El papel de la mujer en el cine español
Las caras ocultas de un prisma que empieza a emerger
La mujer en el cine español ha sido estereotipada ante la cámara, al igual que invisibilizada tras ella. Y aunque recientemente se ha podido observar un progreso en ciertos aspectos, aún queda mucho trabajo por hacer para mejorar la perspectiva de género.
«Soy una niña buena, una niña buena de verdad, y me gusta leer y me gusta bordar y me gusta cantar y bailar» cantaba risueña la todavía niña Rocío Dúrcal en su debut cinematográfico en Canción de Juventud (Luis Lucía Mingarro, 1962). Tan solo tres años después ya había protagonizado tres películas más, siendo la cuarta en 1965 Más bonita que ninguna de Luis César Amadori, donde el joven descubrimiento del cine musical español cantaba: «Yo no tengo sex appeal y yo no soy mujer fatal. Porque solamente soy una buena chica, una chica más. Pero yo quisiera que me vieras tú. Más bonita que ninguna». En un solo párrafo, Rocío Dúrcal nombraba estereotipos cinematográficos del papel de la mujer como objeto sexual o como femme fatale, al igual que volvía a reiterar que lo importante era ser una chica buena, y además ser considerada bonita por otro chico. Junto a ella, otra de las niñas prodigio que el cine español explotó fue Pepa Flores, más conocida como Marisol, la cuál debutó en Un rayo de luz (1960) con tan solo doce años, con el mismo director que filmó la primera película de Rocío Dúrcal, Luis Lucía Mingarro. En este filme, la pequeña Marisol canta algo bastante diferente y anacrónico para la época, encabezando un grupo de niños, espada en mano y bigote pintado: «Luchemos noblemente, con mucha valentía, que no dude la gente de nuestro gran valor». Junto a estas niñas prodigio, estrellas del cine español durante el franquismo, también las mujeres adultas fueron puestas en cabeza de algunas tramas en películas como Las chicas de la Cruz Roja (Rafael J. Salvia, 1958), aunque siempre teniendo como objetivo principal el buscar un hombre con el que poder establecerse.
No obstante, esta cortina de humo no era más que una forma más de exhibición de la mujer en pantalla. Tras la transición, llega la época del destape y el papel de la mujer en el cine español pasa de ser simplemente «la mujer de», o la chica buena, a ser un cuerpo presentado como objeto erótico y sexual, con desnudos explícitos y sexualidad hecha por y para la mirada del hombre —hablando en términos binarios hombre/mujer cisgénero—. Con películas como Pepito Piscinas (Luis María Delgado, 1978) o Los bingueros (Mariano Ozores, 1979) donde actores como Esteso y Pajares se convierten en protagonistas cómicos utilizando a las actrices como simples objetos de diversión y erotismo. En definitiva, de niña buena a objeto erótico, saltando de un estereotipo a otro y siempre bajo la mirada del hombre cis.
Posteriormente, uno de los directores más característicos es indiscutiblemente Pedro Almodóvar y junto a él las comúnmente conocidas como las chicas Almodóvar, como Penélope Cruz, Marisa Paredes o Carmen Maura, entre otras. En su filmografía, las mujeres pasan a un primer plano y se convierten en los personajes principales de la mayoría de películas, como Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980) o Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), donde a pesar de ser ellas las protagonistas, son todas dependientes de los hombres que las rodean y son etiquetadas como locas o, como peyorativamente se ha llamado a las mujeres a lo largo de la historia, histéricas. En el resto de la filmografía de Almodóvar, un gran número de personajes interpretados por mujeres cumplían roles de víctimas de violaciones, acoso sexual y maltrato desde las cintas precedentes como Átame (1989) o Hable con ella (2002) a las más recientes como La piel que habito (2011). Línea que han seguido otras muchas películas, representando e incluso frivolizando la dura situación real de violencia de género que muchas mujeres tienen que vivir a diario. No obstante, una de las películas más reales sobre esta realidad en el ámbito familiar es Te doy mis ojos (Icíar Bollaín, 2003). Aquí la mujer cumple el rol protagonista tanto delante como detrás de la cámara, retratando de forma realista una situación de maltrato dentro del matrimonio. Un filme difícil de ver por la crueldad del relato, pero necesario para dar voz a aquellas mujeres que no podían hablar y llevar a la pantalla una realidad social que debía ser reconocida con el objetivo de eliminarla.
Si bien el papel de la mujer en el cine español ha sido continuamente estereotipado, ellas no siempre han estado supeditadas a interpretar papeles dirigidos por hombres.
