James Bond y las mujeres
Amantes, madres y perséfones

Controvertido e interesante a partes iguales, el rol de los personajes femeninos en la saga del agente más famoso del servicio de inteligencia británico se ha venido transformando a medida que la franquicia ha ido evolucionando con el paso de los años.

Este artículo contiene spoilers sobre las películas de James Bond interpretadas por Daniel Craig.

Si hay algo que define al personaje de James Bond en el cine y lo separa del resto de espías es, sin duda, su relación con las mujeres. Al igual que la franquicia ha logrado hacer, a lo largo de las décadas, miles de millones en taquilla, no es menos cierto que el rol de los personajes femeninos en las películas de 007 también ha hecho correr ríos de tinta, desde quienes lo ven como un ejemplo de cine misógino hasta quienes argumentan que se trata de un mero entretenimiento escapista inocente y destinado a un público mayoritariamente masculino. Sea como fuere, es innegable que durante los quince años en los que Daniel Craig ha encarnado al agente británico, uno de los muchos aspectos en los que la franquicia ha buscado alejarse de sus predecesoras es en el tratamiento de sus personajes femeninos.

Para entender esta cuestión, es imprescindible aclarar primero el punto de partida. Cuando las primeras cintas de 007, basadas en las novelas de Ian Fleming, llegaron a la gran pantalla en los años sesenta, la realidad social y cultural tanto de Gran Bretaña como del resto del mundo era radicalmente diferente a la actual. Es cierto que para algunas personas el aludir al contexto de la época a la hora de responder a la crítica de una obra desde valores y realidades culturales posteriores puede sonarles a excusa genérica, pero lo cierto es que en el caso de la franquicia de Bond es imprescindible. Los años sesenta/setenta suponen la época de la gran revolución sexual en Occidente, un periodo en que desde diferentes ángulos de la sociedad se cuestionaban las tendencias conservadoras y sexofóbicas (particularmente puritanas en los países anglosajones, por contraposición al cine francés o italiano de la época, más abierto de mente en estos temas) que desde los años treinta eran la norma y restringían profundamente la presencia de cualquier tema o contenido de carácter mínimamente sexual en el cine y la televisión (en parte como respuesta a la algarabía de los años veinte, una época de una marcada libertad sexual que no volvería a verse hasta más de cincuenta años después). En este contexto, asistimos a un cine que, después de décadas en las que cualquier forma de erotismo estaba absolutamente proscrita, por fin vuelve a abrirse al uso de la sensualidad y la sexualidad para contar sus historias.

007 será, desde sus inicios, un icono de la revolución cultural y sexual de los años sesenta.

Esta represión que en los sesenta comienza a romperse supone, en particular, una recuperación de la propia sexualidad femenina, la cual hasta el momento había estado particularmente minimizada tanto en la sociedad como en el cine. De esta manera, la decisión creativa de las películas de 007 de incluir la presencia de personajes femeninos altamente sexualizados y situaciones con claros tintes eróticos viene definida por el propio contexto cultural de la época, en el que se vive un renacimiento de la sexualidad (y en particular de la sexualidad femenina). Lo que a ojos de 2021 puede parecer frívolo o políticamente incorrecto, no se entendía en los años sesenta como tal, sino como una reivindicación de la hasta el momento denostada sexualidad femenina. En una época en que la expresión de la sexualidad propia suponía para las mujeres un enorme estigma, la presencia en la gran pantalla de personajes femeninos que no escondían su deseo erótico y disfrutaban abiertamente su libertad sexual tenía ciertos tintes socialmente provocativos que transformaron a las películas de James Bond en un icono cultural de la revolución sexual de los sesenta y en un cine que, paradójicamente, gozó de cierto éxito entre las audiencias más ideológicamente progresistas precisamente por estos motivos. En otras palabras, las chicas Bond, lejos de ser el ejemplo anticuado y casposo de representación femenina en el cine que nos podría parecer vistas con las gafas del presentismo, eran personajes que, en el contexto de la época, simbolizaban a una generación de mujeres que, tras varias décadas, estaban empezando a reconquistar su propia sexualidad.

