Revista Cintilatio
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La hija (2021) | Crítica

Perseguir lo que no se tiene
La hija, de Manuel Martín Cuenca
Manuel Martín Cuenca ofrece una película que navega entre el thriller y el drama de personajes, que toca lo intimista pero también lo feroz a través de un trío protagonista muy bien alineado y un guion ambiguo que juega fuerte sus bazas.
San Sebastián | Por David G. Miño x | 22 septiembre, 2021 | Tiempo de lectura: 3 minutos

Llegado el momento, es fácil preguntarse si la última película de Manuel Martín Cuenca es posible enmarcarla dentro del género del thriller, del drama, o de los dos a la vez. La verdad es que La hija es una obra confusa, que tiene la capacidad para hacer que el espectador mantenga la tensión durante gran parte del metraje pero, por otro lado, a veces se rebaje en pasajes mucho más livianos y poco afinados, entendiendo esto último como que se diluye la carga narrativa hasta el punto de que se convierte casi en una pieza contemplativa, en la que cobra más relevancia la historia personal del trío protagonista que el devenir de la acción. Claro, que esto no es necesariamente algo negativo, sino difuso: en el momento en el que uno entra en el juego de La hija, la tensión que construye Martín Cuenca pasa a un primer plano constante, por lo que los momentos de drama de personajes abierto pareciera que dividen la película en dos secciones diferenciadas, la que tensa y la que destensa, como dos fuerzas equivalentes y opuestas que tiran y aflojan de la misma cuerda. Por otra parte, y además de poseer cierta inspiración polanskiana en el uso de los espacios y la violencia —la física y la estructural—, jerarquiza sus personajes en un continuo de posible identificación con la audiencia, y los va moviendo en esa línea estableciendo variaciones que son, sobra decirlo, las que hacen que la pieza se sienta como un organismo vivo.

Una obra que se disfruta ampliamente y que despliega una estética opresiva formidable y eficaz.

El uso de los espacios es uno de los puntos fuertes de la obra de Manuel Martín Cuenca.

Pero, ¿qué nos está contando Manuel Martín Cuenca con La hija, después de todo? Javier Gutiérrez interpreta a un educador de un centro de menores que se lleva a su propia casa a Irene —interpretada por la debutante Irene Virgüez—, una adolescente de catorce años embarazada de la que se hará cargo, atentando contra la ley, con el fin de ayudarla con el futuro bebé. De aquí es de donde nacerá todo el conflicto, y desde donde se irá construyendo lentamente un juego de profetas y falsos culpables que será, al final, el responsable de que el éxito de La hija descanse sobre la capacidad que tenga su audiencia de conectar con la premisa, de entrar en el tablero en el cual los personajes son entes modificables que actúan guiados por motivaciones no siempre comprensibles —no ayuda que no profundiza demasiado en sus tangencialidades, como la adopción, el embarazo adolescente, los servicios sociales, etc.— pero casi siempre, al menos, identificables. A este respecto, destacar por encima de todo, además del muy solvente trabajo interpretativo de su trío principal —los mencionados Gutiérrez y Virgüez y Patricia López Arnaiz—, el excelente pulso para la puesta en escena y el manejo de cámara de Martín Cuenca: todo el éxito de la tensión sostenida y la rigidez en las formas se le debe al talento para usar los espacios a favor del relato y convertirlos en una parte activa del decorado. La hija puede ser una película que recompense realmente una vez dentro de sus preceptos, pero es una obra que se disfruta ampliamente y que despliega una estética opresiva formidable y eficaz. Y además, es deliciosamente ambigua.