Revista Cintilatio
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El cuervo (2024) | Crítica

Odio eterno al cine moderno
El cuervo, de Rupert Sanders
La nueva película de Rupert Sanders es un remake sin alma ni sinceridad más preocupado por parecer bonito que por ser bueno: ejemplifica todo lo que está mal con el cine contemporáneo.
Por Roberto H. Roquer | 24 septiembre, 2024 | Tiempo de lectura: 8 minutos

Los noventa y primeros dos mil fueron una época muy especial que solo aquellos que la vivimos (incluso siendo niños) podemos entender plenamente. Entre otras cosas, fue la gran época de la subcultura gótica, y en espacio de solo unos años nos encontramos con películas como El cuervo (Alex Proyas, 1994), Entrevista con el vampiro (Neil Jordan, 1994) o Sleepy Hollow (Tim Burton, 1999), por no mencionar a grupos como Evanescence o videojuegos como Devil May Cry. En otras palabras, era una época en que la estética gótica se abrazó de una manera tan abierta y sincera, con tal falta de complejos y carencia absoluta de miedo al ridículo que, contra todo pronostico, se dio lugar a obras con un carisma y una identidad únicas, obras que tenían tan poco miedo a ser ellas mismas que, incluso cuando caían en el exceso, lo hacían con una sinceridad tan grande que las hacían brillantes. Quizá por eso, las películas (y otras obras) que surgieron de esa generación resultaron tan difícilmente replicables en épocas posteriores, porque lo que las hacía grandes no era tanto su estilo gótico como la sinceridad con la que sus creadores abrazaban tanto las virtudes como los defectos de dicho estilo para crear algo único. Obras que gustaban justamente porque sus creadores las hacían sin importarles que al resto del mundo les gustaran o les dejaran de gustar. En los más de veinte años que nos separan de este fenómeno, sin embargo, la industria cultural se ha transformado, estando cada vez más asustada de apostar por el riesgo y en su lugar produciendo obras cada vez más genéricas diseñadas para agradar al público de masas a costa de extirpar cualquier atisbo de originalidad o personalidad. El cuervo (Rupert Sanders, 2024) es el ejemplo perfecto de lo que hemos perdido con esta transformación.

La película nos pone en la piel de Eric, un joven con problemas de adicciones y Shelly, una chica que acaba en un centro de rehabilitación tras escapar de las garras de Roeg, un criminal con poderes sobrenaturales que la persigue porque ella tiene un vídeo incriminatorio de él. Ambos se enamoran durante su estancia en el centro de rehabilitación pero Shelly termina siendo encontrada por los secuaces de Roeg, que matan a ambos amantes. Ya en el purgatorio, Eric recibe de parte de Kronos la capacidad de volver al mundo real para vengar la muerte de Shelly y salvar su alma.

A nivel visual esta película parece más interesada en ser muy instagrameable que en usar su estética como herramienta narrativa.

Incluso si no comparamos esta película con la versión original de 1994, la versión de 2024 sigue adoleciendo de una insultante mediocridad, empezando por el ritmo absolutamente desastroso de la película. Mientras que la original empezaba directamente con el asesinato del protagonista y su amada, sumergiéndonos directamente en la acción y dosificando toda la información mediante acertados flashbacks, la película que hoy nos ocupa se tira toda la primera mitad de la película mostrándonos la historia de amor entre Shelly y Eric, lo cual no debería ser un problema si no fuera por la absoluta falta de química que hay entre Skarsgård y Twigs y lo que es peor, la forma absolutamente genérica, plana y poco memorable en que su romance está escrito, casi pareciendo como si el director y el guionista hubieran agarrado trozos de escenas románticas de otras películas y los hubieran colocado aquí para cumplir con el expediente de mostrarnos una historia de amor.

Así pues, durante la primera mitad de la película nos comemos una trama romántica que lo único que logra es ralentizar innecesariamente la historia, sobreexplicar la relación entre Shelly y Eric y fracasa a la hora de hacernos empatizar con los personajes. La segunda mitad de la película mejora un poco este aspecto, e incluso ofrece alguna escena de acción interesante, pero todo se termina diluyendo por lo endeble de un guion que parece incapaz de mostrar ningún momento original y parece saltar de una escena a otra simplemente por mero compromiso.

Un producto carente de personalidad, vacío, diseñado para que no disguste a nadie pero tampoco nadie la admire.

