Revista Cintilatio
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La virgen roja (2024) | Crítica

Cuidado con las Bernardas Albas del mundo
La virgen roja, de Paula Ortiz
Con sus más y sus menos, la película de Paula Ortiz protagonizada por Najwa Nimri nos trae una historia sobre uno de los sucesos más escabrosos del siglo XX en España mientras aprovecha para invitarnos a la reflexión.
Por Roberto H. Roquer | 10 diciembre, 2024 | Tiempo de lectura: 13 minutos

La casa de Bernarda Alba siempre ha sido, con diferencia, mi obra favorita de Lorca. Y sin duda el aspecto más interesante de la obra siempre ha sido el personaje de la propia Bernarda. Por lo general nunca han faltado representaciones en la ficción del hombre que se comporta abusivamente con las mujeres, pero la mujer que tiene una relación abusiva con otras mujeres es algo mucho menos explorado, algo curioso porque en el mundo real, por desgracia, no es que exista una escasez de Bernardas Albas. Y el caso de Aurora Rodríguez, representado en la película La virgen roja (Paula Ortiz, 2024), es un ejemplo de libro de una Bernarda Alba de la vida real.

La película nos cuenta la historia de Aurora Rodríguez, una mujer que, a inicios del siglo XX, decide concebir a su hija, Hildegart, como un experimento eugenésico para crear a la mujer perfecta, sometiendo a la niña a una estricta educación que la convierten en un portento intelectual durante los agitados tiempos de la Segunda República española. Sin embargo, cuando Hildegart se enamore de un joven y quiera abandonar la sombra de su madre, esta comenzará a actuar de forma posesiva con su hija para tenerla bajo control.

Paula Ortiz es, a falta de una mejor forma de describirlo, la Zack Snyder del cine español (y esto, aunque lo pueda parecer, no es un insulto, sea Dios testigo de que en esta publicación hemos defendido al bueno de Snyder hasta que sus películas fueron indefendibles) en el sentido de que, cuando se trata de conseguir imágenes visualmente espectaculares, la directora española muestra un virtuosismo impecable. Pero lamentablemente, una película no es solo imágenes bonitas, sino que también tiene otros elementos como ritmo o dirección de actores, en donde el trabajo de la directora se muestra más decepcionante. Esa es la contradicción creativa en la que vive La virgen roja. Si se observa una escena aislada parece una obra absolutamente brillante, pero en el momento que se observa una escena tras otra, es cuando se le notan las costuras, particularmente un ritmo que a tramos se vuelve demasiado lánguido sin que exista justificación narrativa para ello. Afortunadamente, hablamos de una cinta que tiene las suficientes ideas como para nunca ser aburrida, el problema es que, en demasiados tramos, tampoco es interesante.

Estamos ante una película visualmente impresionante.

La introducción de sus personajes (en particular de Aurora) es fascinante y magnética durante el primer acto de la película, sin embargo, una vez que nos es presentada y comprendemos su universo psicológico (gracias en buena medida a la gran interpretación de Najwa Nimri) el personaje parece quedarse estancado en esta «madre devoradora» sin saber nunca muy bien hacia dónde ir desde ahí. Afortunadamente, la enorme interpretación de Nimri llena más que sobradamente estos huecos para darnos un personaje que sostiene por sí mismo el peso de la película. Alba Planas y Patrick Criado, por su parte, ofrecen interpretaciones correctas pero planas que se quedan en todo momento en lo correcto sin más y, en particular en el caso de la actriz que da vida a Hildegart, se siente en muchos momentos demasiado encorsetada y desaprovechada, casi como si la película no se atreviera a dejarla brillar como si hace con su compañera de reparto. Por lo general, se nota una enorme diferencia interpretativa entre los miembros más veteranos del elenco (Nimri, Villagrán, Viyuela, etc.) y los actores más jóvenes y por lo tanto menos experimentados (Planas y Criado).

