El último guion. Buñuel en la memoria
«Ateo gracias a Dios»
• País: España
• Año: 2008
• Dirección: Gaizka Urresti, Javier Espada
• Guion: Gaizka Urresti, Javier Espada
• Título original: El último guión. Buñuel en la memoria
• Género: Documental
• Productora: Coproducción España-México-Alemania; Aragón Televisión / IMVAL Producciones / Instituto Mexicano de Cinematografía (IMCINE) / Universidad de Guadalajara / Zweites Deutsches Fernsehen (ZDF)
• Fotografía: Pepe Añón, Christian Garnier, Pablo Márquez
• Edición: Gaizka Urresti
• Música: Miguel Ángel Remiro
• Reparto: Luis Buñuel, Jean-Claude Carrière, Juan Luis Buñuel, Javier Espada
• Duración: 90 minutos
• País: España
• Año: 2008
• Dirección: Gaizka Urresti, Javier Espada
• Guion: Gaizka Urresti, Javier Espada
• Título original: El último guión. Buñuel en la memoria
• Género: Documental
• Productora: Coproducción España-México-Alemania; Aragón Televisión / IMVAL Producciones / Instituto Mexicano de Cinematografía (IMCINE) / Universidad de Guadalajara / Zweites Deutsches Fernsehen (ZDF)
• Fotografía: Pepe Añón, Christian Garnier, Pablo Márquez
• Edición: Gaizka Urresti
• Música: Miguel Ángel Remiro
• Reparto: Luis Buñuel, Jean-Claude Carrière, Juan Luis Buñuel, Javier Espada
• Duración: 90 minutos
Realizado al alimón por dos documentalistas y conocedores de su figura, es esta una obra hecha desde el más estricto conocimiento de Buñuel y su manera de entender el cine.
Dice Juan Luis Buñuel (el hijo del homenajeado) en este documental que hace memoria de sus gloriosos días en Calanda, Zaragoza, Madrid, París, Toledo y México (país que le vio morir en 1983) que la famosa frase «soy ateo gracias a Dios» (famosa por aparecer no solo en documentos de video o cinematográficos, sino también en su libro de memorias en el que fue personaje nada secundario su habitual guionista Jean Claude Carriere) la pronunció antes George Bernard Shaw que el hoy fundamental e irrepetible director de cine calandino. Los documentalistas Gaizka Urresti (que debutó en 2001 con el filme de ficción El corazón de la memoria) y Javier Espada (quién además —y proveniente más de su admiración por Buñuel y Rabal— realizó Tras Nazarín: El eco de una tierra en otra tierra, así como un homenaje filmado a Asunción Balaguer, esposa del segundo) entregan un trabajo en cuyo sentido están todos los fantasmas que se llevó lo que un día entendimos por cine como arte y no solo como negocio.
Especialmente pensado para ponerlo en su contexto, aparecen como amigos entrevistados Ian Gibson, Ángela Molina o Silvia Pinal entre otros. Perfectamente complementario (de hecho, muchos de sus recuerdos aparecen allí) está su libro, como decíamos, de memorias —Mi último suspiro (1982)—. Se recomienda, si se es joven, leer algo antes sobre Luis Buñuel o ver, si no se ha hecho ya, alguna de sus películas. El recorrido por los escenarios de su vida está realizado desde la nostalgia del gran y también generoso compañero que fue Carriere, así como del hilo conductor Juan Luis y su hermano afincado en California y que se gana la vida como escritor. En un paseo cercano a Hollywood, los tres recuerdan con nostalgia una de las últimas grandes fotos de la Historia del Cine con otros directores como Wilder, Ford, Hitchcock o Wise. La imagen es comentada con más profundidad en el mediometraje Los chicos de la foto (2014) realizado por Juan José Aparicio e Iván Reguera.
Trufado como vamos viendo de gran cantidad de anécdotas, la manera de hacer cine de Buñuel no era ajena a la literatura o la pintura.
Angela Molina y Juan Luis recordándole.
Existen momentos que el mismo Carriere en el recuerdo tacha de fantasmáticos, donde el genio de Calanda (Teruel) pasó gran cantidad de tiempo, como por ejemplo, la Residencia de Estudiantes donde compartió siete años con García Lorca, Salvador Dalí o Rafael Alberti y aprendió boxeo; el primer y más vanguardista París de los años 20 del siglo pasado, centrándose en su primer estreno en un cineclub de Un perro andaluz (1929) o La edad de oro (1930); la visita a los estudios de Pathé (reconvertidos en nuevo y siempre luminoso espacio cultural)… De Madrid se recuerda, desde el Paseo de Recoletos, el establecimiento Museo Chicote o el Círculo de Bellas Artes, otra presencia no menos fantasmática y a pesar de todo hoy muy reivindicada: la de Benito Pérez Galdós —el novelista de quién adaptó Viridiana (1961), Tristana (1970) y Nazarín (1951)—; de Toledo, el rodaje de Tristana con esos aromas a ciudad vieja y sin embargo querida; de Calanda, los recuerdos de un tocadiscos sonando en un patio así como la fobia a los arácnidos heredada de sus padres; o de México los rodajes de sus grandes películas, incluida la peor acogida allí Los olvidados (1950), de la que hablan con la mesera de un establecimiento de pueblo llamado «La Pilarica» (en honor a esa ciudad, Zaragoza, en que Buñuel estudió el bachillerato con los jesuitas).
Trufado como vamos viendo de gran cantidad de anécdotas, la manera de hacer cine de Buñuel no era ajena a la literatura o la pintura (el mismo Salvador Dalí quiso rodar con él la segunda parte de Un perro andaluz, contestándole este que agua pasada no mueve molino), y en cierto sentido es irrepetible concebir hoy películas como El ángel exterminador (1962), Simón del desierto (1965) o tantas otras. Por seguir con el anecdotario cabe decir que aquella película en que los personajes se veían impedidos a salir de su mansión estaba basada en el cuadro de Gericault La balsa de la Medusa (1818–1819), pintura que le llegó a obsesionar tanto —y poco amigo como era de rodar con multitudes de gente—, que hizo que, para Viridiana, Silvia Pinal se metiera más en el papel rociándole miel con arena en los brazos. Además, el documental nos da debida cuenta de su colaboración en instituciones de nivel internacional como el MOMA (Museum of Modern Art) de Nueva York en sus primeros años. Tal vez sea paradójico que su Óscar por El discreto encanto de la burguesía en 1972 le considerase director de cine mexicano, antes que español, pero así también fueron las cosas.