Una vida, una película
Directores que solo rodaron un filme
Dos guionistas (uno además, dramaturgo) y tres actores se atrevieron un día nada menos que a la titánica tarea de ponerse detrás de las cámaras y dirigir una película. Nuestro reconocimiento merece un reportaje pausado y crítico sobre esta labor.
En primer lugar, debemos incidir en el hecho de que en esta lista de cinco películas no están todas las que son. Faltarían otras que por consideraciones personales o de otro tipo —no se encuentran tan fácilmente algunas joyas o reliquias de coleccionista— pasamos a comentar brevemente. James Cagney, ese actor pelirrojo, bajito y feo que hizo tanto cine negro en los años treinta y cuarenta también en Estados Unidos, rodó en 1957 Atajo al infierno, probablemente una joya del noir más artesanal que otra cosa, rodada por el intérprete del Uno, dos, tres (1961) de Billy Wilder. Por otro lado, la única que hemos encontrado de un productor audiovisual (James William Guercio) sería La piel en el asfalto: un misterioso drama de 1973, perpetrado por este colaborador de Frank Zappa y antiguo mánager de la banda musical Chicago.
Por último, el novelista más vendido de todos los tiempos se atrevió con el cine en La rebelión de las máquinas con unos resultados nada edificantes para él mismo. Es así como Stephen King llegó a reconocer ante la opinión pública que su película, estrenada en 1986, era peor que las de Ed Wood, a quién por otro lado homenajeó en los noventa Tim Burton en un film bizarro, travieso y recomendable. Estas, como decimos, son solo algunas de ellas, no todas. Pasamos a desguazar nuestras películas favoritas a este respecto por orden cronológico.
La noche del cazador (Charles Laughton, 1955)
La primera película seleccionada es la única que rodó el actor Charles Laughton allá por 1955 y que supone una rareza artística, hoy muy elogiada por cinéfilos de todo cuño. Laughton construyó esta bella obra de arte ambientada en la Gran Depresión norteamericana y en ella se narraba en forma de cuento de hadas, o más bien de nana en forma de pesadilla (la música resulta excepcional, así como los juegos de sombras fotográficos, deudores según algunos estudiosos del expresionismo alemán) las necesidades de sobrevivir de una familia de clase media-baja, en la que el marido tiene que asesinar a dos tipos para poder comer, siendo al poco de llegar a su casa, detenido y encarcelado, habiendo previamente escondido el dinero ganado dentro de la muñeca amuleto de su hija pequeña.
Esta suerte de doble Oliver Twist (los niños interpretados por Billy Chapin y Sally Jane Bruce son una delicia también interpretativa) donde sobresale igualmente la labor de casting y la presencia de un predicador psicópata interpretado por Robert Mitchum con maestría (sus gritos al vacío dejan ver su falta de empatía), a pesar de ser un fracaso comercial por el que Laughton no pudo continuar tras la cámara —con guion de James Agee, basado en la novela de Davis Grubb— se convirtió en un momento determinado de la historia del cine en una joya de coleccionista, que convertiría a Robert Mitchum en firme candidato para filmes como El cabo del terror (J. Lee Thompson, 1962) —de la que se hizo un inolvidable remake en los 90 con Robert De Niro en el perturbador papel de Max Cady—, teniendo también para otros estudiosos esta La noche del cazador su origen en el personaje interpretado por Peter Lorre en M, el vampiro de Düsseldorf (Fritz Lang, 1931). Hay que decir también que esta película es difícil que saliera adelante sin la fama que gracias a directores como Billy Wilder —una de las mayores proezas con el austríaco la logró interpretando al juez sir Wilfrid Roberts en Testigo de cargo (1957) estrenada solo dos años después— Charles Laughton se fue granjeando despaciosamente.
