Revista Cintilatio
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La noche de los reyes (2020) | Crítica

Juglar a vida o muerte
La noche de los reyes, de Philippe Lacôte
Un filme de originalidad transgresora y estética cautivadora que, usando herramientas narrativas dignas de una matrioshka, ofrece interesantes reflexiones sociológicas e intelectuales mientras invoca un folclore muy detallado y simbólico.
Por David G. Miño x | 7 marzo, 2021 | Tiempo de lectura: 4 minutos

Películas que transcurren en cárceles hay muchas. En cárceles dirigidas por reclusos menos. En cárceles dirigidas por reclusos en mitad de un bosque de Costa de Marfil impregnadas de ritualismo africano y una narración múltiple casi ninguna. La nuit des rois (Philippe Lacôte, 2020), también conocida como La noche de los reyes, se adentra en las profundidades de «La Maca», una prisión regida por sus propias reglas en la que el alcaide forma parte de los presos y los guardias observan el devenir de los hechos a través de sus despachos sin ningún tipo de margen de maniobra ni de voz de mando. En medio de esta situación, un nuevo inquilino llega a prisión, y esto servirá de excusa para desatar una serie de acontecimientos que por momentos rozan el surrealismo —la película, por otro lado, hace uso de un tono particularmente teatral y dado a la hipérbole, por lo que las salidas de realidad no se perciben como un elemento discordante— que no vamos a desgranar aquí en virtud de obtener un visionado más satisfactorio: cuanto menos se sepa del desarrollo de la propuesta del cineasta marfileño más se puede disfrutar de su original y rompedora exposición de los eventos.

Atendiendo a sus múltiples referencias sociales, es casi imperativo conocer un poco la realidad que se vive en el país africano para conectar con sus denuncias. Hay referencias explícitas a Laurent Gbagbo, presidente de Costa de Marfil entre los años 2000 y 2011 y a la crisis poselectoral que sufrió la nación en el año 2000, cuando el gobernador militar golpista Robert Guéï se negó a reconocer la victoria democrática de Gbagbo y se creó una situación de caos y protestas en las calles. De este modo, La nuit des rois actúa casi como una analogía entre Costa de Marfil y una gran cárcel dejada de la mano de Dios en la que los «malos» ejercen un poder ilimitado en formas aunque acotado en espacio. Las conclusiones parecen claras.

La noche de los reyes encuentra una victoria cuando entra dentro de sus propias leyendas y las explora creando puntos de ancla con el espectador.

La interrelación entre la historia principal y la narrada por Roman conecta directamente con la realidad marfileña a través de escenas exteriores de gran belleza que se contraponen con la suciedad, la inmundicia y la oscuridad de «La Maca».

Es su parte narrativa, precisamente, la que ofrece más dudas en el plano puramente cinematográfico: si bien su contenido, aunque supeditado a un conocimiento de base para, como decimos, entrar de lleno en sus sutilezas, está más que justificado estilísticamente, sus métodos expositivos puedan pecar de resultar demasiado confusos. No quiere esto decir que sea difícil de seguir ni de disfrutar, sino que su potente identidad y reglas internas requerirían más desarrollo para conectar con la audiencia a un nivel más profundo y personal. El personaje principal, al que apodan Roman —decir a este respecto que todos los reclusos tienen motes de lo más revelador que encajan con una realidad concreta que se expresa en segundo plano, tales como Sexy, Barba Negra, Medio Loco, Silencio…— debe salvar la vida a base de contar una historia, un hecho metaficcional que conecta la estructura de la película con el propio contenido: La nuit des rois se expresa a sí misma a través de un cuento que vive en el interior de otro cuento, negándole al público cualquier ancla de tipo intelectual para deducir si la narración principal es más o menos cierta de lo que aparenta. Lo que sí deja claro es que, en su lucha por sobrevivir, Roman improvisa una versión muy imaginativa y alegórica de la muerte de Zama King, un personaje ficticio —la película, de hecho, fue anunciada en 2017 con ese nombre— que funciona como una leyenda urbana que los presos idealizan y que guarda una estrecha relación con su contenido subtextual.

En su apartado artístico, si bien podemos leer que guarda grandes similitudes con Ciudad de Dios (Fernando Meirelles, Kátia Lund, 2002) tanto en lo estético como en sus intenciones expositivas, puede presumir de haber creado un universo propio de gran personalidad fotográfica y referencial —la luna roja, la introducción de unos elementos del folclore africano mejor integrados que en otras obras recientes como Casa ajena (Remi Weekes, 2020)—. La nuit des rois encuentra una victoria cuando entra dentro de sus propias leyendas y las explora creando puntos de ancla con el espectador, y a la vez pierde fuelle al depender en exceso de la relación que establece entre lo que ocurre y lo que realmente está queriendo decir. Innegablemente, y siendo una propuesta única que demuestra gran gusto por su propia mitología y un enorme respeto por el arte que representa merece, como mínimo, el beneficio de un visionado desprejuiciado. El resto, literalmente, es historia.