Revista Cintilatio
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Ons (2020) | Crítica

Secretos en la niebla
Ons, de Alfonso Zarauza
Misteriosa y fantasmal, tan sugerente como hipnotizante, la película de Alfonso Zarauza excede la narrativa convencional para situarse como una propuesta única que conjuga el mejor thriller rural con una concepción autoral de fuerte carácter alusivo.
Por David G. Miño x | 10 abril, 2021 | Tiempo de lectura: 6 minutos

En la película de Alfonso Zarauza, nada es lo que parece. O casi nada. En la cualidad más sugerente, evocadora, rupturista y simbólica que puede tener el cine, se mueve entre niebla y mar un filme que, precisamente, encuentra en una narrativa críptica que deja al espectador componer el todo en su cabeza su baza principal, y representa uno de esos puntos de inflexión que convierten sus imágenes en dardos punzantes que atacan la lógica común. Aunque Ons (2020) se  mueva en el terreno de lo pantanoso, y contenga una carga visual que conecta con lo paisajístico, lo topográfico, lo puramente estético hasta llegar a convertirlo, todo ello, en un personaje más de su simple pero intrincada trama, refleja una serie de pulsiones humanas que exceden sus premisas al estar filmada para sentirla, para respirarla o incluso para llegar a tocarla. Así, el amor, la carga sexual latente desde un punto de vista incluso freudiano, o las relaciones interpersonales se ven cobijadas bajo la ominosa presencia de una isla, la de Ons, que somete a su inevitabilidad a unos personajes atrapados bajo el influjo de dramas íntimos que, como en una mente colmena, se entrelazan con los vaivenes atmosféricos, las subidas y las bajadas de la marea o la niebla que oculta los más bajos secretos en una obra adulta y profundamente existencial que deja tanto a la imaginación como cada uno de los espectadores que se enfrenten a ella estén dispuestos a aceptar.

Aunque no descuida su parte más literal, sí es quizá la faceta suya que deja más a la deriva, siempre si lo medimos desde una narración convencional, que no debería ser, en la obra que nos ocupa y bajo ningún concepto, el caso. Mariña y Vicente llegan, en una especie de retiro espiritual, como escapando del ruido de la bulliciosa Barcelona y buscando reactivar su moribundo matrimonio, a la isla que da título a la obra, allá por la ría de Pontevedra y poseedora de una belleza hipnótica que traspasa toda lógica y que la cámara de Zarauza, con Alberte Branco en la fotografía, captura como si se tratara de una psicofonía retumbante, como si fuera un cuadro de Jean Delville que recorre los miedos de los personajes hasta dejarlos expuestos bajo la expansión y la constricción, todo a la vez. Una vez allí, y a raíz de la aparición en la arena de una extraña mujer de procedencia desconocida, casi ahogada y amnésica, aquellas pulsiones y temores, los viejos y los nuevos, comienzan a aflorar y se entremezclan con la orografía, con los arenales y los tojos, con la imponente presencia de un faro que todo lo ve y todo lo calla. Mientras el espectador trata de encontrar oxígeno entre los inspirados diálogos y las magníficas interpretaciones de una sorprendente y carismática Melania Cruz, los siempre monstruosos Antonio Durán «Morris» o Miguel de Lira y la extraña y magnética Anaël Snoek, Ons mantiene sus misterios sin renunciar en ningún momento a su poderosa identidad.

Zarauza orquesta una obra pequeña pero gigante, que lejos de quedarse en la superficie, se hunde en la mente de unos personajes que no necesitan hablar para decirlo todo.

Mantiene la extrañeza en el visionado mientras se deleita en planos de una belleza plástica atrapante, que se va volviendo más y más oscura y ominosa conforme más secretos van surgiendo y más deseos, más atracción, más incertidumbre y más celos van apareciendo. Respetuosa con el espectador más exigente, y poco proclive a poner fácil una resolución que arruine toda una atmósfera creada con el máximo mimo y que destila verdad por cada costado, despierta una sensación de búsqueda constante de las aristas, de los detalles y sus profundidades. Zarauza orquesta una obra pequeña pero gigante, que lejos de quedarse en la superficie, se hunde en la mente de unos personajes que no necesitan hablar para decirlo todo, porque en esa conjunción en la que la isla y todo lo que hay alrededor, en la que el aislamiento es tan palpable que otorga a la soledad una cualidad de lo bello y de lo intangible, se une a lo inexpresado, conquista el terreno propiedad de esas películas que se disfrutan en lo que dura su metraje, y se degustan durante días y semanas después. Gracias a una iconografía galaica fortísima y tan fantasmagórica como su propio folclore —qué maravilla toda la metáfora que rodea a la namoreira, una pequeña flor que, dicen las leyendas, debe ser introducida en el bolsillo de aquel/aquella al que uno quiera enamorar sin que el objetivo se de cuenta de la maniobra— Ons tiene a su alcance una cima de la belleza cinematográfica que se mira a la cara con esa obra de arte que es Lo que arde (Oliver Laxe, 2019). El guion, que a cuatro manos entre el propio Alfonso Zarauza y la interesantísima Jaione Camborda es tan truculento como bello, tiene la sutileza necesaria para provocar que toda su intertextualidad se sienta como un elemento narrativo propio, y casi pareciera que reserva líneas para que hable la isla, tan aislante como omnipotente.

Como esa pequeña barca que conecta con la fragilidad ante el mar bravo, como esa desnudez inocente que huye de lo traumático para quedarse en, simplemente, lo desconocido, o como el canto de los araos que trae recuerdos que bien pueden valer la muerte, la película de Zarauza, hablada en un precioso y exacto gallego de las Rías Baixas, dosifica sus elementos de thriller rural y los envuelve en un manto de preciosismo estético que, lejos de ser simple artificio, refuerza su oscuridad interior. Mientras, en esa interrelación indivisible entre las pulsiones y necesidades más inconfesables de los personajes —qué barbaridad esa escena a tres bandas que implica al matrimonio protagonista y a la extranjera con la imponente Na cela de Chicharrón de fondo, en la que la carga sexual es tan potente en su contención que desborda la pantalla— con la naturaleza salvaje y fantasmal de la isla y sus inclemencias recorre una emocionalidad latente que antecede a la realidad, Ons se posiciona como una propuesta única que recorre la piel, y la acaricia y la araña con la ira del viento, de la niebla que cae. De la mar embravecida que hace naufragar en la búsqueda constante de ese haz de luz que tanto guía hacia tierra firme como hacia el abismo más insalvable.