El rostro impenetrable (Marlon Brando, 1961)
Este proyecto hay que decir que pasó por manos primero de Sam Peckimpah, y después por las de Stanley Kubrick. Se dice que Marlon Brando, su director allá por 1961 despidió al primero como productor, y su egomanía pudo con la de nada menos que Kubrick, granjeándose una fama de conflictivo que le perseguiría un tiempo. Antes de su estreno se hablaba de que su metraje de dos horas y media de duración era excesivo. La película cuenta la historia de dos atracadores de bancos, Rio (Brando) y Dad Longworth (Karl Malden) y cómo su amistad de años queda rota en el momento a partir del cual son asaltados por tropas mexicanas vecinas en el desierto de Sonora, la coyuntura hace huir solo a uno de ellos de allí, siendo el otro esclavizado y encarcelado por los nativos.
La película debe mucho a la escuela de interpretación Actor’s Studio, de hecho, gran parte de las decisiones tomadas por Brando eran producto de una profunda meditación mirando el mar en Monterrey, población de la que Dad es el sheriff. El filme es un wéstern clásico donde la mano de Peckimpah y el afán perfeccionista del director inglés se deja ver de algún modo. Es muy interesante el trabajo de guion de Guy Trosper y Calder Willingham, basado en una novela de Charles Neider, que serviría para que la película no fuese tan maniquea gracias principalmente al recurso teatral por el que abunda la existencia de subtexto al que los diálogos remiten. A pesar de todo la utilización de la música de Hugo Friedhofer incide demasiado en ocasiones en sentimientos que ya nos vienen dados desde la presencia física de los finalmente dos duelistas a muerte, y el hecho de ser un drama tan tremendamente físico no casa a veces bien con estos aspectos técnicos que chirrían. La fotografía de Charles Lang sabe sacar sin embargo muy buen partido no solo a los polvorientos caminos y montañas de Sonora, sino a las playas cercanas a la Garganta del Diablo.
Johnny cogió su fusil (Dalton Trumbo, 1971)
En 1971, Dalton Trumbo, guionista entre otras muchas películas de Espartaco (1960) de Stanley Kubrick, entregaba para su estreno este desasosegante filme, en que John, un joven que se presenta como voluntario para el Ejército durante la Primera Guerra Mundial recuerda su vida antes de esta en un Hospital; vemos sus recuerdos en color, mientras que la estancia en tan lúgubre lugar sin brazos, piernas, ciego, sordo y con la cabeza tapada, descubrimos que le ha convertido en un monstruo, solo con cierta sensibilidad en el tacto. A pesar de ser antibelicista, muchos sectores han visto en la película, basada en una novela también de Trumbo, una apología de la eutanasia activa. La voz en off que en inglés fue doblada igualmente por el mismo director y guionista, es errática y pesadillesca y no se puede decir que sea una película sobresaliente en cuanto a rodaje y montaje, si bien sus ideas políticas se definen cuando vemos cómo su padre (Jason Robards) reconoce ante John (Timothy Bottoms) que nunca se le dio bien sobrevivir y ganar dinero y que por eso lo tuvo que abandonar de pequeño. En el reparto también estuvieron personalidades de la talla de Donald Sutherland, Alice Nunn o Jodean Lawrence (interpretando a dos de las enfermeras) o Kathy Fields (su novia más presente, a pesar de que cuando estuvo en el frente conoció a alguna prostituta que le contaba cómo gracias a los dos dólares que pagaba podía sufragar la educación de su hijo).
Como imagen recurrente de su infancia está el circo al que su padre le llevaba, enseñándole a mirar las criaturas feas que allí se reunían con desprecio, un desprecio que ahora es convertido en delirante autocompasión. De Dalton Trumbo debemos igualmente decir que fue perseguido por el Comité de Actividades Antiamericanas en la época de la caza de brujas de McCarthy, viéndose obligado a oficiar de escritor negro en una gran cantidad de producciones, tal y como se cuenta en el biopic de 2015 filmado por Jay Roach e interpretado por Bryan Cranston en su papel protagonista, actor principal de la ya mítica serie Breaking Bad (Vince Gilligan, 2008).
