Revista Cintilatio
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MaXXXine (2024) | Crítica

En defensa del sexploitation
MaXXXine, de Ti West
Ti West culmina su trilogía con una película que homenajea el cine de sexploitation y que, si bien es menos redonda que sus dos anteriores obras, también abarca más a nivel temático y de mensaje.
Por Roberto H. Roquer | 23 agosto, 2024 | Tiempo de lectura: 11 minutos

Con la representación de la sexualidad en el arte siempre ha existido una hipocresía. Cuando una obra que entendemos que tiene una gran calidad artística presenta algún contenido sexual (como por ejemplo en el caso de un cuadro como El orígen del mundo de Courbet) generalmente este se acepta e incluso se aplaude como parte de la libertad artística del autor, sin embargo, cuando esta sexualidad está presente en alguna obra que se entiende como artísticamente inferior (véae por ejemplo una canción de reggaeton) ese mismo público la calificara de obscena, de mal gusto, cosificante o hipersexualizadora, como si un cantante de un determinado estilo musical tuviera menos derecho a su libertad artística que un pintor que expone en museos. ¿No es acaso un ejercicio de hipocresía y de snobismo que el derecho a ejercer la libertad artística se otorgue o se le retire a un artista en base a la presunta calidad artística que la crítica entienda que tiene su obra? Esa doble vara de medir es si cabe más pertinente en el mundo de la fotografía o el cine. Dejando a un lado la calidad artística, ¿cuál es la diferencia entre, por ejemplo, un libro de fotografía de desnudos de Helmut Newton y un número de la revista Hustler? ¿O entre películas eróticas celebradas por la crítica como La vida de Adèle (Abdellatif Kechiche, 2013) o Eyes Wide Shut (Stanley Kubrick, 1999) y obras abiertamente pornográficas? La respuesta es que, más allá de el valor artístico, prácticamente no hay ninguna. Sin embargo, raro será ver a quienes tachan de zafias, sexistas o inmorales a las segundas y tener los mismos reparos hacia las primeras. Evidentemente, si nos ponemos a hablar de cuestiones artísticas, es indudable que hay un mundo entre unas obras y otras, pero lo que se plantea aquí no es que unas y otras jueguen en la misma división a nivel artístico, sino que ese baremo no es válido para decidir indignarse o no (y mucho menos permitir o censurar) por el uso de la sexualidad que haga una obra, y empeñarse en que una película erótica premiada en algún festival y una cinta pornográfica son dos cosas esencialmente distintas y por lo tanto requieren de un tratamiento diferente por parte de la sociedad no deja de ser un ejercicio de hipocresía.

Es precisamente esto por lo que siempre he tenido un cariño especial al cine de sexploitation, un tipo de cine de serie B que surge entre finales de los sesenta hasta principios de los ochenta y que ocupa la tierra de nadie entre la pornografía y el cine convencional, mezclando argumentos relativamente complejos y valores de producción cercanos al cine convencional con numerosas escenas de sexo explícito y en ocasiones real similares a las que encontramos en la pornografía. Si bien este subgénero nos ha dejado algunas películas absolutamente excepcionales, como Historia de O (Just Jaeckin, 1975), Sex and Fury (Norifumi Suzuki, 1973) o especialmente la maravillosa e imprescindible Los demonios (Ken Russell, 1971), la mayoría de películas que surgieron del sexploitation fueron bastante mediocres, y en la mayor parte de los casos no eran más que películas pornográficas particularmente pretenciosas como en el caso de Carne (Armando Bo, 1968) o La violencia del sexo (I Spit on Your Grave, Meir Zarchi, 1978). El valor del sexploitation, en realidad, no estaba en su calidad artística, sino en cómo jugaba con el medio cinematográfico para evidenciar precisamente estas hipocresías y burlarse de los pánicos morales frente al sexo. Ahora, décadas después, llega a nuestras pantallas MaXXXine (Ti West, 2024), una película que homenajea este cine e invita a las mismas reflexiones.

La película abraza sin complejos la estética del cine de serie B de los setenta y ochenta.

La película se ambienta a inicios de los ochenta y empieza tras los sucesos de X (Ti West, 2022). Maxine, habiendo regresado a Los Ángeles, decide dejar atrás su carrera como actriz porno y dar el salto a Hollywood, logrando un papel en una película de terror. Sin embargo, una serie de asesinatos perpetrados por un misteriosos asesino en serie que parece estar conectado con el pasado de la protagonista ponen en riesgo sus ambiciones de convertirse en una estrella del cine.