Si bien el papel de la mujer en el cine español ha sido continuamente estereotipado, ellas no siempre han estado supeditadas a interpretar papeles dirigidos por hombres, sino que muchas como Icíar Bollaín estuvieron, están y estarán tras la cámara, a pesar de estar mucho más invisibilizadas en este rol. Es por ello que la evolución y visibilidad del papel de la mujer se puede observar sobre todo en aquellas que ostentan el papel de directoras. Durante años, las mujeres quedaron relegadas a la sombra cuando se trataba de dirigir películas y obtener renombre por ello, y aunque a día de hoy se desconoce el nombre de muchas que lo intentaron, es necesario destacar el nombre de algunas —ojalá poder hacerlo de todas—, pioneras del cine español como Helena Cortesina, que desarrolló la mayoría de su carrera como actriz pero consiguió dirigir su primera y única película Flor de España en 1922, o Rosario Pi, primera cineasta en dirigir una película sonora en España, El gato montés (1935).
Tras el final de la dictadura y transición, una de las directoras más conocidas de la época es Pilar Miró, la cuál realizó películas como su ópera prima La petición (1976), protagonizada también por una mujer, Ana Belén, o El crimen de Cuenca (1980) donde su trabajo comenzó a tener repercusión con la polémica provocada por la representación de la tortura ejercida por la Guardia Civil. Más adelante, otra de las cineastas que más renombre ha conseguido, incluso a nivel internacional, es indudablemente Isabel Coixet, la cual saltó a la fama con el filme Mi vida sin mí (2003). Un relato poético y existencialista que marcó la línea y la atmósfera intimista que envolvería sus próximas películas, consiguiendo obras maestras con estrellas internacionales como Juliette Binoche en Nadie quiere la noche (2015). Otra de las directoras contemporáneas que consiguen romper ese techo de cristal y es reconocida como sobresaliente cineasta —entre muchas otras—, es Carla Simón y su brillante filme, destacado por la belleza en la sencillez, Verano 1993 (2017), con el que consiguió el premio de la Academia a mejor dirección novel. Recientemente, Celia Rico realizó la conmovedora película Viaje al cuarto de una madre (2018), brindando el protagonismo a la relación entre una madre y una hija, y lo que una madre deja de hacer por cumplir su rol establecido. También en tono de comedia, María Ripoll ha rodado cintas como Ahora o nunca (2015) o Vivir dos veces (2019). En definitiva, directoras que no solo rompen el techo de cristal de forma implícita a través de su trabajo como cineastas sino que, además, algunas llevan a cabo películas que cuentan historias y muestran personajes que no se habían presentado anteriormente, a través de una perspectiva de género positiva.
Incluso a día de hoy sigue siendo escasa la representación de mujeres del colectivo LGTBIQ+, estrenando películas en tono de comedia como Salir del ropero (Ángeles Reiné, 2019), o interpretando personajes secundarios, al igual que se hizo con una mujer trans —interpretada además por la actriz Rossy de Palma—, en la película A pesar de todo (Gabriela Tagliavini, 2019), protagonizada por cuatro mujeres. Finalmente, otro colectivo que ha estado representado de forma negativa o ha quedado relegado en un segundo plano ha sido la mujer de la tercera edad. Porque como dijo Susan Sontag: «Mientras los hombres maduran las mujeres envejecen». No obstante, recientemente se han estrenado varias películas donde este colectivo se erige como protagonista. La ya mencionada Salir del ropero, donde intersecan ambos colectivos invisibilizados o El inconveniente (Bernabé Rico, 2020) donde se retrata una historia de sororidad entre Lola, interpretada por Kiti Mánver, una mujer de la tercera edad desahuciada por el sistema sanitario, y Sara, una mujer de mediana edad que tiene una relación que se tambalea. Una estructura de relato similar, pero en profundidad muy diferente, que puede verse en la película La vida era eso (David Martín De los Santos, 2020): en ella se esboza un personaje redondo y brillante a través del cual Petra Martínez lleva a cabo una de sus mejores interpretaciones. En la cinta española, María y Verónica, dos mujeres emigrantes de edades muy dispares se conocen y comparten historias. María, una mujer de más de 65 años emprende un viaje tanto físico como simbólico para conocerse a sí misma, algo que difícilmente se ha visto en el cine español con mujeres de ese colectivo etario. Desgraciadamente, este filme no ha tenido una gran distribución y visibilidad, por lo que aún queda mucho trabajo por hacer para mejorar la representación de la mujer en pantalla, al igual que para hacerlas visibles como cineastas. Cineastas como la debutante Pilar Palomero que con su película Las niñas (2020) triunfó en los Premios Goya 2021 recibiendo, entre otros, el premio a mejor película. Un retrato de la infancia de las niñas en los años 90 y una relación madre e hija que se aleja del común tropo emocional y se acerca a lo realista, con unas interpretaciones sobresalientes de las protagonistas y particularmente de Andrea Fandos en su papel como Celia. Y es que la mujer puede representar cualquier papel, puede trabajar como cineasta, como directora de producción o como script, pero lo importante es que se reconozca su papel como trabajadora y se construyan personajes e historias con perspectiva de género. En definitiva, que no se discrimine a la mujer e invisibilice en el ámbito laboral o se estereotipe en pantalla, por el simple hecho de serlo.