El testamento del Doctor Cordelier
Jekyll y Hyde en el cine

País: Francia
Año: 1959
Dirección: Jean Renoir
Guion: Jean Renoir (Novela: Robert Louis Stevenson)
Título original: Le Testament du docteur Cordelier
Género: Intriga
Productora: Pathé
Fotografía: Georges Leclerc
Edición: Renée Lichtig
Música: Joseph Kosma
Reparto: Jean-Louis Barrault, Teddy Bilis, Michel Vitold, Jean Topart, Gaston Modot, Jean Renoir
Duración: 95 minutos

País: Francia
Año: 1959
Dirección: Jean Renoir
Guion: Jean Renoir (Novela: Robert Louis Stevenson)
Título original: Le Testament du docteur Cordelier
Género: Intriga
Productora: Pathé
Fotografía: Georges Leclerc
Edición: Renée Lichtig
Música: Joseph Kosma
Reparto: Jean-Louis Barrault, Teddy Bilis, Michel Vitold, Jean Topart, Gaston Modot, Jean Renoir
Duración: 95 minutos

Realizamos un recorrido por las versiones más representativas de la novela de Stevenson por antonomasia, que encumbran este texto casi a categoría de mito, excepto por el simple hecho de no tener clara la oralidad de su origen.

Allá por el año 1886, Robert Louis Stevenson editaba el que fue su rotundo éxito literario El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, una novela que a pesar de su brevedad (nueve capítulos cortos, que gracias a este éxito incorporaron un décimo donde Jekyll hacía un relato completo del caso, en posteriores ediciones) fue un bombazo en todos los sentidos. Cuando decimos que tuvo éxito, lo hacemos no solo en torno a su posible conversión en mito, si bien este concepto es relativo ya que el origen de todo mito viene de la tradición oral, sino a la gran cantidad de adaptaciones en teatro, cine, televisión o música que a partir de aquí se fraguaron. El número de royalties que hoy en día pues encumbrarían al escritor escocés sería impensable, hasta el punto de que Hanna y Barbera, los populares directores de dibujos animados la usaron en capítulos sueltos de algunas de sus series de animación tradicional, por ejemplo, Tom y Jerry (1940). Hay que decir por tanto que no solo han sido versiones serias y sesudas las que siguen encumbrando la obra por excelencia del escritor de La isla del tesoro, también las hay paródicas y cómicas.

De esta forma, y como el algoritmo funciona como funciona en tiempos de saturación mediática vía streaming, citaremos algunas de ellas por estar inscritas con sus matices dentro de una evolución de la obra (hoy en día ni se lee ni se interpreta igual la obra de Stevenson, evidentemente) que van de lo clásico a lo más bizarro. Pero antes, debemos decir que la razón por la que esta pequeña novela fue un éxito, la encontramos también en las representaciones teatrales que tuvieron lugar en Boston y Londres en 1887, es decir solo un año después de su publicación. Los actores Thomas Russell Sullivan y Richard Mansfield alcanzaron gran fama, en esta primera versión cuya trama gótica hoy negra en otros casos fue sustituida con éxito por otra de amores doméstica. El tema de Jekyll y Hyde es el de la soberbia de un médico que trata de disociar el bien del mal gracias al uso de una potente droga que él mismo fabrica. Otros personajes que acompañan al doctor/paciente suelen ser un abogado que se encarga de su testamento y otro psiquiatra o médico que no está de acuerdo con que el experimento se realice. Se fragua así el concepto de doppelgänger o doble del protagonista que, además en el caso de Cordelier es claro y le va también físicamente desgastando.

Jean-Louis Barrault en una captura de El testamento del Doctor Cordelier.

El primer largometraje que encontramos es El hombre y la bestia de 1920, dirigido por John S. Robertson, es un filme mudo —de los últimos— que todavía bebe demasiado de la idea de Bella y Bestia, y en él sorprende la escena en que alguien incita al buenazo de Jekyll a practicar el mal.  La escena es muy simple y en ella le explica cómo muchas veces en la vida no es correcto que tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha, o viceversa; a partir de aquí Jekyll piensa y evoluciona como personaje a lo que todos ya conocemos. Los dos personajes son interpretados con la solvencia de un Nosferatu (Murnau) gótico por John Barrymore. De 1931 es la también estadounidense El hombre y el monstruo que, dirigida por Rouben Mamoulian, es la versión clásica por excelencia. Vista hoy, quizá peque de demasiada voz en off y monólogo teatral por parte del protagonista. El actor Fredric March se llevó un Óscar a casa y debe su mención también gracias al uso de unos efectos especiales muy logrados para la época y que supusieron un revulsivo en la industria de Hollywood: el guion conseguía aunar la excusa del mal en trama amorosa —aún utilizada en los noventa del siglo pasado— con la de matar para lograr ese mal. Además de la antaño conocidísima en España película filmada por Victor Fleming en 1941 con Spencer Tracy, hoy inencontrable por estas vías, sí que existe alguna copia restaurada en plataformas de El profesor chiflado de Jerry Lewis, de 1963, deliciosa parodia algo histriónica.