Por desgracia, lo que funcionaba para los años sesenta y setenta, con el paso del tiempo comenzó a quedarse anticuado. Si en 1962, cuando se estrena la primera película de la franquicia, Agente 007 contra el Dr. No (Terence Young, 1962), mostrar a mujeres viviendo su sexualidad era algo rompedor y moderno, hacerlo en 1985 cuando se estrena Panorama para matar (John Glen, 1985), en un contexto social totalmente diferente, era algo que empezaba a ser repetitivo y estéril. En una sociedad mucho más abierta sexualmente lo que en el pasado había sido novedoso ahora empezaba a sentirse anticuado. El chiste era el mismo, pero la gente lo había escuchado tantas veces que ya no se reía. Es así que con la llegada del s.XXI, y después de que Pierce Brosnan pasara sin pena ni gloria por el papel de Bond y la franquicia estuviera en un evidente punto muerto creativo, los productores decidieron tomar una de las decisiones artísticas más arriesgadas (y a la par más exitosas) del cine reciente y nolificar la saga (es decir, dar un tono más serio, oscuro y realista a las películas a la vez que se tocan temas de mayor profundidad, a imagen y semejanza de lo que Christopher Nolan había hecho unos años antes con Batman). Esta decisión, que se plasmó en el celuloide por primera vez con la excelente Casino Royale (Martin Campbell, 2006), supondría un cambio de gran parte de los elementos que componían lo que se entiende que es una película de 007 (desde villanos más realistas con motivaciones más serias o escenas de acción mucho más violentas hasta un estilo visual menos caricaturesco y más minimalista y refinado), siendo uno de ellos la relación de Bond con las mujeres.

Bond tiene por primera vez en Casino Royale una relación seria y emocionalmente compleja.

Así, en Casino Royale, se nos presenta algo relativamente inédito en el universo cinematográfico 007, esto es, un James Bond que tiene una relación seria a nivel emocional (y no solo un encuentro sexual casual) con una mujer, Vesper Lynd. Sí es cierto que ya habíamos visto a Bond en una relación estable (e incluso casado) en la infravalorada 007 al servicio secreto de su Majestad (Peter Hunt, 1969), pero no será hasta la película de 2006 en la que descubriremos a un 007 emocionalmente vulnerable tener una relación con una mujer que va más allá de lo estrictamente sexual para tener una verdadera conexión sentimental, usando, por lo tanto su relación con Vesper para profundizar psicológicamente en el personaje. Así mismo, Vesper también subvierte a la tradicional chica Bond al ser un personaje mucho más complejo y con unas motivaciones propias que no coinciden necesariamente con las del protagonista. De este modo, Lynd no es un mero objeto de deseo para el protagonista, sino que es un personaje completo y una pieza integral de la historia que se nos cuenta. La relación de Bond y Vesper se fragua en esta cinta a fuego lento, acentuando no lo sexual sino su cercanía emocional, viendo por primera vez a un Bond más personal que a través de este personaje femenino le muestra al espectador su lado más vulnerable y que no evita hablar de cuestiones como su infancia como huérfano (elemento que será importante en posteriores entregas). De la misma forma, el fallecimiento de Vesper al final de la película no solo le da a su historia de amor, y a toda la cinta, un tono más trágico y serio que se aleja del entretenimiento ligero que ofrecían la mayoría de las entregas anteriores, sino que nos permite ver una nueva cara mucho más humana de Bond, la del héroe que pierde un ser querido y ha de lidiar con los sentimientos de traición, pérdida y dolor.

La importancia del personaje de Vesper no se limita a la primera película de la era Craig, sino que su sombra se extiende sobre las cuatro películas posteriores a pesar de que el personaje interpretado por Eva Green no esté presente en ellas. Así, el constante recuerdo por parte de Bond de su amor perdido hace que Vesper se convierta en una suerte de Perséfone, un arquetipo narrativo que consiste en un personaje femenino que, de alguna manera, vuelve del mundo de los muertos (real o metafórico) para ofrecerle a un protagonista generalmente masculino una serie de conocimientos, enseñanzas u objetos que le servirán para evolucionar como personaje y conseguir sus objetivos. Fuera de la mitología clásica, son muchas las historias en las que este arquetipo está presente de una forma u otra, desde películas, como el caso de Mal Cobb en Origen (Christopher Nolan, 2010) hasta videojuegos, como Alt Cunningham en Cyberpunk 2077. En el caso de Vesper, su regreso será a través del recuerdo constante por parte de Bond, el cual alimentará su evolución como personaje al hacerle crecer como ser humano y ayudarle a transformar sus relaciones con las mujeres en su entorno e incluso como consigo mismo.

Camille Montes supone una subversión de la tradicional chica Bond al nunca tener una relación sentimental o sexual con 007.

