Revista Cintilatio
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Mía y Moi (2021) | Crítica

Lazos eternos
Mía y Moi, de Borja de la Vega
Una magnífica muestra de cine sencillo pero reflexivo, que a través de la introspección fílmica localiza el corazón de sus personajes y lo abre sin temor a las consecuencias. Un drama íntimo sobre el duelo, la muerte y las violencias que acechan.
Por David G. Miño x | 8 mayo, 2021 | Tiempo de lectura: 4 minutos

Cuando la dicha es buena, que se suele decir, no hace falta mucho más que un buen guion y un grupo de actores y actrices capaces de representar lo intangible para que se haga la magia. Es este el caso de Mía y Moi (Borja de la Vega, 2021), una preciosa obra llena de verdad y trascendencia que se deja las manos en las relaciones interpersonales, en la superación del duelo tal y como cada uno va buenamente pudiendo. Bruna Cusí, como es habitual, ofrece un recital absoluto de interpretación que monopoliza la cámara de de la Vega mientras da vida a la Mía del título, una de dos hermanos que, hombro con hombro, se enfrentan a la reciente muerte de su madre: ella con mediana entereza, él, Moi, absolutamente destrozado y anulado. El conflicto tiene más que ver con la introducción de un elemento externo en el retiro al que se han sometido Mía, Moi y la pareja de este último —Biel, encarnado por Eneko Sagardoy— para enfrentarse a su desgracia familiar que con el duelo en sí mismo, aunque en todo momento ronde el concepto de la muerte prematura y el trauma, que no por secundario o tangencial pierde potencia discursiva: esa fuerza de discordia, encarnada por Joe Manjón en uno de los personajes más repulsivos jamás vistos, anula todo atisbo de buena voluntad y clima terapéutico, como una ponzoña que cae al agua y contamina todo a su alrededor, y revierte la posibilidad de la elaboración del duelo hasta un punto mucho más primario y físico, elemental, sacando las vergüenzas éticas a un grupo de personas que ha perdido el control casi como si se les hubiera metido en casa el Tyler Durden de El club de la lucha (David Fincher, 1999).

El uso de la cámara y los espacios tiene una importancia capital en el desarrollo de Mía y Moi. En la captura, solo un personaje está de espaldas y fuera de foco.

Pero vamos con su virtuosismo fílmico. Mía y Moi usa un lenguaje visual minimalista que se nutre constantemente de lo natural, de los espacios interconectados entre sí, de las fuerzas de lo salvaje y lo que implican a nivel simbólico. Mientras filma el mar y la desnudez frente al océano de los tres protagonistas, como una representación del ser humano ante la inmensidad, va introduciendo poco a poco juegos de cámara más cerrados y claustrofóbicos. Mía entra poco a poco en un estado de anulación personal que el público percibe como algo que no encaja con lo que había conocido de ella —de nuevo, me reitero, enorme Bruna Cusí—, y va matizando un personaje que mantiene una conexión muy profunda con su hermano y que Borja de la Vega sabe mantener en todo momento bajo la sensación de «inestabilidad controlada». Jerárquicamente, el estudio de personajes que ofrece Mía y Moi mantiene el foco en todo momento situado sobre los dos hermanos —mencionemos en este punto el magnífico trabajo de Ricardo Gómez en la piel del traumatizado Moi—, aunque para ello se valga de los factores externos que influyen sobre ellos para definirlos por contraste: solamente podemos conocerlos por las interacciones que establecen con los elementos que los rodean más que por ellos mismos, convirtiendo el visionado del filme en una magistral clase de desarrollo personal subjetivo, que además de mitificar el intercambio entre ellos lo convierte en una especie de tótem que solo tiene sentido al actuar en conjunto. El personaje de Sagardoy como pareja de Moi aporta la puerta de acceso a la desconexión de este último para con todo lo que precede al momento del trauma —la muerte de su madre—, y al final acaba por formalizar otro elemento más que apunta hacia la misma dirección que la totalidad de la película: la casa en la que viven Mía y Moi no es solo física, sino mental, y solo ellos dos tienen llave para entrar y salir.

Una muestra de gran cine, tan lejos y tan cerca de lo conocido que permite sentirla como algo profundamente personal.

A pesar de haber contado con un presupuesto muy limitado, el filme se mantiene todo el rato en lo más alto de su narrativa, y va virando sobre la marcha llevando su leitmotiv desde el duelo hasta el enfrentamiento a las violencias estructurales, todo ello mientras empuja poco a poco sus intenciones desde la luminosidad y una aparente calma hasta una sucesión fílmica que va provocando angustia e impredecibilidad: se debate entre el drama intimista de personajes y el suspense turbio, casi polanskiano, y aunque nunca deja de ser fiel a sí misma, cambia y se retuerce sin permitir que el espectador aparte la mirada ni un solo momento de la pantalla. ¿Qué es Mía y Moi después de todo? Una muestra de gran cine, tan lejos y tan cerca de lo conocido que permite sentirla como algo profundamente personal y, a la vez, lejana y externa. Una pequeña gema que no por pequeña es menos grande.