«No hay nada peor en la vida que ser ordinario». Esta es la frase que repite una y otra vez Angela Hayes, el deseo prohibido de Kevin Spacey en American Beauty (Sam Mendes, 1999), y en cierta manera tiene razón. Los genios son aquellos que tienen la valentía de salirse de la vía común establecida en la sociedad en la que viven, que saben ver algo que los demás no son capaces ni de apreciar, y que, en cierta manera, van en contra de lo aceptado social y culturalmente. Algo así ocurre con el director y guionista del que vamos a hablar hoy, Sam Mendes, una de las grandes figuras de la dirección cinematográfica actual, y una de las seis personas capaces de ganar el Óscar a mejor director por su primera película —exclusivo club en el que también se encuentran, entre otros, Kevin Costner por Bailando con lobos (1990) y Robert Redford por Gente corriente (1980)—. Sin embargo, el querer ser «diferente» le ha hecho ganarse la fama de arrogante, el precio a pagar por ser un genio, al parecer.
Hijo de escritora y profesor universitario, nació en Berkshire, uno de los siete condados de Inglaterra. Tras estudiar en Cambridge, y con un interés en el cine desde muy joven, comenzó dirigiendo teatro —cosechando grandes éxitos con obras como El jardín de los cerezos o Cabaret en los teatros británicos— hasta que en 1999, con tan solo treinta y cuatro años, dirige American Beauty, escrita por Alan Ball que originalmente la ideó como una obra de teatro. Ahí es el momento en el cuál todo salta por los aires. Una película en la que, a pesar de su rotundo éxito en el Festival de Toronto de 1999, tanto la crítica como la industria no confiaban debido a su tono y su estilo condescendiente con los personajes, acaba siendo un bombazo de taquilla con una recaudación de 356,3 millones de dólares, y ganando el Óscar a mejor película en el año 2000. Ese mismo año, Mendes ganó el Globo de Oro, el premio del sindicato de directores —también llamado DGA— y el Óscar a mejor director, palmarés suficiente para convertirse en el nuevo niño adorado de Hollywood. Y veinte años después, con hasta ocho películas a sus espaldas —algunas joyas, algún desastre y hasta algún jugueteo con el mundo del blockbuster—, sin duda, podemos hablar de uno de los mejores directores de su generación.
5. Skyfall (2012): un James Bond más humano y más oscuro
La vigésimotercera entrega de la saga Bond es una de las mejores de los últimos años, y eso en parte es gracias a la labor de Sam Mendes. Nos cuenta el descenso a los infiernos del agente secreto más famoso del cine, convirtiendo a un personaje casi caricaturesco en su esencia, en alguien más humano, con sus demonios internos tras años al servicio del MI6. Con ese tono de oscuridad parecido al que consigue Christopher Nolan con su El caballero oscuro (2008), sin perder la esencia clásica del agente 007. Daniel Craig es un fantástico James Bond del siglo XXI, alguien frío como el hielo, igual de seductor como aquel Sean Connery de los setenta, pero dejando la socarronería más rancia a un lado. El blockbuster hace que la mano de Sam Mendes no sea tan clara a simple vista, pero su estilo está en cada uno de los planos de la película. Varios peldaños por encima que su sucesora Spectre (2015), Mendes comento que la experiencia rodando las películas de la saga fue un auténtico caos, pero a la vez liberador por no tener que estar pendiente de las críticas y satisfactorio por poder hacer una película pensando en sus hijos1. Solo los primeros diez minutos de película que vienen antes de los créditos —con la maravillosa canción de Adele— requirieron de dos meses de rodaje en Turquía1. Como si nada.
4. Revolutionary Road (2008): la película que volvió a unir a Rose y Jack
Basada en la novela homónima del autor estadounidense Richard Yates (1961), su entonces mujer Kate Winslet se quedó prendada del personaje protagonista, y pidió a Mendes hacer la película con DiCaprio como su marido. La película se centra en un tema más que recurrente en la filmografía del director: la frustración de la vida monótona de nuestros padres. Frank y April forman una joven pareja llena de sueños e ilusiones. Ella actriz, y él sin un oficio claro, no saben el rumbo que va a tomar sus vidas pero solo tienen una cosa clara: no quieren ser como sus padres. Sin embargo, el paso del tiempo, el matrimonio y varios hijos hacen que lo que empieza siendo una vida bohemia, acabe con una casa unifamiliar en una urbanización tranquila y acogedora. Para cuando se dan cuenta, la frustración y la crisis emocional en el que se encuentran sumidos, hacen que se replanteen su futuro y su matrimonio. La dirección de Sam Mendes es magistral, en el que la posición de la cámara en cada escena tiene su razón narrativa. La escena de Kate Winslet —papel tremendamente reivindicado, que al final acabó siendo ninguneada por los Óscar, a pesar de su victoria en mejor actriz ese mismo año por The Reader (El lector) (Stephen Daldry, 2008)— junto al personaje de Michael Shannon en la cocina de su casa es escalofriante, de ponerse los pelos de punta. Una pena que la película acabe siendo excesivamente melodramática.
