El amor amándose a sí mismo. El amor contemplando el tiempo desde la perspectiva de un reloj que no gira con los minutos que siguen, sino con los segundos faltan. El amor, ese artefacto que solo tiene sentido, dicen, desde la tragedia o la pérdida, desde la incomprensión o la no correspondencia, que evoca la poesía cuando va de sufrir, y la página en blanco cuando va de sentirse amado. Es así que la película de Leyla Bouzid suscitaría un tipo de comentario crítico que, si me permiten, encajaría más con su estructura metalingüística si lo adecúo a sus propias singularidades: una obra en la que su carácter inspirador e inspirado depende de recorrer su esqueleto desde la poesía de métrica libre, en la que su erotismo y su belleza simbólica —que la tiene, y mucha— se leen desde la sugestión, desde la capacidad de tornar en lirismo lo prosaico, en arte lo mundano; en deseo la simple apetencia. Es este amor, la inspiración, la que dice que para amar, al final, uno debe de renunciar al objeto del amor; no para amar realmente, sino para dedicarle el canto final a ese amor. Es Una historia de amor y deseo, y permítanme la cacofonía y la redundancia con la palabra «amor», un básico en este texto, una reducción del reto que trae entre manos Leyla Bouzid: delimitar desde la praxis cinematográfica un simbolismo realmente propiedad de la literatura, que se concentra en autodescribirse en base a las musas, a sus personajes que buscan más un amor, un amour fou realmente, que un amar o un amarse, y que enlaza con la capacidad de la obra de atrapar mientras se salta el deseo, el amor y la propia historia del título: los personajes no son, así, personajes, sino pies de página, leyendas, ejemplificaciones de una teoría, que ama para poder ser, que ama para poder desear, y que ama para poder estar al otro lado de la pantalla, tejiendo la red de su precisa y fastuosa metaficción.
Una clase de poesía en movimiento, de cuerpos coreografiados desde la métrica y la rima asonante, desde la conexión entre lo que es y lo que nunca jamás podrá ser.
Porque no podemos hablar de convenciones, ni siquiera de subversiones. Una historia de amor y deseo no conecta con lo convencional, aunque sí con lo mitológico y lo simbólico: sí impregna su narrativa, o su entramado desprovisto de artificio, de cierto componente crítico y una mirada incisiva hacia cuestiones de género y raza en un contexto muy definido —el árabe en Francia, mucha tela que cortar—, pero sobre todo conecta la poesía con el lenguaje fílmico, los tropos de un arte que está en constante movimiento —el cine— con otro que, en esencia, propone el movimiento desde la inmovilidad —la literatura—. El amor, ese amor, el amor enloquecido y que define el arte, la literatura, la poesía, y que convierte el drama en algo que podemos sentir o tocar; el amor cuando conecta con el deseo, o precisamente el deseo cuando no está conectado con el amor carnal de dos personas que han superado la literatura, la entelequia y los poemas y se han deslizado hacia la la luz endeble que vive bajo las sábanas; ese deseo, ese amor, es el que Leyla Bouzid sabe homenajear desde su clase magistral de poesía en movimiento, de cuerpos coreografiados desde la métrica y la rima asonante, desde la conexión entre lo que es y lo que nunca jamás podrá ser. Una historia de amor y deseo es una teoría, una hipótesis, que no expone el amor, sino que lo habla, que no siente el rechazo, sino que lo evita. Claro que puede que, después de todo, el amor sea para usarlo, y no para cantarlo, o para escribirlo, o para amarlo. Puede que el amor sea para sentir lejos las tragedias, y atrapar el tiempo piel con piel. El amor, sí. El amor. Puede que así sea el amor.