West, como ya hizo en sus dos películas anteriores, demuestra tener un don especial para entender el cine del pasado y replicarlo, evitando quedarse solo en lo estético o lo superficial para en su lugar ser consciente de los elementos que hacen a este cine especial y transformarlo en parte de su propia película. En este caso, el director se aleja del slasher setentero puro y duro que caracterizaba las dos películas anteriores de su trilogía para en su lugar acercarse al cine de sexploitation, todo ello aderezado con referencias al cine del Nuevo Hollywood, en especial a De Palma y al primer Coppola. Esto se caracteriza por ejemplo en su dominio de la mezcla de géneros, sabiendo en todo momento cómo mezclar el terror con el thriller, el policíaco y el erótico (si bien el contenido sexual de esta película es menor a lo que nos podemos encontrar en una cinta de sexploitation original) y en especial el manejo de la estética propia del cine que trata de homenajear. La violencia explícita, la iluminación con alto contraste y etalonajes saturados que imitan el aspecto del cine de bajo presupuesto de la época, e incluso el uso de la música o de los movimientos de cámara abrazan sin complejos el estilo del cine de serie B de los setenta y ochenta. Si bien no es extraño que hoy en día muchas películas se inspiren en la estética de este cine, generalmente estas influencias se mezclan con otras modernas o se hiperestilizan y edulcoran para acomodarlas a los parámetros del cine de autor contemporáneo, algo de lo que incluso las dos primeras partes de la trilogía de West son por momentos culpables.

MaXXXine en cambio opta por abrazar sin tapujos la esencia del cine que homenajea y como resultado da una película que, si bien comparte universo, temas y estética, es radicalmente diferente a las otras dos partes que la han precedido. No solo hablamos de la película más grande y ambiciosa de las tres, sino también de la más densa a nivel de personajes o temas que se tocan. Si las dos anteriores películas eran como un teleobjetivo que se centraban en unas historias relativamente pequeñas, MaXXXine es como un gran angular, una película que trata de capturar muchas cosas al mismo tiempo, incluso si como resultado en ocasiones la película pierde el foco de lo que nos está contando o no puede dedicar a sus personajes la misma atención que en las anteriores entregas. Esto da como resultado que, si bien en ocasiones la película se vuelve algo dispersa o no llega a ser el estudio de personajes que sí eran sus dos predecesoras, a cambio logre crear un pequeño universo por momentos casi reminiscente de la obra de Tarantino o Paul Thomas Anderson (aunque nunca tan rico como el de estos dos autores).

Estamos ante un filme en el que sus defectos no se deben tanto a la incapacidad del director como a su voluntad de abrazar el cine al que está homenajeando.

De nuevo, la obsesión con la fama es uno de los temas fundamentales, al igual que en las dos entregas anteriores de la trilogía.

No es que la película abandone su interés por desarrollar a sus personajes, sino que ahora esta tarea ha de balancearse con otras muchas cosas que la película también quiere hacer, como contar un thriller sobre un asesino en serie o hacer una crítica sobre la industria del cine estadounidense o el culto a la fama. Eso no significa que West se olvide de construir a su personaje protagonista, y en efecto vemos a una Maxine obsesionada con la fama, en parte como una respuesta psicológica a la relación traumática que la película da a entender que la joven había tenido con su abusivo padre. La protagonista que cubre sus heridas y traumas con la obsesión con la fama da a Maxine una serie de matices que se añaden a lo que vimos en X y nos permiten conocer mejor a este personaje. Habrá quien piense que la película nunca le da a su protagonista una evolución como personaje dado que su relación patológica con la fama nunca se transforma, pero eso es sin duda una lectura equivocada de la película. No es que el personaje no evolucione, sino que a pesar de intentarlo, el personaje nunca llega a ser capaz de evolucionar debido a que sus limitaciones como ser humano se lo impiden.