Butley (Harold Pinter, 1974)
Es esta producción de 1974 otra pequeña joyita agazapada esta vez entre las múltiples producciones de la BBC de la época. Cuenta la vida de Ben Butley (espectacular en su registro Alan Bates), un desastrado, alcoholizado y vago profesor de Universidad de literatura inglesa, que comparte vivienda y departamento u oficina con Joey Kinston (interpretado por Richard O’Callaghan). Basada en la obra de teatro del también inglés Simon Gray —guionista y autor de otras películas y obras del West End como Wise Child (1967) o Japes (2001)—, Butley fue no solo el único punto de contacto visible de Harold Pinter, dramaturgo y guionista menos sobresaliente como director —que ganó el Premio Nobel de Literatura de la Academia Sueca— sino que de este encuentro en que construiría una puesta en escena no menos portentosa en muy poco espacio físico, se tocaban temas tan escabrosos como el comienzo del fin en la educación universitaria de la época, ya maltrecha por culpa de tipos como Butley, que acaban siendo a pesar de sus bajadas a los infiernos, y quizás por ellas también, mezquinos, ambiciosos y charlatanes.
Cuando se estudia a Harold Pinter incluso en sus adaptaciones al cine —Los montaplatos (Robert Altman, 1987), Tierra de nadie (National Theatre Live 2017) (Sean Mathias, 2016)— nos damos cuenta de que estamos ante un escritor que hace hablar a sus personajes de dentro a fuera, llegando a veces a no aprovechar todos los elementos que se ponen ante el espectador, por ser parte del pasado o futuro ocultos de cada cual; requiere esta técnica de precisión no solo en la escritura, sino en la realización y en la escucha de unos diálogos más creados para un escenario, muchas veces, que para una pantalla. Butley, por quien podemos llegar a sentir lástima, vergüenza e incluso patetismo, es además de un seguidor de Eliot (a quien los otros consideran un poeta de parvulario), a veces hasta un homófobo homosexual tras la pérdida de su mujer y su hija Marina por personas también afines al mundo universitario. Su único afán final es seguir siendo el único proletario de la enseñanza, y en este sentido crece, y por eso cae bien.
Una cita para el verano (Philip Seymour Hoffman, 2010)
Philip Seymour Hoffman, el actor que interpretó junto a Christopher Walken El último concierto (Yaron Zilberman, 2012) y del que ya nos hicimos eco de su efeméride el año pasado, vivió una época dentro de la Historia del Cine bien distinta. Y, a pesar de todo, y como John Huston, dirigió en este caso la única (y en el de Huston, la última) película más poética de su carrera, y pensamos que no por casualidad. Basada en una obra de teatro de Bob Glaudini que también firma el guion, cuenta la historia de dos conductores de limusinas que recorren Manhattan llevando clientes como si fuesen taxis; el sector pasa grandes dificultades económicas y así se hace ver. Uno de estos hombres es tímido y apocado; el otro aparentemente expansivo, buen amigo y extravertido y queda en presentarle a Connie una amiga de su mujer, que trabaja con ella vendiendo como teleoperadora seminarios de iniciación al duelo por la muerte de un ser querido.
El tema de cómo las relaciones de largo recorrido se van deteriorando cuando Jack (el tímido) ve malograda una cena que iba a cocinar para los cuatro está excelentemente tratado. Pero sobre todo la relación entre Jack y Connie hace ver que al menos en el cine, los sentimientos son posibles. Con una fotografía colorida, perpetrada por W. Mott Hupfel III (son preciosas las escenas en que su amigo enseña a nadar a Jack en una piscina climatizada, así como las metáforas dramáticas que desde el guion se emplean) y una música arreglada por Grizzly Bear y Evan Lurie con toques terapéuticos de reggae, estos dos aspectos técnicos están en consonancia tanto con la puesta en escena como con la entidad de película pequeña e independiente. El reparto cuenta no solo con la presencia imbatible de Seymour Hoffman, sino con la belleza frágil de Amy Ryan, el encanto latino de John Ortiz o el carisma de mujer rota de Daphne Rubin-Vega, y por más triste que la fábula nos resulte, sigue siendo un filme entrañable que esperamos envejezca con dignidad.