Sin embargo, si una virtud tiene la película es su excelente factura técnica. Desde la dirección de fotografía, que por momentos nos hace sentir como si estuviéramos viendo una película de terror, hasta la recreación histórica del Madrid de los años 30, la película es absolutamente espectacular en todo lo visual. La espectacularidad de los planos exteriores, en los que vemos, gracias en parte a un CGI muy bien integrado, una ciudad viva y vibrante como pocas veces el cine patrio a reflejado cuando se ha tratado de la España de la Guerra Civil (o los años previos como es este caso) se mezcla a la perfección con el claustrofóbico y agobiante piso donde Aurora retiene a Hildegart y donde tiene lugar el grueso de la historia, algo que vuelve a remitirnos al universo de Bernarda Alba (y casualmente la directora saltó a la fama hace una década con una adaptación cinematográfica de Lorca: como vemos, se cierra el círculo).

Sin embargo, La virgen roja es una película mucho más interesante de analizar que de criticar. No era casualidad el paralelismo que al inicio de este texto establecíamos entre el personaje ficticio de Bernarda Alba y el personje real de Aurora. En ambos casos vemos a un perfil de mujer que abusa de otras mujeres sobre las que tiene poder (en este caso hijas) y que parece extraer una satisfacción egoísta de tener control sobre ellas y, más particularmente, de privarlas de relacionarse con varones y controlar su sexualidad. De la misma forma que Bernarda Alba obtiene una satisfacción de impedir que sus hijas estén con Pepe el Romano, Aurora tiene un interés mezquino y egoísta por controlar sexualmente a su hija. Algo irónico viniendo de una mujer que se jacta de defender la libertad sexual femenina para todas aquellas mujeres que no son su hija, pero que cuando se trata de Hildegart rechaza frontalmente que ella sea libre. Hay quien podría sugerir que Aurora pretende vivir vicariamente a través de su hija, lo cual no es absurdo, pero personalmente no estoy cómodo con esta lectura porque creo que hay más en el trasfondo de la relación entre madre e hija. En un tramo de la película la propia Aurora confiesa haber tenido una relación amorosa en el pasado. ¿Es impedir que su hija se relacione con hombres su forma de castigarla por tener la felicidad que ella no pudo obtener?

La actuación de Najwa Nimri es lo mejor de la película.

El carácter manipulador de Aurora se hace todavía más claro si se analiza su discurso político. Mientras que Hildegart habla de sus ideas sobre la igualdad desde la convicción, Aurora se muestra mucho más hipócrita. Eso se nota en dos momentos clave: en uno de ellos, cuando Hildegart recibe una serie de cartas de admiradora de su obra y quiere contestarlas pero la madre se muestra contrariada por esto al considerarlo una perdida de tiempo. Más evidente es otro tramo de la cinta, cuando Hildegart da un discurso en la sede del Partido Socialista y menciona una serie de casos de violaciones de mujeres que aparecían en los periódicos. Tras el discurso, Aurora reprocha a Hildegart que se dedicara a hablar de cosas «irrelevantes» como casos de agresiones sexuales en lugar de centrarse en hablar de teoría feminista. Una mujer que asegura ser feminista ignorando deliberadamente algo tan grave como violadores sueltos por las calles porque no encaja en su narrativa. Algo absolutamente inimaginable en la vida real, ¿verdad?

Aurora, a pesar de sus ideales feministas, siempre mira a todas las mujeres con las que se cruza (desde su propia hija a la empleada del periódico) por encima del hombro, y usa el feminismo como vehículo para obligar a las mujeres de su entorno a hacer lo que ella quiere que hagan y controlar y someter su libertad (desde impedir que su hija se enamore hasta obligar a su criada a colaborar en una acusación falsa), lo cual hace que nos preguntemos si el feminismo de Aurora no es más que una herramienta para controlar a otras mujeres, para, usando la excusa de protegerlas, convertirlas en sus esclavas. El ejemplo perfecto de esto es su relación económica con su propia hija. Cuando la niña publica su primer artículo, Aurora exige que este esté firmado por Hildegart, sin embargo, cuando las obras de Hildegart empiezan a generar dinero y el editor pretende firmar el cheque, vemos como Aurora impide que el dinero sea puesto a nombre de Hildegart y, en su lugar, se lo queda ella misma. Curioso como el ser humano siempre muestra su verdadera naturaleza cuando está frente a un fajo de billetes.

