Entrar de lleno en el juego de Impetigore (Joko Anwar, 2019) requiere excepcionalmente poco esfuerzo. Desde el mismo comienzo, logra atraer la atención del espectador con una de esas escenas absorbentes por su pureza argumental, alejándose de complejidades innecesarias que dificulten la primera toma de contacto: dos mujeres jóvenes, trabajadoras de puestos de peaje, hablan entre ellas a través del teléfono móvil mientras llevan a cabo su oficio; el diálogo —uno de esos que recoge en cierto modo el estilo Tarantino, en el que los personajes no hablan de nada pero expresan sus motivaciones a través de lo ajeno— va adquiriendo cada vez un tono más localizado, hasta que culmina con unos hechos que darán pie a la historia a desarrollar. No supone una novedad en lo narrativo, pero conecta con el público de un modo muy orgánico, muy primario, al acceder directamente a lo vivencial por encima de lo impostado.
Las dos amigas, a raíz de lo sucedido, comienzan una nueva vida que las libere de las ataduras del trabajo precario y mal pagado, y se embarcan en un viaje hacia los orígenes de una de ellas que no saldrá como habrían esperado. En lo estrictamente cinematográfico, Impetigore da mucho por muy poco, ya que se aleja conscientemente de lo críptico o poco inteligible para entrar de lleno en el terreno de lo perturbador a través de las imágenes. Siendo eminentemente un cuento de magia negra y enfermedad —Impetigore hace referencia a impétigo, una infección de la piel, aunque su título original en indonesio, Perempuan Tanah Jahanam, signifique algo así como Mujeres de la tierra maldita—, va mostrando sus cartas poco a poco, y a pesar de que se detecte la trampa de guion o un inminente plot twist en el horizonte, no impide que se disfrute con facilidad en tanto en cuanto nos mantengamos dentro de su propuesta. El guion de Joko Anwar irá ofreciendo la información a cuentagotas, demostrando una gran habilidad en el manejo del tempo fílmico que mantiene en todo momento las ganas de saber más y más de esa mitología que acertadamente explora y recorre.
Con su punto horror folk y dejando imágenes muy potentes en el recuerdo, el filme de Joko Anwar destaca entre sus análogos al convertir en bandera la simpleza argumental sin renunciar al terror más elemental.
Visualmente, como comentábamos más arriba, ofrece un espectáculo de luces y sombras de lo más atrayente, ya que además, en lo narrativo, usa el arte del títere para desarrollar la historia, entrelazando de un modo preciosista, bello incluso, las marionetas con el fuego, la luz, los rincones oscuros que configuran sus escenarios opresores y apagados. A pesar de que en ocasiones abuse de recursos más convencionales que no están a la altura de un imaginario propio muy bien definido, cabe la posibilidad de no tenerlos en particular consideración al formar parte de un todo muy bien engrasado que funciona porque las interpretaciones, las localizaciones y el trasfondo son de lo más competentes. Así, en el punto distintivo que suponen esas líneas de diálogo tan divertidas y bien ejecutadas —que acabarán por configurar el carácter individual de los dos personajes principales, de los que conoceremos personalidad, pasado y motivaciones sin cargantes flashbacks u otras ideas menos inspiradas— encontraremos la verdadera esencia de Impetigore: su extrema vocación por divertir sin arrogancia. Con su punto horror folk y dejando imágenes muy potentes en el recuerdo, el filme de Joko Anwar —cuyas dos actrices principales, Tara Basro y Marissa Anita conforman una de sus grandes virtudes— destaca entre sus análogos al convertir en bandera la simpleza argumental sin renunciar al terror más elemental que, todo sea dicho, merece su lugar en el cine.