Proyecto Power
Cinco minutos de superproducción
• País: Estados Unidos
• Año: 2020
• Dirección: Henry Joost, Ariel Schulman
• Guion: Mattson Tomlin
• Título original: Project Power
• Género: Ciencia ficción, Acción
• Productora: Netflix, Screen Arcade
• Fotografía: Michael Simmonds
• Edición: Jeff McEvoy
• Música: Joseph Trapanese
• Reparto: Jamie Foxx, Joseph Gordon-Levitt, Dominique Fishback, Machine Gun Kelly, Jim Klock, Rodrigo Santoro, Mike Seal, Courtney B. Vance, Amy Landecker, Azhar Khan, Michelle Torres, Allen Maldonado
• Duración: 113 minutos
• País: Estados Unidos
• Año: 2020
• Dirección: Henry Joost, Ariel Schulman
• Guion: Mattson Tomlin
• Título original: Project Power
• Género: Ciencia ficción, Acción
• Productora: Netflix, Screen Arcade
• Fotografía: Michael Simmonds
• Edición: Jeff McEvoy
• Música: Joseph Trapanese
• Reparto: Jamie Foxx, Joseph Gordon-Levitt, Dominique Fishback, Machine Gun Kelly, Jim Klock, Rodrigo Santoro, Mike Seal, Courtney B. Vance, Amy Landecker, Azhar Khan, Michelle Torres, Allen Maldonado
• Duración: 113 minutos
La reciente incursión de Netflix en el cine de superhéroes tiene poco que decir sobre el género, pero mucho sobre el futuro del medio audiovisual en la era del streaming.
No es poco curioso que un género tan universalmente considerado como la mayor burbuja fílmica del nuevo siglo, el cine de superhéroes, es el heredero de una tradición que ha atravesado más reinvenciones exitosas que ninguna otra. Después de que Stan Lee y Jack Kirby revolucionaran los cómics de superhéroes durante los años setenta, transformando para siempre los anquilosados arquetipos patrióticos de los tebeos de los años cincuenta, llegarían las fundamentales aportaciones de Frank Miller y Alan Moore con El regreso del caballero oscuro (1986) y Watchmen (1986-1987) respectivamente. A nadie se le escapa que la accidentada historia de la transición de los superhéroes a la gran pantalla ha concluido con la mayor serie de superproducciones jamás filmadas con el Universo Cinematográfico de Marvel, cuyos logros (o agravios, depende de cada uno) históricos son innegables hasta para sus mayores detractores.
En lo que respecta al nuevo pseudo-blockbuster de Netflix, Proyecto Power (Henry Joost, Ariel Schulman, 2020), es posible argumentar tanto que supone otro admirable intento de reimaginación del género como un descarado movimiento táctico para sumarse al beneficio de la monumental popularidad de Marvel. Ambientada en una lúgubre y permanentemente desenfocada Nueva Orleans, Proyecto Power se centra en la aparición de una nueva droga capaz de desencadenar, aunque por un breve espacio de cinco minutos, el superpoder latente de cada individuo. El escaso sentido de la premisa no recibe demasiada ayuda de la descabellada y surrealista retórica cientificista que trata de explicar el funcionamiento de la droga. Pero no tendremos mucho éxito si buscamos coherencia en la trama de Proyecto Power; por el contrario será más interesente centrase en las interacciones de su trío protagonista, Jamie Foxx como el veterano justiciero Art, Joseph-Gordon Levitt como el policía de buen corazón Frank, y la refrescante aparición de Dominique Fishback como la traficante adolescente Robin.
Jamie Foxx y Joseph Gordon-Levitt son tan solo los dos últimos ejemplos del amplio elenco de estrellas que Netflix está logrando poner a sueldo.
Aunque sus contorsiones imaginativas son evidentes, Proyecto Power poco tiene que aportar al género, y sus intentos de entretejer su inverosímil premisa con una serie de mensajes confusos sobre la guerra contra las drogas, la corrupción policial o la delincuencia juvenil, erran considerablemente el tiro. Pero la película supone, por el contrario, una reseñable mejora del nuevo producto que Netflix trata de hacer funcionar en el competitivo mundo del streaming: producciones medias que, como la lamentable Bright (David Ayer, 2017), combinan grandes apuestas de guion y actores de primera fila con un presupuesto limitado. Si uno quiere entender Proyecto Power bajo las lentes del blockbuster cinematográfico al que estamos habituados en las salas de cine, el film quedará corto en más de un aspecto. Pero las mejores cualidades de la película no serán aparentes si no empezamos a entender que estamos ante un animal distinto, un nuevo tipo de película que no pretende medirse contra sus competidores de la gran pantalla.
Si uno quiere entender Proyecto Power bajo las lentes del blockbuster cinematográfico al que estamos habituados en las salas de cine, el film quedará corto en más de un aspecto.
Es enteramente aceptable, por no decir natural, sentirse un tanto mareado y repelido por la fragmentaria y disparatada forma narrativa de Proyecto Power, sus contantes vaivenes de guion y de cámara, sus confusos cambios de tono y sus rimbombásticos y borrosos espectáculos de efectos especiales, difuminados en la penumbra nocturna y las luces de neón como evidente estrategia de reducción de costos. Pero uno no puede evitar pensar que en tiempos caóticos y distorsionados como en los que vivimos sea el cine que imita pobre experiencia de la realidad, de forma nada irónica, el que mejor capte nuestra atención; esa misma que cada día resulta más difícil apartar de la pantalla del móvil. La verdad es que Proyecto Power parece una película pensada con la posibilidad en mente de que la mayoría de sus espectadores la vean en la pantalla de su smartphone. Lo que cada vez queda menos claro, como canturrean los románticos de turno, es que esto sea necesariamente negativo. Uno puede estar enfadado con el cine que viene, pero es de sobra conocido el lugar que la historia tiene reservado para quienes ponen sus esperanzas en que el tiempo se detenga.
Dominique Fishback demuestra de sobra estar a la altura de las dos estrellas con las que forma el trío de protagonistas.
Uno no tiene por qué estar enamorado de Proyecto Power. Como forma de entretenimiento, es aceptable como máximo. Pero si se deja a un lado la pretenciosa misión de sonsacar un sentido trascendental de todo producto audiovisual que se nos presenta, la película resulta ser un artefacto sumamente interesante para entender hacia dónde se dirigen las producciones originales de los grandes servicios de streaming, y por consiguiente hacia dónde se dirige no ya el cine, sino la experiencia audiovisual en general. Es posible también argumentar que como regodeo aceleracionista Proyecto Power por momentos deja que desear: unos antagonistas inconsistentes, sus decepcionantes revelaciones finales, o unos interminables e injustificadas incursiones del rapeo de Robin nos harán sonrojar más de una vez. Pero si identificamos que el «cuanto peor, mejor» es la liga en la que juega la película, seremos capaces de encontrar en cada minuto de metraje más razones para su disfrute irreflexivo.
Al fin y al cabo, Proyecto Power supone un resultado un tanto ambiguo, donde sus pretensiones de superproducción quedan entrecortadas en un acelerado ritmo que nos dejará con la sensación de haber experimentado una atronadora película de acción en menos de los cinco minutos que duran los efectos de sus píldoras superpoderosas. Como cualquier subidón, sus aficionados y detractores se asemejarán en la intensidad de su reacción. Uno puede optar por ignorar esta nueva especie de espectáculos empaquetados por streaming o por aprovechar y cabalgar la ola que viene por muy llena de basura que parezca. Nos puede parecer peor o mejor, pero lo que ya no será posible es negar que el cine, en el futuro, se parecerá cada vez más a esto.