Un caso de película en la que las ideas son más interesantes que la ejecución, que solo funciona por momentos.

Siendo un poco más generalista, la película también parece mostrarse profundamente recelosa del intelectualismo. Aurora es, sin duda, una mujer culta, familiarizada con los grandes filósofos de su tiempo, y traslada estos conocimientos a su hija. Sin embargo, lo que vemos no es un debate en el que se permita a Hildegart usar el pensamiento crítico o llegar a sus propias conclusiones, sino que más bien la pobre muchacha malgasta su intelecto regurgitando las ideas de su madre, que en todo momento censura a Hildegart cuando desarrolla sus propias ideas. A cualquiera que esté familiarizado con el mundo de la academia y de los despachos universitarios le recordará esto demasiado a la forma en que las élites intelectuales llevan años haciendo su trabajo y transformando las universidades públicas en sus cortijos (al menos en el campo de las humanidades).

Siguiendo esta estela, quizá lo más curioso de esta película es su tono conservador, algo que, personalmente, tengo serias dudas que fuera intencional, pero que está ahí. Aurora es una gran defensora de abolir las estructuras tradicionales de relación entre hombres y mujeres (véase amor romántico, matrimonio, o incluso relaciones sexuales) por considerarlas inherentemente opresoras. Sin embargo, su alternativa (que lleva a la práctica con su hija) no solo es igual de opresora o incluso más, sino que además es totalmente disfuncional. Históricamente, las sociedades siempre han buscando el equilibrio entre progreso y conservadurismo. El progreso es necesario porque con el tiempo siempre vas a necesitar nuevas ideas para evitar que la sociedad se quede estancada, el conservadurismo es necesario porque la inmensa mayoría de nuevas ideas son terribles y hace falta alguna forma de filtro. El progreso trae cambio, el conservadurismo estabilidad. Ambos son necesarios a su manera. Lo que vemos con Aurora es un ejemplo de progreso absolutamente disfuncional que termina fracasando no ya por una cuestión concreta, sino por ser totalmente opuesto a la naturaleza humana a la que se supone que sirve mientras que las estructuras sociales a las que pretende suplantar perviven no porque sean formas de opresión impuestas, sino porque, como se ve en la película, surgen orgánicamente. Hildegart encuentra la libertad precisamente en aquel lugar que su madre considera opresor: en los brazos de un hombre (eso es muy lorquiano, por cierto).

La película ofrece un irregular pero interesante estudio de personajes.

Aurora ve el amor tradicional entre hombres y mujeres como una forma de opresión y busca formas de liberarse de dicha opresión, sin embargo, en la práctica, su hija se enamora libremente de un hombre y es precisamente su madre quien la oprime al tratar de imponerle por su propio bien (presuntamente) una forma de vida que no es la que la joven quiere. ¿Puede ser que entender ciertos comportamientos como una forma de condicionamiento social sea equivocado y que en su lugar respondan a los impulsos y deseos inherentes al ser humano? ¿Es la sociedad la que impone a las personas determinados comportamientos o es que dichos comportamientos son tan propios del ser humano que hemos creado nuestras estructuras sociales en torno a ellos? Según Aurora, al respuesta correcta es la primera. Según Hildegart, la respuesta correcta es la segunda. Usted verá a quién cree.

