Revista Cintilatio
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Vicious Fun (2020) | Crítica

Sangre y neones
Vicious Fun, de Cody Calahan
El cineasta canadiense ofrece una película tan ocurrente como desvergonzada que, sin renunciar a la crítica mordaz mediante la autoparodia, se erige como uno de esos filmes que dan exactamente lo que prometen: vísceras y diversión.
Por David G. Miño x | 10 octubre, 2020 | Tiempo de lectura: 4 minutos

Si existen dos géneros condenados a encontrarse de un modo recurrente, son el terror y la comedia. El maridaje resultante de mezclar una buena cantidad de vísceras y casquería con el humor más negro se convierte, en el caso de Vicious Fun (Cody Calahan, 2020), en una combinación explosiva de visionado sencillo que se situará con facilidad como una de las apuestas más refrescantes y divertidas que atesora este año el Festival de Sitges. La película de Cody Calahan parte de una premisa muy loca sobre el papel, pero que desarrollada adquiere una dimensión única que apela a la hilaridad y convierte su visionado en un afilado cuchillo que alcanza un valor rupturista —tanto con el clásico slasher como con la comedia de terror que cultivaron grandes como Sam Raimi o el primer Peter Jackson—. El filme nos presenta a Joel, al que podríamos definir coloquialmente como el eterno pagafantas rechazado una y otra vez por su compañera de piso, un redactor de una revista de cine de terror que acabará metido hasta las cejas en una historia mucho más desquiciada que las que observan desde los pósters de su habitación: siguiendo una serie de catastróficas casualidades —o desdichas—, se encontrará en medio de una reunión, un grupo de terapia para asesinos en serie, a cada cuál más rocambolesco y peligroso que el anterior.

Amber Goldfarb coprotagoniza la película junto a Evan Marsh.

Vicious Fun, que usa a su favor el a veces gastado recurso de convertir la narración en una especie de autoparodia (nada como que un personaje critique a los directores que abusan de la cámara lenta para treinta minutos después ponerlo a correr en slow motion), recuerda en determinados momentos a filmes como The Babysitter (McG, 2017) o Noche de bodas (Tyler Gillett, Matt Bettinelli-Olpin, 2019), en el mejor sentido de la comparativa: esa comedia sucia proveedora de divertimento inocuo que acaba convenciendo por su desvergüenza y su carácter provocador. Su ambientación ochentera —neones incluidos— y su magnífica banda sonora a golpe de sintetizadores y cajas de ritmos —firmada por Steph Copeland, aunque si me dijeran que tras las composiciones está Disasterpeace o Cliff Martínez me lo habría creído— completan una propuesta que, pese a juguetear con la nostalgia, tiene la suficiente entidad como para no dejarse arrastrar por la moda de los años dorados.

Vicious Fun representa esa comedia sucia proveedora de divertimento inocuo que acaba convenciendo por su desvergüenza y su carácter provocador.

Sus recursos visuales, de lo más variopintos y trabajados, así como las constantes referencias cinematográficas (mucho terror y mucha serie B, y muchas críticas y mucha mala leche) conviven con una estructura clásica de escalada narrativa, que pese a lo no innovador, se amolda a una sintaxis fílmica que busca entretener y divertir por encima de cualquier otro valor. El reparto, por otro lado, no podría ser más acertado —Evan Marsh y Amber Goldfarb echándose a la espalda mediante química y carisma el grueso del filme, siempre rodeados de un grupo de fuertes secundarios—, ya que personifican los arquetipos que representan a través de la vis cómica y la retórica metaficcional. Su propuesta argumental, además, subvierte conscientemente los roles de género del malo-malísimo que quiere destripar a la bella dama pero se topa con la brillante armadura de un noble y gallardo cruzado que acabará por conquistar su corazón: desde la misma escena inicial, apoteósica como poco, se insta al respetable a comprobar de primera mano como esas viejas manías están enterradas bajo la normalización más orgánica y paródica. Vicious Fun consigue mantener el listón de la comedia de terror muy alto, hasta el punto —y a pesar de la previsibilidad que puede acusar en su segundo acto— de que va a resultar difícil negarle el mérito de ser uno de los filmes más divertidos de la temporada.