Pero si hay una manera de definir a esta película, sería destacar su total falta de personalidad. El tono gótico, casi propio de un cuento de Edgar Allan Poe que tanto destacaba en el original y era casi un personaje en sí mismo aquí se sustituye por un diseño de producción que nunca parece tener claro qué quiere ser, que oscila entre lo realista y lo extravagante pero que al final nunca termina aportando nada al conjunto y se molesta más en aparentar ser cool que en cumplir una función narrativa.

Quizá por ser consciente de sus limitaciones artística y para distanciarse de la original, esta versión recurre a sobrecargarnos con información sobre su lore y en lugar de contarnos una historia sencilla de venganza tal y como hacía la versión del 94, Sanders recarga este largometraje con subtramas, se extiende en los personajes e incluso dedica más tiempo a construir todo un mundo sobrenatural. Lamentablemente, todas estas complejidades terminan funcionando en contra de la película, por momentos tan preocupada por poner sobre la mesa información que se olvida de utilizarla para contar una historia que, durante la mayor parte del metraje, avanza a trompicones. El misterio de no saber muy bien qué había al otro lado de lo sobrenatural de la versión del 94 funcionaba mucho mejor que la constante tendencia a la sobreexplicación del remake.

En esa dirección, también destaca la ausencia de ninguna capacidad de profundidad temática de la película. Mientras que la original aprovechaba su cuento de espíritus y fantasmas para reflexionar sobre otras cosas mucho más terrenales como el impacto negativo de las drogas en la sociedad, la corrupción o la maternidad, esta película se muestra totalmente vacía en este aspecto (o en ocasiones incluso dando el mensaje, voluntario o accidental, de que el consumo de drogas puede ser positivo) dando como resultado una historia que adolece de una simplicidad decepcionante.

La química entre el dúo protagonista brilla por su ausencia.

Así pues, la película sufre para encontrar su tono. A pesar de que trata de contar esta historia sobre venganzas sobrenaturales de una forma que la haga parecer más edgy y adaptada para una nueva generación, el resultado termina siendo una película totalmente infantilizada, que carece de toda la personalidad que hizo grande a la original. Mientras que la película del 94 no tenía miedo a ser ella misma, a caer en el exceso gótico y a tener una identidad única, lo cual le daba un carisma especial, el remake parece estar constantemente preocupado de aparentar ser una película mejor de lo que es realmente, en tratar de gustarle a todo el mundo (en particular a las generaciones jóvenes que no conocen la versión de los noventa) y en tratar, por medio de la violencia, de los tatuajes faciales en su reparto o de la puesta en escena llena de CGI, de lograr por vías superficiales una profundidad que en su fondo ni está ni se les espera.

Escuchar a Brandon Lee decir «Madre es el nombre de Dios en los labios y corazones de los niños» mientras salva a una madre soltera de una sobredosis y la anima a ser mejor madre es la típica cosa que para una parte de la audiencia puede parecer excesiva e incluso petulante, pero que para otra es simplemente maravillosa, y eso es lo que le da carisma a una película: el no tener miedo de ofender a unos a cambio de ser amada por otros. La nueva versión, en cambio, apuesta por un acercamiento totalmente descafeinado y genérico al personaje, apto para todos los públicos pero sin estar hecho para ninguno. En otras circunstancias un servidor acusaría a esta película de ser un ejemplo de estilo sobre sustancia, pero es que si se observa detalladamente, esta película tampoco es que tenga un estilo particularmente interesante (si lo tuviera y aceptara su rol como mero homenaje a una obra de culto de los noventa, por lo menos eso podría haberla redimido parcialmente) y fracasa incluso a la hora de tratar de construir un encanto superficial que nos distraiga de su falta de profundidad.

Sin ánimo de ser excesivamente cruel, es como si los productores y creativos detrás de esta película hubieran querido aprovecharse de la historia de El cuervo para hacer una película de acción genérica pero les molestara todo aquello que hace de El cuervo una película especial, única, con carisma, una película que no es para todo el mundo pero que aquellos con los que resuena la aman profundamente. En este proceso, como es de esperar, han terminado con lo exactamente opuesto: un producto carente de personalidad, vacío, diseñado para que no disguste a nadie pero tampoco nadie la admire. Una película creada para ser consumida en el momento de su estreno y olvidada dentro de un mes cuando salga la siguiente superproducción. Quizá ese sea el Hollywood que nos ha tocado vivir, el de los remakes sin alma, pero eso no significa que nos tenga que gustar.