No mires arriba
El Armageddon millennial

País: Estados Unidos
Año: 2021
Dirección: Adam McKay
Guion: Adam McKay (Historia: Adam McKay, David Sirota)
Título original: Don't Look Up
Género: Comedia, Drama, Ciencia ficción
Productora: Hyperobject Industries, Bluegrass Films. Distribuidora: Netflix
Fotografía: Linus Sandgren
Edición: Hank Corwin
Música: Nicholas Britell
Reparto: Leonardo DiCaprio, Jennifer Lawrence, Meryl Streep, Jonah Hill, Rob Morgan, Mark Rylance, Tyler Perry, Timothée Chalamet, Ron Perlman, Ariana Grande, Kid Cudi, Cate Blanchett
Duración: 145 minutos

País: Estados Unidos
Año: 2021
Dirección: Adam McKay
Guion: Adam McKay (Historia: Adam McKay, David Sirota)
Título original: Don't Look Up
Género: Comedia, Drama, Ciencia ficción
Productora: Hyperobject Industries, Bluegrass Films. Distribuidora: Netflix
Fotografía: Linus Sandgren
Edición: Hank Corwin
Música: Nicholas Britell
Reparto: Leonardo DiCaprio, Jennifer Lawrence, Meryl Streep, Jonah Hill, Rob Morgan, Mark Rylance, Tyler Perry, Timothée Chalamet, Ron Perlman, Ariana Grande, Kid Cudi, Cate Blanchett
Duración: 145 minutos

Adam McKay, con un reparto plagado de estrellas de Hollywood y un largometraje producido por Netflix, se arriesga aplicando su visión al género de la ciencia ficción sin llegar a tener la solidez narrativa que le representa en sus trabajos.

Una pieza que sirve como preludio abre la pantalla. Una tetera en ebullición y alguien untando mermelada en una tostada prosiguen. El muñeco cabezudo de Carl Sagan es posado por unas manos en una estantería y, seguidamente, el plano se amplia y el espectador aprecia que está en una central aeroespacial. La persona tras estas manos del plano detalle entra en la sala, ella es Kate Dibiasky (Jennifer Lawrence). Con Wu-Tang Clan a todo volumen, sin fallar ninguna nota del temazo que suena en sus auriculares (Ain’t Nuthing ta F’ Wit para los interesados), Kate se sienta en un escritorio lleno de pantallas y comienza a realizar su tarea como doctoranda en funciones. Ve algo que asalta su curiosidad, un astro atraviesa la pantalla y marca un hito. Se corta el plano abruptuosamente. Aparece Dibiasky acompañada de sus compañeros y su profesor encargado: el Dr. Randall Mindy (Leonardo DiCaprio). Juntos celebran el descubrimiento de la estudiante entre vitores y champán, pero de repente algo anda mal. Randall repite el cálculo de unas cifras repetidamente. Los datos denotan anormalidad y le pide a Kate que se quede con él. El fundido a negro muestra una cita de Jack Handey: «Quiero morir plácidamente mientras duermo, como mi abuelo. No gritando de terror como sus pasajeros».

Un preludio que finaliza con el punto álgido sobre el que girará todo el largometraje en cuestión. Un meteorito de entre cinco y diez kilómetros destruirá la Tierra en seis meses y la misión es clara: avisar a la NASA para ejecutar un plan de emergencia. Pero dentro de este trámite burocrático, Randall y Kate encontrarán la verdad tras las grandes figuras políticas y económicas de Estados Unidos. Una obra que si bien parece comenzar como otro drama de ciencia ficción «americanizado», en esta ocasión —y como en todo lo que hace McKay— se muestra un retrato desfigurado bajo un fondo de comedia de situaciones retorcidas. Las películas apocalípticas en la que un estadounidense, en nombre de América y del mundo, salva a la humanidad de una catástrofe sin precedentes son llevadas a la hipérbole. La grandiosidad que reside en ellas se reduce al absurdo que son los clichés prototípicos y, sin ser una crítica pedante, se sostiene con la esencia del director denveriano, quien usa el humor como su principal arma. Sería curiosa una edición especial de la película con los comentarios de Adam McKay y Michael Bay, porque no nos tiembla el pulso al pensar que la mente de McKay tuvo que tener mucho de lo que se ve en largometrajes como Armageddon (Michael Bay, 1998) o Independence Day (Roland Emmerich, 1996). Elevado a la trillonésima hilarancia, claro está.