Tras el éxito de Casino Royale se abría una nueva disyuntiva: hasta la fecha, la franquicia Bond se componía de películas autoconclusivas argumentalmente independientes. Sí que es cierto que existían muy ligeros nexos entre los títulos, como puede ser la presencia recurrente de algunos personajes secundarios, pero en general la saga cinematográfica de 007 carecía de cualquier tipo de canon así como de arcos argumentales que abarcaran más de una única película. Quantum of Solace (Marc Forster, 2008) termina con eso al ser una secuela directa de su predecesora que empezaba justo donde terminaba la anterior tanto a nivel argumental como dramático, es decir, con un James Bond traicionado, emocionalmente roto y obsesionado con la venganza contra quienes le arrebataron a la mujer que amaba. Si bien la película presenta un guion bastante flojo en según que partes, no se puede negar su atrevimiento creativo al ser también la primera película de la franquicia en la que Bond y la correspondiente chica Bond, Camille Montes (interpretada por Olga Kurylenko) nunca llegan a tener una relación sexual o sentimental, sino que es simplemente de amistad. Esta decisión no solo encaja perfectamente con un Bond que se encuentra psicológicamente en un estado de duelo, sino que además enriquece su personaje al mostrar una faceta inédita del mismo, un Bond capaz de establecer relaciones personales más allá del sexo, así como un personaje femenino que tiene su propia evolución, motivaciones y objetivos independientemente del protagonista masculino. En un ejemplo de libro sobre la empatía relativamente inusual en el cine de acción, vemos a los personajes de Bond y Camille ayudarse mutuamente a superar las pérdidas de sus respectivos seres queridos. Por otro lado, el no dar a Bond una relación sentimental seria en la secuela de Casino Royale sirve, además, para acentuar la importancia a nivel personal de su relación con Vesper.

La era Craig supuso una remodelación integral de la franquicia 007, que se transformó en una experiencia cinematográfica mucho más oscura y que trataba temas más profundos.

Habitualmente se discute la gran importancia de los vínculos entre las niñas y sus padres durante la infancia en la salud de sus relaciones sentimentales con hombres en la edad adulta, pero quizá es menos discutida otra cuestión casi igual de relevante, esto es, la influencia de los vínculos de los niños con sus madres durante la infancia en sus relaciones con mujeres en la edad adulta. Y dado que en el actual canon Bond es un huérfano sin referentes maternofiliales, esto supuso una oportunidad excepcional para explorar esta faceta del personaje en Skyfall (Sam Mendes, 2012). ¿Cómo era posible que James Bond tuviera, a fin de cuentas, una relación normal con las mujeres si nunca había tenido una relación con su propia madre? Es así que el oscarizado director decidió en esta película centrar el rol femenino principal en la figura de M, la dura pero entrañable jefa de Bond interpretada por la siempre excelente Judi Dench. A nivel metafórico, M se convierte en una suerte de figura materna para 007, el cual experimenta a su vez los hitos propios de la relación de un hijo con su madre. Generalmente se dice que una persona suele tener tres fases en su relación con sus padres: la fase de infancia, en la cual los padres cuidan de los hijos; la fase de madurez, en la cual son los hijos quienes cuidan de los padres; y la de vejez, en la que los padres fallecen legando a su hijos los conocimientos y sabiduría acumulados a lo largo de los años. A lo lo largo de la película, M y Bond pasan por estas mismas fases, acentuando la relación maternofilial de ambos personajes. Durante el primer tramo de la cinta, vemos a un Bond tanto física como mentalmente deteriorado al que M trata de proteger. En la segunda mitad de la película, sin embargo, las tornas cambiarán y cuando el antagonista trate de terminar con la vida de M, será Bond quien haga lo posible para protegerla. Incluso ambos personajes se trasladarán en el acto final de la trama a la casa en donde Bond vivió su infancia, haciendo más evidente si es posible la voluntad de la película de presentar a M en un rol maternal con respecto al protagonista.

En Skyfall, M se convierte en una figura materna para Bond.

Esta decisión permite que el personaje de 007 se reconcilie con la figura de su madre, es decir, una mujer que ejerce sobre él un rol protector pero que a la vez está destinado a fallecer a medida que Bond madura como ser humano. La relevancia de esta entrega a la hora de construir la evolución de 007 en sus relaciones con el sexo opuesto radica en la importancia de darle al personaje un referente materno a través del cual crecer y evolucionar. Vemos así como Bond pasa de ser alguien con relaciones personales inestables y breves, consecuencia seguramente de la ausencia de lazos afectivos maternofiliales en su infancia, a ser una persona capaz de mostrar vulnerabilidad emocional y construir relaciones permanentes y estables con otras personas. Incluso en el clímax de la película, la motivación de Bond para detener al antagonista (interpretado por Javier Bardem) no radica en que este tenga planes para destruir el mundo o cometer algún atentado, como en entregas anteriores, sino en su mera voluntad de evitar que este villano pueda consumar su venganza matando a M. Así mismo, la lucha de Bond por salvar a su jefa no radica en su lealtad como agente del MI6 o en su patriotismo, sino en su necesidad de proteger a la única persona con la que a lo largo de su vida ha logrado establecer una relación estable y lo más parecido que ha tenido a una madre. Si bien al final de la película M fallece, Bond logra, a través de su pérdida, reparar su hasta el momento rota relación con su referente materno y, por lo tanto, consolidar los cimientos para construir, de cara al futuro, relaciones con mujeres sólidas y estables.

