Hay determinadas películas que pierden su dirección en medio de una tormenta de ideas, preocupadas por dar un puñetazo en la mesa a través de excentricidades narrativas, de homenajes, de mezclas de género y de estilo que no satisfacen realmente al conjunto, quizá porque ocupan demasiado espacio en su expansión, y cuando llega el momento de entrar en la propuesta e integrarla dentro de un esquema fílmico comprensible, ya habrán pasado demasiados minutos de metraje y la batalla por la atención estará bastante fuera de lugar. Es más o menos el caso de La venganza es mía, todos los demás pagan en efectivo (Edwin, 2021), una película extraña que no llega a penetrar desde ningún frente y que mezcla un fuerte homenaje a las producciones de serie B ochenteras indonesias, tailandesas o filipinas; una mezcla de géneros que van desde la acción al drama o la comedia; y la crítica social no particularmente inspirada y muy dentro de la parodia. Así, y teniendo en cuenta que para desarrollar toda su propuesta consume una gran cantidad de metraje que, a la larga, hace que se resienta el nivel de atención e interés que es capaz de suscitar en el espectador, la película de Edwin se sigue con cierta indulgencia precisamente por lo cándido de su estética y lo abiertamente cutre de todo lo que la rodea, pero no logra trascender ni en lo referente a su subtexto —que apunta al estudio de la masculinidad— ni en lo que tiene que ver directamente con su desarrollo, que se encuentra con demasiados cambios de tono y de registro.
Una obra extraña y chocante, a veces incluso divertida y un poco ingenua, pero que nunca llega a salir de su cascarón.
La película sigue a un luchador callejero llamado Ajo Kawir con un problema que le atormenta: disfunción eréctil. A partir de una pelea con la guardaespaldas de un hombre al que se disponía a apalizar, sus sentimientos comenzarán a aparecer y se enamorará perdidamente de ella. De aquí surge todo el entramado de la película, y se empezará a enredar en una historia de amor que no lleva realmente a ningún lugar claro, que tropieza con unas metáforas sobre la impotencia y la eyaculación precoz bastante inocentes, y que introduce elementos mágicos y de fantasía que más que aportar originalidad o ruptura colocan a la obra en un continuo en el que se acaba asemejando más a una comedia de enredo con muchas concavidades que a un drama o thriller de acción y fantasía que llegue a convencer en su intención de tocar múltiples orillas. El filme no se beneficia en absoluto de un ritmo que, debido a esa amplitud temática que pretende encontrar, se queda atrapado en una montaña rusa de subidas y bajadas en las que lo que impera, realmente, es la irregularidad: guarda en su interior escenas de mucha fuerza y estilo, y otras que expulsan al espectador con violencia, y es la conjunción de ambas vertientes la que convierte a esta La venganza es mía, todos los demás pagan en efectivo en una película extraña y chocante, a veces incluso divertida y un poco ingenua, pero que nunca llega a salir de su cascarón.