Hoy en día existen, fundamentalmente, dos clases de películas. Por un lado están aquellas que le dan una importancia desmedida a la forma, al estilo, a ser vanguardistas, incluso si esto viene a costa de que el contenido se resienta y de que toda la originalidad y el arte se quede en las capas más superficiales. Por otro lado, están las películas en las que el foco de atención del director está en la historia, y el estilo es una cuestión totalmente secundaria que no ha de molestar ni distraer de lo que se pretende contar. Cada uno de estos estilos tiene sus puntos positivos y negativos, pero es muy infrecuente encontrar una película que fusione estas dos filosofías, que sea atrevida y poco convencional con su forma, pero a la vez tenga un fondo sólido. Monstruo (Hirokazu Koreeda, 2023) es un ejemplo perfecto de película que consigue brillar tanto en su forma como en su fondo, una clase de cine que hoy en día está en peligro de extinción.
Monstruo nos cuenta la historia de Minato, un joven japonés que vive con su madre viuda y que comienza a ser víctima del acoso de un profesor que lo acusa de hacer bullying a un compañero. Preocupada, su madre trata de protegerle al tiempo que el profesor en cuestión comienza a investigar la verdad detrás del asunto, pero choca con una directora que se niega a tomar el asunto seriamente. A a partir de ahí, la película nos cuenta la misma historia vista desde los tres puntos de vista (la madre, el profesor y el propio niño). No diremos más del argumento de una película por un sencillo motivo, esta es una de esas obras que más se disfrutan cuanto menos se sabe sobre lo que se va a ver.
Koreeda es uno de los pocos directores en activo que tiene una forma tan propia como irremplazable, casi artesanal, de contar historias. Sus narraciones, que van desde el drama familiar hasta el thriller, siempre tienen en común el jugar con aquello que el espectador desconoce, proveer información de forma muy controlada para llevar a cabo un juego de gato y ratón con la audiencia. Esta película no es menos, incluso casi se podría decir que lleva esta técnica a su máximo exponente, en tanto que recurre a usar diferentes puntos de vista para jugar con la narración. Sin embargo, lejos de quedarse en el artificio, esta forma de contar la historia tiene un valor narrativo por sí mismo. En el fondo, la película se centra en la relación entre Minato y su compañero de clase, Yori, dos personajes que se encuentran el uno al otro precisamente porque son incomprendidos por el resto del mundo.
Una película de oro envuelta en papel de oro de la que solo se puede extraer un defecto: tras verla, casi cualquier otro filme va a resultar totalmente mediocre en comparación.
El recurso de los diferentes puntos de vista, por lo tanto, traslada esa incomprensión al espectador, que nunca es consciente de todo lo que está viendo hasta el tramo final de la cinta. Si en obras anteriores, como la galardonada Un asunto de familia (Hirokazu Koreeda, 2018) la revelación final servía tan solo como un vehículo para la catarsis final y, aunque bien construida, se sentía que existía únicamente para jugar con el espectador, en esta película el director nipón lleva su sello personal a la excelencia y fusiona su estilo con las necesidades narrativas de la película. El director crea un pequeño universo con varias piezas. Los dos niños (Minato y Yori) que inician una relación que el resto del mundo no parece querer entender; la directora del centro, que bajo una fachada mezquina esconde un inconfesable secreto; el profesor, del que primero pensamos que es un acosador para luego descubrir una verdad mucho más amable y la madre, que se siente incapaz de proteger a su hijo a pesar de sus innumerables intentos por hacerlo. Todas estas piezas interactúan entre sí creando una experiencia narrativa única, que brilla tanto gracias a lo manierista de su forma (con una estructura no lineal y múltiples narradores) como, muy especialmente, a lo conmovedor de su fondo.
Esta filosofía de narración cinematográfica se traslada también al propio tono de la película. En los primeros compases, nos puede dar la sensación de que estamos ante una especie de película de misterio en la que una madre investiga unos presuntos abusos por parte de un profesor que la escuela oculta. El director construye con estos ingredientes una narración que funciona de manera sólida, pero a medida que la película avanza, este misterio de desvanece dando paso en su lugar a un drama no menos cautivador pero que se mueve en un registro aparentemente distinto pero, a la vez, que funciona en perfecta armonía con lo que se nos ha contado hasta ese punto. Koreeda demuestra su seguridad detrás de la cámara y no tiene miedo de hacer una película que puede resultar confusa en sus compases iniciales. Tiene algo de lo que muchos directores carecen: respeto por el espectador. Sabe que no vamos a dejar de ver la película a los diez minutos para buscar algo más divertido en alguna plataforma de contenido. Confía en la audiencia, y la película recompensa esa confianza con creces una vez que todas las piezas encajan.
Porque precisamente, la soledad y la no comprensión son quizá los temas fundamentales de la película. La madre de Minato, que es viuda y vive sola con su hijo, está atemorizada ante la perspectiva de no comprender el motivo por el que su hijo actúa de forma extraña. El profesor, Hori, ha de enfrentarse a la incomprensión del mundo cuando es acusado de abusar de uno de sus estudiantes, y a la soledad cuando, siendo estigmatizado por su presunto abuso, es abandonado por su novia. Pero son los dos niños, Minato y Yori, los que mejor encarnan estos temas. Su relación se basa precisamente en la creación de un mundo propio para protegerse de la incomprensión que sufren del mundo exterior. Esto está tratado con la inconfundible sensibilidad del director japonés, que no recurre a escenas explicativas sino que apuesta, en su lugar, por mostrarnos momentos cotidianos de la vida de ambos personajes, en ocasiones quedándose la cámara con ellos en situaciones que pueden parecer intrascendentes a nivel individual, pero que adquieren un gran significado cuando son vistas en conjunto.
Precisamente la sensibilidad, el otro gran punto fuerte de Koreeda como realizador, funciona en esta cinta a la perfección. El director transmite al espectador las emociones precisas que quiere que sean sentidas en cada momento con la precisión de un francotirador, sin un solo plano que sea redundante, dando a la película tiempo para respirar, para que nos sintamos parte de ella, y recurriendo a la magia de lo cotidiano, de las pequeñas historias. Fiel a su estilo, nos encontramos con una película que apuesta por el minimalismo, que se siente cómoda con planos amplios y generales y evita, en la medida de lo posible, recurrir al plano y al contraplano o a una cinematografía excesivamente compleja. Esta apuesta por el minimalismo acentúa la sensación de realismo de la película y acerca al espectador al mundo que Monstruo nos muestra, casi como si fuéramos un personaje más en lugar de un observador externo. Este naturalismo no ha de confundirse con frialdad a la hora de dirigir. Y si bien es cierto que en determinados tramos la película juega a ser fría en su registro emocional, en su segunda mitad se revela su lado más emotivo
Monstruo es una película que es fácil pasar por alto entre la avalancha de estrenos que regularmente llegan a nuestras pantallas. Sin embargo, es una película que ningún amante del cine debería perderse ya que estamos a un ejemplo de cine tristemente poco frecuente hoy en día, una película que brilla tanto en su aspecto formal como en su contenido. Que es oro envuelto en papel de oro de la que solo se puede extraer un defecto: tras verla, casi cualquier otra película va a resultar totalmente mediocre en comparación. Y esto hace que un servidor se haga una pregunta, ¿por qué la industria nos hace esperar meses o incluso años para darnos joyas de este calibre mientras nos atiborra semanalmente con productos audiovisuales vulgares? Sea cual sea la respuesta, no hay duda de que con más películas como Monstruo el mundo sería un lugar mejor.