Finalmente, no puedo terminar este texto sin hacer una crítica histórica a la película. En determinados pasajes de la cinta vemos como los anarquistas son responsables de cometer determinadas agresiones sexuales contra mujeres como parte de sus asaltos a las casas burguesas, lo cual causa un debate sobre si dichos actos han de ser condenados o no (recomiendo leer el resto de este párrafo con la voz de Saul Goodman). Si bien es cierto que en los ataques de los anarquistas sobre los grandes propietarios hubo algún caso de agresión sexual, estos eran relativamente poco comunes, y siempre fueron condenados por la CNT. Estas agresiones generalmente tenían lugar porque el anarquismo solía atraer a criminales, expresidiarios y otras personas indeseables, pero la violencia sexual nunca formó parte de la forma de lucha del anarquismo y siempre fue rechazada por este. La narrativa sobre el enorme número de violaciones cometidas por los anarquistas fue en gran medida una campaña de descrédito diseñada primero por los grandes propietarios y luego por los socialistas a consecuencia del enfrentamiento político por la Reforma Agraria. El gobierno salido de las elecciones de 1931, en el cual tenía mayoría el Partido Socialista, pretendía realizar una reforma agraria que expropiara una parte de las tierras de los grandes propietarios (generalmente tierras deficientemente cultivadas) para darlas a los campesinos. Sin embargo, cuando los socialistas llegan al poder, introducen un controvertido cambio en la ley. Estas tierras expropiadas ya no serían dadas a los campesinos, sino que serían propiedad del estado, el cual se las alquilaría a los campesinos siguiendo un modelo parecido al de la URSS. Los anarquistas se opusieron a esta medida porque tenían el muy razonable miedo de que este modelo de reforma agraria no hiciera sino cambiar el caciquismo de los señoritos por el del estado (o peor todavía, el del partido) e hicieron presión logrando que los socialistas cambiaran la ley para que las tierras expropiadas fueran concedidas en régimen de propiedad. Una vez pasada la ley, y dado que esta ya no respondía a los intereses estatalizadores del gobierno, el ejecutivo de Azaña decidió no financiar al instituto de reforma agraria, por lo que no había dinero para expropiar, paralizando de facto la reforma. Esto genero un gran descontento en el campo andaluz, el más afectado por la pobreza y los abusos de los señoritos latifundistas, iniciando una serie de alzamientos anarquistas contra el gobierno (en los que no se documenta, dicho sea de paso, ningún caso de agresión sexual) que fueron contestados con una sangrienta represión por parte del ejecutivo, la cual incluyó, entre otras cosas, prender fuego a las casas de los sublevados con ellos dentro y calcinarlos vivos por el mero hecho de reclamar aquello que el gobierno había prometido: que las tierras fueran de quienes las trabajaban (si tiene un rato, busque en Google «sucesos de Casas Viejas»). Estas matanzas llevaron a un descrédito del gobierno presidido por Azaña, desde el cual se recurrió a acusar falsamente de bandolerismo y crimen (entre ellos asesinatos y violaciones) a los movimientos anarquistas para justificar la violencia empleada y salvar su imagen (sin éxito). Yo no soy ni socialista ni anarquista, mi lealtad es exclusiva hacia la historia, pero encuentro bastante decepcionante que una película se dedique a propagar bulos de hace casi 100 años, máxime cuando implican a dos organizaciones (CNT y PSOE) que existen todavía en la actualidad y que, por lo tanto, podrían modificar la percepción que de ellas tenga alguien hoy en día (si bien ni la CNT ni el PSOE de 2024 tienen absolutamente nada que ver con sus versiones de 1931 y cualquier paralelismo sería absurdo).

Volviendo ya a lo cinematográfico, La virgen roja es un caso de película en la que las ideas son más interesantes que la ejecución, que solo funciona por momentos. Si bien hay tramos brillantes repartidos por la película, es en el tejido conectivo que los junta para formar una historia equilibrada donde la cinta flaquea. No obstante, la excelente actuación de Nimri, la gran factura técnica y estilo visual y, lo que es más importante, la delicadeza con la que la película maneja sus temas la convierten en una obra bastante digna. Que no caiga en saco roto la enseñanza de la historia de la pobre Hildegart: cuidado con las Bernardas Albas del mundo.