Babylon
«El cine ha muerto, viva el cine»

País: Estados Unidos
Año: 2022
Dirección: Damien Chazelle
Guion: Damien Chazelle
Título original: Babylon
Género: Drama. Comedia
Productora: Paramount Pictures, Material Pictures, Marc Platt Productions
Fotografía: Linus Sandgren
Edición: Tom Cross
Música: Justin Hurwitz
Reparto: Margot Robbie, Brad Pitt, Diego Calva, Jean Smart, Li Jun Li, Jovan Adepo, Tobey Maguire, Max Minghella, Katherine Waterston, Samara Weaving
Duración: 189 minutos

País: Estados Unidos
Año: 2022
Dirección: Damien Chazelle
Guion: Damien Chazelle
Título original: Babylon
Género: Drama. Comedia
Productora: Paramount Pictures, Material Pictures, Marc Platt Productions
Fotografía: Linus Sandgren
Edición: Tom Cross
Música: Justin Hurwitz
Reparto: Margot Robbie, Brad Pitt, Diego Calva, Jean Smart, Li Jun Li, Jovan Adepo, Tobey Maguire, Max Minghella, Katherine Waterston, Samara Weaving
Duración: 189 minutos

Damien Chazelle, cineasta detrás de obras como «La ciudad de las estrellas (La La Land)» o «Whiplash», entrega una película que, encabezada por Margot Robbie y Brad Pitt, nos traslada al Hollywood de los años veinte y treinta de una manera muy ácida.

Las salas de cine son recuerdos a los que nos adherimos desde que tenemos uso de conciencia, desde que el mundo es mundo. Cada ser humano tiene su historia vital con el séptimo arte, anécdotas, lugares o personas, que se comparten en la nostalgia y la memoria de aquellos que han vivido lo suficiente como para tener tiempo pasado. De esta forma, parece que Damien Chazelle, y su bagaje cinematográfico, se une a esta corriente melancólica de cineastas que recuerdan su vida ligada al kinetoscopio. Casos como el de la obra aún por estrenar de Los Fabelman (Steven Spielberg, 2022) ya nos trasladan a un pasado en el que un niño creció entre la fugacidad de la infancia y el halo de luz que atravesaba una sala oscura. Quizá no tan ligada a su experiencia personal, y más bien dirigida a una evocación sobre la etapa dorada del cine estadounidense, el ganador del Óscar a la mejor dirección, gracias a La ciudad de las estrellas (La La Land) (Damien Chazelle, 2016), ahora viaja al Hollywood de los años veinte y treinta para hacer honores a los ángeles y los fantasmas que un día agrandaron la estela del, para muchos, «arte menor».

Babylon es una obra que nos sumerge en las faldas del Monte Lee, a lo largo de las décadas de los años veinte y treinta y que sigue a tres protagonistas principales: un actor de fama consolidada, Jack Conrad (Brad Pitt); una actriz emergente, Nellie LaRoy (Margot Robbie); y un joven migrante que busca triunfar en el mundo de los rodajes, Manny Torres (Diego Calva). La historia, que comprende unos saltos temporales acorde con la vertiginosa rapidez con la que avanzó el mundo del cine en estos años, sigue la senda de estos tres individuos desde sus inicios en el cine no sonoro, hasta el auge del sonido en las películas. A modo de un El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, 1950), Chazelle crea su obra sobre el cine clásico de Hollywood mediante su peculiar forma de concebir y dirigir el cine, pero no tan nostálgico como en otras de sus obras —caso de La ciudad de las estrellas (La La Land)—, sino más bien construyendo, para deconstruir y volver a levantar los cimientos de un arte que está en constante proceso de cambio.

Una carta de amor abierta al cine, un suicidio metafórico a la forma. Chazelle transcribe el blockbuster como símbolo de la conversión del cine en un concepto en sí mismo.

Margot Robbie interpreta a Nellie LaRoy.

Con mucha influencia del libro Hollywood Babylon —de ahí el título del largometraje— escrito por Kenneth Anger en 1959 —un director de cine que reunió en un tomo todos los entresijos de las fiestas y demás locuras que ocurrían en los «jardines» de Hollywood, usando la palabra jardín con la connotación de «problema», cuyo contenido no se ha podido verificar a día de hoy—, el director francoamericano desarrolla una técnica que intenta regresar a su esencia dinámica de no-cut, donde la escena nace a través de un montaje que sigue, como a ritmo de musical —algo particular durante toda la película, ya no pertenece a este género—, la vida de excesos y desenfrenos de sus personajes. Con planos secuencia que empiezan y terminan en el mismo punto, que recorren distancias casi kilométricas y guiados por una coreografía de movimientos ensayada al milímetro, nos sentamos en la butaca a ver tres horas de estímulos con un presupuesto al que solo aspiran las grandes producciones actuales. Siendo las pausas el lugar donde se sostiene el guion de la película, no nos encontramos ante una «biblia» densa o pesada en su significante. Es decir, Chazelle no ha querido sobrecargar el texto de la película en demasié —salvo dos escenas o tres que sí son un poco particulares—: ha creado una obra que, aparte de ser una carta de amor abierta al cine, también es un suicidio metafórico a la forma, que solo transcurre con la imagen.

Por tanto, prima más el trasfondo que alcanza de lo técnico, de lo que se ve, de lo que se escucha, para alcanzar al espectador. Quizá principal causa de que la crítica la acribillara en su estreno en Estados Unidos fue esto mismo: que Damien Chazelle no habla tanto con lo que escribe —no hay canciones, no hay la profundidad de diálogo que encontramos en Whiplash (2013)—, sino con lo que se percibe en el apoyo de su fiel Justin Hurwitz, compositor que ha jugado con los tonos y ha creado una maravillosa banda sonora que se divierte con la historia del cine en general —más de lo burlesco de los años treinta—, pero sobre todo con la cinematografía de Chazelle en particular —nótese en la multitud de referencias que la música hace a La ciudad de las estrellas (La La Land)—. Al final, parece que todo el equipo tras el rodaje de Babylon ha participado en un proceso que ejemplifica muy bien el sentido de la película, pese a poderse haber metido en otro «jardín». Y es que es un riesgo el de Chazelle y los suyos, que transcriben el blockbuster como símbolo de la conversión del cine —que está evolucionando a otra cosa, como hace siempre— en un concepto en sí mismo. Algo quizá muy abstracto y que justifique el batacazo que se dio en sus primeras semanas de estreno. Ahora, con su apertura internacional, parece que lo nuevo de Damien se va recuperando y que con el tiempo, como el buen vino, pasará a ser otro de esos ángeles y fantasmas que siempre quedarán en la memoria del séptimo arte, pese «a que todas estas caras que ves, algún día solo serán cadáveres». Babylon es una bonita metáfora de cómo lo que en su día dijo uno de los primeros historiadores del cine, Roger Boussinot, es el mantra de algo que siempre está por terminarse, pero nunca se acaba: «le cinema est mort, vive le cinema».

Cita del subtítulo: Roger Boussinot.

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