3. Camino a la perdición (2002): problemas paternofiliales en mitad de una trama de mafiosos
Una trama sobre la mafia irlandesa con Tom Hanks y Paul Newman —en uno de sus últimos papeles en el cine— junto a la música de Thomas Newman, parecen una combinación irresistible, y es que lo son. Basada en la novela gráfica de Max Allan Collins (1998), la película nos cuenta la historia de un padre de familia que se gana la vida como el asesino a sueldo de confianza del capo de la mafia irlandesa en Chicago, y su hijo lleno de curiosidad por el oficio secreto de su padre. Como bien dice el personaje de Paul Newman «es ley de vida, los hijos están en la tierra para preocupar a sus padres». Sam Mendes utiliza la estética noir japonesa, con influencias del maestro Kurosawa, para retratar ese Chicago sombrio de la Gran Depresión. La belleza en cada plano —y en cada muerte— llega a su cenit con la última escena de Tom Hanks y Paul Newman bajo la lluvia, poética e inolvidable. Por ponerle un «pero», tal vez, la trama paternofilial hace que pierda peso la historia sobre la mafia, pero sigue siendo una gran película y casi un clásico del género.
2. 1917 (2019): de lleno en las trincheras de la Primera Guerra Mundial
Fue la gran favorita de la anterior edición de los Óscar, hasta que la surcoreana Parásitos (Bong Joon-ho, 2019) llegó para llevarse el pastel. 1917 es una auténtica obra maestra, en la cual la ambición de Sam Mendes lleva a la película a otro nivel, y el tan comentado —y a la vez controvertido— plano secuencia se convierte en la pieza angular del lenguaje narrativo en el que nos cuenta la historia. La mayor crítica hacía la obra ha sido que el despliegue técnico del film hace que la emoción y el guion queden en segundo plano, pero esto, en realidad, no es así. Mendes utiliza las memorias de su abuelo para hacer experimentar al espectador lo que fueron las trincheras de aquella guerra, porque «sus historias no hablaban sobre valentía, sino sobre lo completamente aleatorio que era todo allí»2. El director quería que el espectador sintiese el barro en las manos, el hedor, la sed, el terror, la incertidumbre. George MacKay es la estrella emergente de la película, lleva todo el peso del film sobre sus espaldas, y es capaz de dar lo que se requiere en cada momento. Y el trabajo de Roger Deakins indiscutible como siempre. Con todos mis respetos a Martin Scorsese, esto sí que es un parque de atracciones, y de los buenos.
1. American Beauty (1999): la película clave de toda una generación
Probablemente una de las mejores películas del último cuarto de siglo, retrata sin filtros todos los problemas que acarrea el tan idealizado «sueño americano». Al igual que ocurría en Revolutionary Road, Mendes aquí nos vuelve a retratar las frustraciones de un hombre —Kevin Spacey dando un recital— sumido en una crisis abismal por la monotonía de su vida, sin ninguna ilusión ni sueños que le ayuden a afrontarla. Sin embargo, el mensaje más potente de la película va dirigido a la capacidad de la sociedad para pretender algo que no es solo para reflejar una aparente «vida ideal» que no existe: la bellísima y joven rubia que pretende tirarse a todo lo que se menea pero en realidad es virgen, la vendedora de casas que pretende ser perfecta en todo lo que hace pero que en el fondo esconde una vida llena de fracasos. Una historia dolorosa, difícil de ver, pero relatada de una manera tan elegante y estimulante que te deja sin palabras. El pasado de Mendes en el teatro tienen una clara influencia en como retrata cada plano. Y esa bolsa de plástico…. ¡ay esa bolsa de plástico!
- Kellaway, K. (2020, 26 marzo). Sam Mendes: «I did Skyfall to wake myself up. It has certainly done that». The Guardian. https://www.theguardian.com/culture/2012/dec/09/sam-mendes-interview-skyfall-bond[↩][↩]
- Shoard, C. (2020, 3 enero). «The stupidest thing humanity ever did to itself»: Sam Mendes and Colin Firth on 1917. The Guardian. https://www.theguardian.com/film/2020/jan/03/the-stupidest-thing-humanity-ever-did-to-itself-sam-mendes-and-colin-firth-on-1917[↩]