Un tema complejo el de Lucas (Álex Montoya, 2021), y un enfoque alejado de los lugares comunes. Teniendo en cuenta que los terrenos que transita la pieza se podrían situar con facilidad en la controversia, es grande el mérito que le podemos atribuir a Montoya en tanto en cuanto se las ingenia para ofrecer un producto audiovisual elegante y singular que no se queda atrapado en juicios vacíos ni alegatos unidimensionales de más carga política que ideológica —que es el mayor problema que le podemos detectar a una obra audiovisual: que disponga más militancia de traje y despacho que de camiseta y calle—, y que tiene la audacia de remangarse y bajar al barro para diseñar unos personajes en absoluto libres de pecado pero capaces de generar la ambivalencia, la contradicción emocional, la duda del posicionamiento ético en el espectador, incapaz en ocasiones de verter un continuo de opinión al prescindir por completo Lucas de términos moralizantes o absolutistas. Podemos considerar que su diseño de personajes —en los dos principales al menos— es su punto fuerte, y que su pretensión de localizar un continuo libre de realidades contaminadas por el sensacionalismo es loable desde todos los ángulos: a pesar de que juega en la cuerda floja y se mete en jardines muy tensos que tocan la adolescencia descarriada y la pedofilia, logra la indemnidad gracias, por un lado, al excelente trabajo interpretativo de Jorge Motos y, sobre todo, Jorge Cabrera, y a un uso de un estilo directivo que busca el impacto desde la mesura, que se apoya en el fuera de campo y el diálogo para componer su totalidad.
Por la contra, si bien en lo referente a su uso bien medido de la tendencia representa una virtud clara y admirable, que como decimos no articula un elogio ni una condena, sino una pregunta con base en la ambigüedad, no podemos decir lo mismo con igual intensidad de la coherencia de su estructura: su guion está diseñado para funcionar más en el plano emocional que en el intelectual, y por culpa de ello introduce determinados hechos que solo se pueden calificar de «casualidad casi imposible» con el fin de empujar la acción hacia delante y alentar el crecimiento de Lucas y compañía, pero que se sienten demasiado artificiales dentro de una narración que, por otro lado, goza de una organicidad muy elevada al margen de estas salidas de tono. Es este choque, de lo que entra con calzador y lo que fluye con naturalidad, el principal hándicap que lastra la obra de Álex Montoya, un filme que, no obstante, y una vez superados los escollos sistémicos a los que se enfrenta, encaja muy bien los engranajes que se enfrentan en una sociedad muy polarizada: la adolescencia fuera de lugar, la culpabilidad por la muerte de un ser querido y la maternidad irresponsable que nace del mismo sentimiento de pérdida son, de este modo, los tres pilares de una narración que busca delimitar y operacionalizar el duelo desde tres pares de ojos distintos, y que nunca se muestra particularmente crítico ni agresivo con ninguno de ellos, sino aperturista y delicado en la búsqueda de un centro de gravedad común. Del mismo modo, la introducción del personaje en discordia —si atendemos a la sinopsis, el adulto que busca a Lucas, quinceañero, para obtener fotos suyas y hablar por internet con adolescentes creando perfiles falsos con su apariencia en redes sociales—, el interpretado con excelencia y grandes matices por Jorge Cabrera, marca la brújula moral del relato, que crea una interrelación entre el chico que quiere escapar de una realidad que le resulta insoportable y el hombre adulto que nunca llega a alcanzar una definición clara de sí mismo y con el que el espectador encontrará grandes problemas para definir su empatía/simpatía, pero que representa la esencia de Lucas al rechazar estigmas y construir argumentos serios.
Una película muy estimulante que ofrece intensidad, audacia y un sentido de la moral muy perfeccionado.
Lucas es una obra exigente en lo moral y lo emocional, que requiere cierta introspección y no rehuye el riesgo de mostrar un plantel de personajes controvertidos y difíciles de contemplar que presentan muchas aristas de carácter y comportamiento, y que gracias a ello ofrece un visionado que se presta a la reflexión y que canaliza la búsqueda de una respuesta que nunca está situada en un primer plano. Y precisamente por ello, y a pesar de caer en algunos agujeros narrativos que hacen retroceder la obra algunos pasos en su carrera hacia la proporcionalidad entre contenido y continente, es una pieza muy estimulante que ofrece intensidad, audacia y un sentido de la moral muy perfeccionado que, al final, tiene más puertas abiertas por un lado que cerradas por el otro.