Midsommar
Temporada de sacrificios

País: Estados Unidos
Año: 2019
Dirección: Ari Aster
Guion: Ari Aster
Título original: Midsommar
Género: Terror, Drama
Productora: B-Reel Films, Parts and Labor
Fotografía: Pawel Pogorzelski
Edición: Lucian Johnston
Música: Bobby Krlic
Reparto: Florence Pugh, Jack Reynor, Will Poulter, William Jackson Harper, Ellora Torchia, Archie Madekwe, Vilhelm Blomgren, Julia Ragnarsson, Anna Åström, Anki Larsson, Lars Väringer, Katarina Weidhagen van Hal, Isabelle Grill
Duración: 145 minutos

País: Estados Unidos
Año: 2019
Dirección: Ari Aster
Guion: Ari Aster
Título original: Midsommar
Género: Terror, Drama
Productora: B-Reel Films, Parts and Labor
Fotografía: Pawel Pogorzelski
Edición: Lucian Johnston
Música: Bobby Krlic
Reparto: Florence Pugh, Jack Reynor, Will Poulter, William Jackson Harper, Ellora Torchia, Archie Madekwe, Vilhelm Blomgren, Julia Ragnarsson, Anna Åström, Anki Larsson, Lars Väringer, Katarina Weidhagen van Hal, Isabelle Grill
Duración: 145 minutos

Con Midsommar, Aster cumple sobradamente con las expectativas creadas en Hereditary (2018) y lo hace dentro del subgénero folk horror, con referencias a cuentos clásicos, con la naturaleza como elemento central.

Midsommar (Ari Aster, 2019) forma parte de lo que algunos consideran un nuevo movimiento dentro del cine de terror estadounidense. Un movimiento que ha despuntado con una revisión del género desde una impecable factura llena de referencias cinéfilas y estructuras más elaboradas y complejas que las de sus antecesores. En el último lustro hemos asistido a la eclosión de tres directores jóvenes especializados en el cine de terror con un par de sólidos largometrajes cada uno. Ari Aster aparece junto a Jordan Peele y Robert Eggers en todas las listas como renovadores del género.

Con Midsommar, Aster cumple sobradamente con las expectativas creadas en Hereditary (2018) y lo hace dentro del subgénero folk horror, con referencias a cuentos clásicos, con la naturaleza como elemento central, como también hace La bruja (Robert Eggers, 2015), siendo ambas obras visualmente asombrosas. Midsommar es un popular festival sueco que existe realmente, equivalente a las fiestas de San Juan, donde el protagonismo recae en las flores y el baile alrededor de un poste para atraer la fortuna y el amor. Sobre esta premisa Aster construye el viaje de un grupo jóvenes estadounidenses guiados por un amigo local. La trama se centra en la única pareja del grupo, en crisis tras los trágicos sucesos que dejan a la protagonista mentalmente rota y a punto de quedarse sola. La pareja mantiene una relación tóxica que esconde una historia de alienación por la falta de empatía de Christian (Jack Reynor) y su temor a la ruptura. Tras una introducción plagada de planos cortos oscuros, nocturnos, en interiores claustrofóbicos que exploran la psicología de la protagonista, Dani (Florence Pugh), el film pasa a un desarrollo en exteriores soleados, casi sin la existencia de la noche, dentro de una gran cantidad de planos generales casi paisajísticos.

Florence Pugh deslumbra con su personaje.

Mientras Hereditary tenía en el retrovisor La semilla del diablo (Roman Polanski, 1968) o El resplandor (Stanley Kubrick, 1980) Midsommar es un cuento de hadas que remite a la literatura infantil europea del romanticismo, desde Hansel y Gretel (Hermanos Grimm, 1812) a Cenicienta. Ambas obras de Aster retratan a la familia o la falta de ella, a la pérdida, como motor del cambio psicológico de sus personajes y de su mutación hacia el horror. Y ambas películas buscan la sorpresa a través de cabriolas visuales. Sin embargo, lo que aporta Midsommar de novedad queda a nivel estético en un brillo fotográfico inesperado y en buenas decisiones en la puesta en escena desde la simetría. Podría decirse que Ari Aster tomó prestado el argumento de dos obras de Eli Roth. Midsommar podría ser perfectamente el resultado de una mezcla de El infierno verde (Eli Roth, 2015) a su vez inspirada en Holocausto Caníbal (Ruggero Deodato, 1980) y Hostel (Eli Roth, 2013), tomando de la primera la intromisión de unos jóvenes en una comunidad remota y exótica en plena naturaleza y del segundo la premisa de una presunta seguridad turística europea para los norteamericanos que no resulta tal.