A cambio de centrarse menos en el estudio de personaje que las otras dos partes, la película se muestra mucho más rica en lo que respecta a sus temas. Por un lado, la película explora algo que ya vimos en las otras dos partes: la obsesión de la cultura estadounidense por la fama y la industria del espectáculo. No obstante, en esta tercera entrega se profundiza más en este aspecto, limitándose no solo a los impactos negativos de esta obsesión en el individuo, sino también en la naturaleza abusiva de esta industria. Pero la película va más lejos al mostrar la otra cara de la sociedad estadounidense: la de los pánicos morales (lo que hoy en día algunos llaman ofendiditos) en este caso reflejados en grupos ultrareligiosos que se oponen al rodaje de ciertas películas por ser consideradas inmorales.

Estados Unidos son dos países metidos dentro de una nación. Por un lado, está el Estados Unidos conservador, rural, y del interior, un país profundamente protestante en lo religioso. Por otro lado está el estados unidos de las costas, progresista y más globalizado, aunque enormemente elitista y aporofóbico. El segundo de estos Estados Unidos suele considerarse intelectual y culturamente superior al primero (en parte por estar formado en amplia medida por personas que, por algún motivo, consideran un mérito el haber pagado 80.000 dólares o más a una universidad por unos estudios que consistían en leer a Derrida o Rolan Barthes, sin comentarios…) y disfruta enormemente burlándose del primero, por lo tanto son tremendamente habituales en el cine estadounidense un tipo de películas que consisten en un grupo de urbanitas de clase media alta que, por uno u otro motivo, se quedan varados en la América rural en donde son perseguidos por alguna clase de asesino en serie/familia de psicópatas/secta destructiva (curiosamente ignorando que estas tres cosas son estadísticamente más habituales en zonas urbanas) pero al mismo tiempo esta América urbana y costera se muestra profundamente intolerante cuando es ella la destinataria de la burla o la crítica.

Mia Goth ofrece, como de costumbre, una gran interpretación, aunque el guion no siempre sabe exprimir su personaje.

MaXXXine, a diferencia de las dos anteriores películas del director, se burla de ambas Américas. A la América protestante rural la critica por su fanatismo religioso y su hipocresía, atacando a la celebrity culture mientras intenta a su modo ser parte de ella. A la América cosmopolita urbana de las costas, en cambio, la critica por su superficialidad, su frivolidad, su carácter alienante y su carencia de cualquier tipo de ética o de valores. Haciendo una metalectura, es interesante que esta película se acerque a un género como el sexploitation, que en su tiempo se hizo popular por cuestionar la diferenciación de desnudo artístico (socialmente aceptado) y desnudo pornográfico (socialmente denostado) precisamente para hacer lo mismo: poner a prueba la capacidad de una parte de la crítica y la audiencia cuando se cuestionan determinadas concepciones (con trasfondo sociológico) que dentro del género del terror tienden a darse por sentadas. En otras palabras, una película sobre los ofendiditos de los años ochenta diseñada para atacar a los ofendiditos de 2024. Es además interesante que después de dos películas protagonizadas por personajes femeninos obsesionados con una fama que nunca llegan a alcanzar, esta tercera parte nos traiga una protagonista que sí logra conseguirla, solo para mostrar al espectador el lado oscuro de dicha fama. Casi como si West quisiera cerrar el círculo iniciado en sus anteriores películas y mostrar los temas que ya hemos visto desde una nueva óptica.

En lo referente a las actuaciones, Mia Goth nos da aquello a lo que ya nos tiene acostumbrados, en una relación de actriz-director que ya llega a las tres películas y no parece dar signos de fatiga. Haciendo gala de la intuición de los grandes actores, la británica sabe cuando mezclar los registros para llenar a su personaje de matices, incluso si en esta ocasión el guion le da a la protagonista menos material para trabajar con su personaje que en las entregas anteriores. El resto del reparto está a la altura, siendo consciente de la clase de película en la que están, un homenaje a la serie B de los setenta y ochenta que funciona mejor cuando sus actores no se toman sus roles demasiado en serio y, en cambio, prefieren divertirse con ellos, siendo destacable un divertidísimo Kevin Bacon. 

MaXXXine es una película por momentos irregular, pero resulta a la vez un caso interesante, ya que estamos ante un filme en el que sus defectos no se deben tanto a la incapacidad del director como a su voluntad de abrazar el cine al que está homenajeando (en este caso el cine de género y de bajo presupuesto de la segunda mitad del siglo XX) incluyendo tanto sus virtudes como sus defectos, sin miedo a incluir dichos defectos en su obra porque West se muestra más interesado en la autenticidad que en la perfección.