Revista Cintilatio
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Nadie (2021) | Crítica

Con ganas de guerra
Nadie, de Ilya Naishuller
Una película tan divertida como despreocupada que encuentra sus virtudes en su ligereza, sus maneras festivas y un tono cómico que, muy bien medido y repartido en su metraje, sabe recordar al mejor cine de acción sin hacer de menos al espectador.
Por David G. Miño x | 30 abril, 2021 | Tiempo de lectura: 6 minutos

El cine de acción suele pecar de inverosímil, casi siempre para satisfacer las expectativas de una audiencia que no querría ver cómo al primer puñetazo la estrella de la función cae abatida escupiendo dientes al frío suelo, y por ello solemos participar de la convención que dicta que los malos caen redondos con apenas una colleja y los buenos pueden soportar cantidades industriales de golpes, balazos, caídas y acuchillamientos sin perder la raya del pelo. Como público, resulta terapéutico abandonar toda incredulidad y lanzarnos a los brazos de lo imposible —o por lo menos improbable—, ya que de ese modo obtendremos lo que hemos ido a buscar; dicho de otro modo, vamos preparados para que nos mientan de un modo que no aceptamos en la realidad. Así, nos hacemos cargo de que Superman con gafas es irreconocible hasta por Lois Lane, de que Ethan Hunt sea más Iron Man que Tony Stark y de que Jack Dawson no cabía en esa maldita tabla. Afortunadamente, no todas las películas de acción se toman tan en serio a sí mismas como para arrancar una sonrisa indulgente o un resoplido indignado, y ese es el caso de la obra que nos ocupa: Nadie (Ilya Naishuller, 2021) tiene el encanto justo, casi todo debido a un Bob Odenkirk enorme al que el carácter de hitman jocoso le viene como anillo al dedo, como para pasar por delante de los ojos sin apenas llegarse uno a cuestionar de dónde ha salido esa pistola o esa navaja, y el sentido de la autoparodia en el punto exacto en el que confluye lo divertido con lo afectado.

Como decíamos antes, vamos a seguir a Hutch Mansell, nuestro Nadie, un hombre que se nos presenta contenido y con aura de perdedor que se verá en la tesitura de tener que renunciar a la aburrida vida acomodada a la que había conseguido acceder tras abandonar su antiguo trabajo como —intuimos— agente especial para vérselas con unos gánsteres rusos de horrible temperamento. Lejos de los típicos héroes de acción que sufren por saltarse las normas —pero que se las acaban saltando igual—, el personaje de Odenkirk está deseando que le den un motivo para apretar el gatillo y abrir la verja a la bestia, y es precisamente por esta cualidad subversiva del típico nice guy que se siente fresco y atrevido y, a su vez, lejos de los mohosos buenos valores que parecen tener infinidad de protagonistas de moral inmaculada pero que no se alteran tras segar centenares de vidas como si fueran la mismísima Parca. A partir de aquí, todo es una narración brutalmente efectiva, muchos litros de sangre, unas coreografías de lucha magníficas y crudas y un sentido del humor que compensa cualquier salida de tono que pueda tener. De este modo, lo verdaderamente interesante de la propuesta de Naishuller es que accede a la acción y al thriller desde una mirada que respeta profundamente el género pero que está pasada por un filtro generacional en el que la testosterona gratuita de seriedad imposible ya no tiene realmente cabida y se divierte entre violencia desenfrenada y un concepto de sí misma tan festivo como expansivo.

Nadie es una bomba de relojería que, llena de seguridad en sí misma, se crece cuando uno menos se lo espera mientras ofrece entretenimiento de primera categoría.

La función se le debe a Bob Odenkirk, un híbrido entre el Bryan Mills de Liam Neeson y el John Wick de Keanu Reeves pero con un sentido del humor mucho más desprejuiciado que, realmente, le sienta como un guante a la propuesta. Como improbable héroe de acción se mueve como pez en el agua, y es gracias a sus maneras que viajan entre el tío duro al que todo el mundo tiene miedo y el pelele de la oficina del que se cachondea hasta el jefe que construye un personaje que cae en gracia precisamente por esta dualidad. El guion, además, que viene firmado por el responsable de la nombrada franquicia de John Wick, Derek Kolstad, encuentra un punto de ligereza que se desmarca de la afectación y los lugares comunes más exasperantes de las películas del vengador solitario y los altera para que todo en la película apunte a la diversión autoconsciente y ligera en lugar de hacia un sentimiento de gravedad demasiado pagado de sí mismo como para convencer, hoy por hoy, a un espectador que busca desconectar con un producto que tenga la entidad suficiente como para no caer en saco roto pero que, a su vez, sepa manejar las expectativas para que el continuo comedia-drama no se vea alterado por ninguno de sus dos extremos y acabe faltando al acuerdo tácito que, por norma general, se establece entre el cine de acción y su audiencia: que sea divertido, pero asequible.

Nadie es una bomba de relojería que, llena de seguridad en sí misma, se crece cuando uno menos se lo espera mientras ofrece entretenimiento de primera categoría. Así, el filme de Ilya Naishuller es un recordatorio de que las cosas bien hechas, pertenezcan al género que pertenezcan, dejan siempre buen sabor de boca, y aunque sus aspiraciones no sean elevadas sí que apela a la parte más gamberra y ligera del espectador, que a través de un metraje contenido en su duración y lleno de alicientes terriblemente satisfactorios —Christopher Lloyd escopeta en mano es, sin duda alguna, una de las cumbres que alcanzaremos en el cine de acción en años— sabe hacerse un hueco entre todo aquel que quiera sentarse en una sala de cine dispuesto a escapar de una realidad que nos persigue demasiado de cerca.