Su firma es llevar al paroxismo escenas que provoquen al espectador, especialmente en el último tercio de la obra, donde todo se precipita, aunque siempre dé la sensación de control absoluto en lo que muestra a la audiencia.

Los coros, figura escénica de la antigüedad, se juntan aquí en torno a las figuras femeninas, y son destacables en los momentos de ansiedad a modo de plañideras que imitan el dolor ajeno y lo interpretan como propio. También actúan como guardianas de la tradición en las relaciones sexuales o en los rituales ligados a la comunidad. Y estas acciones sectarias, de ritos ancestrales basados en la reproducción, en los sacrificios para honrar a la naturaleza, eliminan las figuras divinas que predominan en nuestras civilizaciones actuales. Aster incluye en los ritos el uso de drogas, actos de brujería y un libro prohibido. Lo que nos lleva al estudio antropológico que quieren realizar dos personajes recién llegados al campamento de Midsommar y al miedo que genera ese choque de sociedades/tiempos/creencias que propone el cineasta.

Tras una especie de procesión religiosa, el encendido de una antorcha que imita al de Olimpia, comidas palpitantes y sazonadas, saltos y bailes desde una espiral áurea Dani se convierte en «Reina de mayo», la visten con un traje icónico que remite a la pintura de Gustav Klimt (y que se subasta en la web de A24, la empresa que apoya a gran parte del más interesante cine estadounidense actual: Aster, Eggers, los Safdie, Gerwig, Jenkins o Reichardt) y decide su futuro en un catártico final feliz.

Terror folclórico.

Siempre resultan interesantes los vasos comunicantes entre ficción y realidad, en especial cuando no son intencionados. La acción se sitúa en Suecia, un país que ha seguido una estrategia contra el coronavirus que deja expuestos y en riesgo a los mayores de setenta años, algo que entronca directamente con una de las líneas argumentales de Midsommar. Suecia tiene una tasa de mortalidad en la pandemia ocho veces mayor que sus vecinos Finlandia y Noruega que decidieron proteger a su población de alto riesgo con medidas de confinamiento. Y vista en retrospectiva esta casualidad resulta estremecedora. La realidad supera con mucho a la ficción aunque sea menos pinturera. La estacionalidad de los ciclos vitales que genera terror en Midsommar se lleva a cabo en la Suecia real con total normalidad. Y como en la película el mayor apoyo a estas políticas viene de los grupos de riesgo, los mayores de setenta años.

Aster parece reclamar sello propio repitiendo en algunas escenas la decapitación o la destrucción de cabezas como ya vimos en Hereditary para generar estupor en la sala. Y lo hace de forma hiperbólica, jugando con los límites del aguante del espectador y con un equilibrio complicado entre lo que muestra, lo gore, y lo que esconde al público o muestra parcialmente o a posteriori. Su firma es llevar al paroxismo escenas que provoquen al espectador, especialmente en el último tercio de la obra —donde todo se precipita— aunque siempre dé la sensación de control absoluto en lo que muestra a la audiencia. Sin embargo no escapa de convenciones del género que restan interés como la eliminación uno por uno de los miembros del grupo, empezando por minorías étnicas (construye un personaje muy cercano al protagonista de Déjame salir (Jordan Peele, 2017) y personajes secundarios con cierta vis cómica (como en cualquier slasher) o la no huida de los personajes pese a las sospechosas desapariciones constantes de sus compañeros. Midsommar es, pese a esto, una película que quedará entre las más importantes del género en la década pasada, y Ari Aster apunta a ser uno de los directores especializados en terror que mejor conjugue en el futuro las reglas del género con elementos y detalles que pueden llevar sus obras fuera de ese circuito.

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