Pasando a hablar de los aspectos técnicos, podemos ver como el montaje de Hank Corwin es algo a reseñar. Con un estilo similar al usado en los cortes de su trabajo con Stone en Asesinos natos (Oliver Stone, 1994), apreciamos desde el principio una vorágine de estímulos que se ensamblan a través de poco ratio de tiempo entre unas escenas y otras. Los saltos temporales entre imágenes son tremendos y, pese a ello, son congruentes con lo que se quiere contar y se cuenta. Creemos que en esta situación tan desesperada es óptimo que lo que transmita un buen trabajo de edición sea esta amalgama de lapsus, de escenas que se organizan en una red quebrada de no saber muy bien qué está ocurriendo ni cómo. Una especie de mente común lastrada por la ceguera de muchas variables: la política, las redes sociales, el fanatismo y la desesperación; que va dando saltos necesarios para que todo tenga mucho más sentido. Un acierto que quizá no se corrobora tanto con el guion escrito por McKay y David Sirota.

Una obra que si bien parece comenzar como otro drama de ciencia ficción americanizado, muestra un retrato desfigurado bajo un fondo de comedia.

La labor de este director como guionista siempre ha sido calculada al milímetro. Desde sus largometrajes más antiguos en los que el humor conectaba a las mil maravillas con el drama como El reportero: La leyenda de Ron Burgundy (Adam McKay, 2004) o Hermanos por pelotas (Adam McKay, 2008), hasta los más recientes que, sin perder la sátira, se muestran de un tono menos humorísticos como El vicio del poder (Adam McKay, 2018). Los contrastes siempre han guiado su cine por una senda que delimita su forma de escribir, que es tan representativa que con solo ver diez minutos de sus cintas ya sabes que tiene la mano metida en el borrador. Son estas expectativas las que creemos que dejan un poco cojo el trasfondo del filme, pues siendo cierto que pese a que el foco narrativo está claro y delimitado, McKay se pierde un poco al narrar su historia por intentar tocar todos los palos. Un gran ejemplo es el caso del personaje interpretado por Mark Rylance, un excéntrico multimillonario al estilo Mark Zuckerberg que si bien tiene un rol remarcable para la dirección de la historia, siendo la representación absoluta de la mano tras la manipulación en redes sociales, tampoco termina de cuajar y aparece esporádicamente pese a su relevancia como villano principal. Es decir, un gran vacío que vemos dentro de No mires arriba (Adam McKay, 2021) es la cantidad de sinsentidos en la construcción de personajes, de tramas que no van a ningún sitio y de otras que terminan de forma rápida e insulsas —como es el caso del personaje de Jonah Hill—. Es cierto que aunque las películas de McKay parezcan una coña, tenemos que reconocer que casi siempre terminan ganando peso por la solidez y estabilidad de sus guiones —recompensado y  reconocido con un Óscar—. Pero en este caso, el filme pierde el fuelle de las cosas bien hechas y este riesgo le lleva a desaparecer, como ya estamos viendo, de todas las listas de nominaciones.

En el caso de lo interpretativo, sí pensamos que lo de trabajar con estrellas de gran calibre es algo con lo que el cineasta se mueve como pez en el agua. Y es que además de dirigirlos estupendamente su cine ya va ligado a un desparrame de fondos en el elenco, formando parte todo ello de su tirón en salas y, en este caso, de las reproducciones de Netflix. Tener a múltiples ganadores de, al menos, una estatuilla acompañados de la señora Óscar por excelencia: Meryl Streep; es algo que te fuerza a ver lo que está haciendo. Con el punto de mira puesto en la carrera de los ÓscarNo mires arriba no es una película que esté particularmente diseñada para tener tirón: los personajes no están escritos para ello. Se aprecian pequeños ápices brillantes en los papeles de Jeniffer Lawrence Leonardo DiCaprio, pero no mucho más. Como antes hemos dicho, seguimos pensando que todos los errores dentro del sistema fílmico se encuentran bajo el manto de lo escrito. En definitiva, y a forma de cierre, No mires arriba es un largometraje que si bien puede funcionar para echar una tarde de Navidad, tampoco sirve para mucho más. El principal fortín de Adam McKay siempre se ha encontrado en su narrativa escrita y, en este caso, pese a que apruebe con nota, sí es cierto que tampoco se la puede poner en el podio de su filmografía. Porque al igual que en las matemáticas, si en lo que se falla es en aplicar los principios de la ecuación, entonces la base con la que se sostiene todo el problema se tambalea. Y ha habido otros guiones de este cineasta que han temblado menos.

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