pasivos y acríticos dándoles un entretenimiento de gratificación inmediata. 

Así pues, en conclusión, puede decirse que The Boys es el resultado de lo que los directores del nuevo Hollywood de los años setenta hubieran hecho con el género de superhéroes de hoy en día. Una obra que, en su crítica hacia la cultura de masas y el papel de esta como herramienta de alienación y control ideológico de la población, se acerca a los postulados de Theo Adorno y su «Industria Cultural» para ofrecer un panóptico sobre cómo una producción cinematográfica y cultural cada vez menos controlada por directores y creadores y más manejada por productores y ejecutivos ha dado como subproducto un conjunto de obras tan excelentes en su fachada como vacías en su contenido, pero lo hace empleando las mismas herramientas del cine comercial de masas (impactantes escenas de acción y efectos especiales, un carísimo diseño de producción e incluso usando el género por antonomasia del cine de masas actual, el de superhéroes). The Boys es una serie que encuentra su identidad creativa cuando, a base de satirizar el popular género de superhéroes, se opone al patrón de entretenimiento propio del capitalismo posmoderno y los modelos de sociedades líquidas contemporáneas.


  1. Labonte, R. (2020, 19 octubre). The Boys Showrunner Thinks The MCU Is Dangerous. Screen Rant. https://screenrant.com/boys-show-eric-kripke-marvel-movies-criticism/[]
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