Y este será precisamente el paso que de el agente secreto más famoso del cine en la siguiente película de la franquicia, Spectre (Sam Mendes, 2015). En esta entrega conocemos a Madeleine, la hija de Mr. White, uno de los enemigos de 007 y la primera mujer de la que se enamora tras la muerte de Vesper. Bond, de nuevo, se enfrenta a los mismos retos a nivel emocional que ya vivió en la primera cinta de la era Craig y que le terminaron suponiendo un tremendo dolor a nivel personal, pero en esta ocasión, estando el personaje equipado con todos los conocimientos y las experiencias que ha obtenido gracias en buena medida a los diferentes personajes femeninos con los que ha interactuado a lo largo de las películas anteriores, así como de su recuerdo de Vesper, logrará resolver este conflicto de una manera positiva y construir de forma exitosa aquello que en pasado fue incapaz de hacer: una conexión sentimental estable y emocionalmente profunda con una mujer. A lo largo de estas cuatro entregas, por lo tanto, observamos una transformación significativa en el personaje de Bond que no habría sido posible sin la importancia que en esta última fase de la franquicia han tenido los personajes femeninos a la hora de hacerle crecer como personaje y expandir el rango de emociones ha sido capaz de manejar.

El intercambio entre Madeleine y Bond supone la culminación de la evolución de este personaje y de su relación con las mujeres.

Spectre fue diseñada como el fin del ciclo Craig, pero la tibia recepción de la crítica, así como el éxito de Craig entre los fans, llevó a los productores a dar luz verde a una última entrega con el actor, Sin tiempo para morir (Cary Joji Fukunaga, 2021). Esto suponía un considerable problema creativo dado que Spectre era una película bastante conclusiva que prácticamente cerraba todas las tramas abiertas en entregas anteriores y dejaba muy poco espacio para poder contar cosas nuevas. Ante esta situación, los guionistas de la película decidieron huir hacia delante y enfrentar a Bond con el siguiente paso lógico en su vida, la paternidad. Si bien es cierto que la película presenta ciertos problemas de coherencia narrativa con sus anteriores entregas (por ejemplo, Bond dejando de confiar en Madeleine de una escena para otra, giro claramente forzado por necesidades del guion) no puede negarse que la perspectiva de un Bond padre es sumamente interesante en tanto que refleja la culminación de la evolución del personaje que se ha estado gestando en las entregas anteriores. Bond aceptando sus responsabilidades paternas supone, a la postre, la consolidación de este personaje como alguien capaz de construir relaciones sólidas, duraderas y emocionalmente estables, capaz de procesar sus propias vulnerabilidades emocionales para permitirse a sí mismo abrirse psicológicamente a otras personas. Así mismo, la decisión de culminar la película con la muerte de James Bond, el cual se sacrifica para salvar la vida de Madeleine y de su hija, encaja igualmente en esta evolución de personaje, cerrando el círculo con un Bond dispuesto a hacer algo nunca visto en anteriores entregas, dar su vida para proteger a aquellos a los que quiere. La transformación del personaje en alguien capaz de tener relaciones afectivas profundas supone por un lado una vulnerabilidad en tanto que esto supone en último término su muerte, pero por otro lado también le permite crecer como ser humano dado que acepta de una manera estoica el autosacrificio como una forma de proteger a sus seres queridos, algo que hubiera sido impensable en películas anteriores.

La era Craig supuso una remodelación integral de la franquicia 007, que se transformó en una experiencia cinematográfica mucho más oscura y que trataba temas más profundos. En este contexto, se hizo necesario el abrazar por fin un canon sólido que abarcara varias películas de cara a darle al personaje de Bond una evolución coherente. Todos estos elementos permitieron redimensionar el concepto de chica Bond para crear personajes femeninos más complejos que abrían la puerta a que Bond usara sus relaciones con dichas mujeres para crecer como persona. Es de esta forma que cada una de las mujeres con las que el protagonista interactúa a lo largo de las diferentes entregas le aportan algo que abre la puerta a que 007 experimente a lo largo de los años una transformación coherente y enriquecedora. Hay quien puede tener la tentación de criticar esta nueva filosofía con respecto a los personajes femeninos alegando que estos siguen estando narrativamente supeditados a Bond y que existen como meros vehículos para que este pueda evolucionar como personaje, pero a fin de cuentas hablar de la franquicia 007 es hablar de un universo construido entorno a un personaje tan icónico como inmutable. James Bond es un espía elegante, seductor y sarcástico, y eso forma parte del propio ADN narrativo de la serie, por lo que no sería posible eliminar estos factores sin destruir su propia identidad en el proceso. Es por ello que la capacidad de la franquicia durante las últimas entregas de construir sobre el pasado respetando los cimientos que hicieron a 007 grande pero a la vez llevando al personaje a nuevos lugares es un ejemplo excelente sobre cómo sincretizar tradición y modernidad en el cine.

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