Revista Cintilatio
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Visitante (2021) | Crítica

Conexión de carencia
Visitante, de Alberto Evangelio
La exploración de los miedos ligados a la propia identidad o la familia encuentran en la obra de Alberto Evangelio un lugar de encuentro de gran carácter. De narrativa y puesta en escena sencillas, destaca en sus lecturas y simbolismos.
Sitges | Por David G. Miño x | 8 octubre, 2021 | Tiempo de lectura: 3 minutos

Probablemente, las propuestas como la de Alberto Evangelio tienen mucho más de lo que tirar dentro del plano subtextual que del literal. Como artefacto fílmico de estructura básica, no particularmente enrevesada ni adscrita a un juego expositivo inédito, convence a medias al no entregar una puesta en escena demasiado arriesgada ni un sentido de la narración que exceda las convenciones del género, siendo que desde un punto de vista diegético la sucesión de eventos que expone se perciben siempre desde una sensación conocida. Desde sus lecturas, no obstante, es desde donde puede encontrar su espacio para darse la vuelta y dejar la forma de sus aristas en el que observa, desde el momento en el que es capaz de ir introduciendo poco a poco una tensión que, si bien no impredecible, sí que deja un poso de pensamiento, en el que si uno deja que la mente fluya detrás de sus elaboraciones y sus conceptos, puede llegar a encontrar un reducto alegórico que justifique todo su núcleo narrativo. Esto, claro está, juega a dos bandas dentro de aquel que se enfrente a una obra como Visitante, que por un lado deja un poso interesante y que prolonga y mejora el sentido de la conversación que provoca, pero por otro limita su campo de actuación en lo estrictamente cinematográfico al abandonarse no pocas veces a los lugares comunes de la ciencia ficción.

Una película singular y atrevida, que articula un mecanismo narrativo asequible y deja un poso sólido.

Iria del Río es Marga.

Seguimos a Marga, que con un trauma de infancia y un conflicto de pareja a cuestas, se va a la casa familiar —en la que ocurrió su pasado convulso— a pasar unos días y reencontrarse a sí misma y conectar con lo que tenía olvidado, y es allí donde empezarán a suceder eventos que pondrán a prueba su buen juicio y, por supuesto, propiciarán las mejores ideas y las metáforas más inspiradas del filme. Nada nuevo bajo el sol, al menos sobre el papel. Pero, como decíamos, el filme de Evangelio —sostenido por unas interpretaciones de altura donde debemos destacar a Iria del Río en el papel principal— se beneficia de unas ricas interlineas que exploran los miedos a la identidad perdida, la familia, la pareja o mismo la frustración laboral. Así, el personaje de Marga es un catalizador que se puede entender desde varios puntos de vista, todos ellos infinitamente válidos y dueños de una idiosincrasia propia, pero es desde su faceta transformadora de la unidad personal, en la que se desdobla a sí misma en dos unidades retóricas similares pero separadas por un evento traumático, que podemos acceder a la mayor virtud de la obra: el what if por antonomasia, el «qué ocurriría» si el río de decisiones y circunstancias regulares de nuestra vida se toparan con un muro que nos obligara a replantear la ruta, y con ella las decisiones vitales. Visitante se apoya en una ciencia ficción de baja intensidad, pero que tiene la entidad suficiente como para dar soporte a las motivaciones que dan forma a los personajes y a cómo estas causas propician un componente alegórico que recorre toda la obra y resuelve a favor de una película interpretable, deductiva, que soporta el posvisionado con ligereza pero que sufre las consecuencias de una narrativa demasiado anquilosada en las convenciones del género, propiciando cierta sensación de predictibilidad durante su metraje, no tanto quizá en los giros de guion como en las decisiones de estilo o narrativa. Visitante es una película singular y atrevida que recoge el testigo de un género particularmente olvidado en España si salimos de los cuatro referentes habituales, que articula un mecanismo narrativo asequible y deja un poso sólido.