En torno a variaciones sobre un mismo tema, nos queda dar debida cuenta de dos películas llamativas en este sentido: Dr. Jekyll y su hermana Hyde (Roy Ward Baker, 1971), una siniestra historia deudora de Jack el Destripador y del caso de los asesinatos reales de Burke y Hare; además de la transformación efectiva y efectista en mujer (gracias a alguien Ralph Bates tenía un pelo largo que Martine Beswick y Ward Baker supieron utilizar muy bien en pantalla) se aprovecha el rol sexual con todas las implicaciones sórdidas propias de un cabaret o club que la historia marcaba, pero de una manera discreta. Quizá lo peor que tiene esta versión terrorífica de la Hammer sea la manera en que Jekyll bautiza a su alter ego femenino a partir de una noticia, «Review in Hyde Park», que borra a pesar de la atmósfera nebulosa tan bien creada, la posibilidad de ambientar la historia en el Edimburgo original, para hacerlo en Londres. La otra película es Dr. Jekyll y Miss Hyde, de 1995 y dirigida por David Price, un moderno giro que transcurre en Nueva York a lo Garry Marshall en que un químico frustrado reconvertido en perfumista de un laboratorio muy importante es sustituido por vía no solo química sino también génica en una mujer que se apodera de su personalidad y de la que es incapaz de hacerse cargo. Debe a Mamoulian el uso de efectos especiales y resulta hoy disparatada y bastante neurótica en su alcance. Una película española que resulta, por otro lado, realizada más artesanalmente, o que pudiera estar emparentada con nuestra favorita de Jean Renoir es Mi nombre es sombra (1996) de Gonzalo Suárez, una libérrima adaptación del autor del libro de relatos El asesino triste y que como la francesa vuela tan alto o quizá más que esta.

Pero ¿por qué preferimos El testamento del doctor Cordelier (Jean Renoir, 1959)? Quizá existan razones de gusto diversas como es el hecho de que desde 1931 y sin tanto efecto especial, obtiene una reinterpretación de la historia original artesanal y lograda mediante algo que a muchos escapa: la elipsis en cine. El director que con este filme prácticamente termina con el movimiento del realismo poético francés consigue con un cambio de posición en el suelo y sin mover el plano, o cubriendo el cuerpo del personaje con una sábana y haciendo entrar al criado para despertarlo, un prodigio sencillo, que no simple. Pero no solo es esta una película excelente en ese sentido, sino también en la reinterpretación no ya de El hombre y la bestia, sino del mismo Stevenson, al hacer aparecer desde el primer momento a Opale (Hyde) violentando a niños y mayores, antes de ver a un notario (que no un abogado) tratar de convencer a Cordelier para que cambie las intenciones de su testamento. Asimismo, supone una reinterpretación muy gala de una historia victoriana, al menos concebida así originariamente, o al menos anglicana, dados todos los ejemplos vistos. Todo nos hace ver que el milagro lo consigue no solo el nieto del pintor impresionista francés, sino figuras que coordinan grandes equipos como la de Albert Hollebeke en producción y su gente de vestuario y maquillaje, o Marcel-Louis Dieulot, director artístico que sabe mostrarnos la casa de Cordelier y su laboratorio como un espacio diáfano y vacío en el pueblo y hermosamente ruidoso en París (donde vive el médico que lo desaprueba) . Por otra parte, la fotografía de Georges Leclerc no solo es de un flamante y potente blanco y negro luminoso y concebido al detalle cuando es por la tarde, también es ejecutado desde cierta modestia, que es la de la propia historia. La música de Joseph Kosma tiene la elegancia de lo flâneur y resulta tan aparentemente vodevilesca como parecida a un sirtaki griego por momentos, lo que resulta conveniente para demarcarnos los tintes trágicos que Renoir quiere dar a su película.

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