La extrañeza. Como estigma, o elemento clave, si se prefiere, dentro del cine de género, juega un papel fundamental dentro de lo atmosférico, la sensación de incertidumbre, o de que algo va mal dentro del escenario que se plantea. Desde un punto de vista teórico, estrictamente fílmico, un cineasta —hablamos en este caso de Lee Haven Jones, artífice de la magnífica The Feast— juega sus cartas introduciendo un elemento discordante, que dé una nota mal afinada dentro de una orquesta perfectamente engrasada, en el tablero de juego, convirtiendo un recorrido que podría ser idílico en algo incómodo, que toca lo que no se puede narrar, generando un ambiente que se respira con cada corte, con cada escena, con cada decisión de estilo y de puesta en escena, con cada simple —no tan simple, en realidad— haz de luz que incide sobre los objetos y los personajes que caminan, inadvertidos, por un decorado que no es decorado: es realidad, o más bien representación —que no deja de ser, al final, una verdad mucho más potente—. The Feast, rodada íntegramente en galés, es esa película, la que introduce la extrañeza, lo críptico, lo inenarrable, y lo transmuta en algo inteligible y armónico, que conjuga lo semántico con lo pictórico, hasta el punto de que la simbiosis que emana de su forma y su fondo, en la que las claves grises y nebulosas se complementan con cada recóndito susurro y mirada esquiva —qué fascinación es capaz de ejercer Annes Elwy en el papel principal con apenas unas pocas líneas de diálogo, sea dicho— mientras recuerdan lo trágico de su mensaje y sus simbolismos —la naturaleza vengadora, la avaricia humana, la falta de respeto por lo que ya estaba aquí, la apropiación de todo y de todos—. Una película, la de Lee Haven Jones, que está más pensada para ser percibida a media vela, o desde un onirismo latente, que despachando desde la razón cada inflexión de su guion o decisión de estilo.
Una obra de gramática impecable, pensada para entrar por los ojos y salir por el corazón, que mantiene la tensión incluso desde la lejanía.
Por su parte, y ya que sacamos el tema, no podemos pasar por alto la facilidad con la que la obra rescata los viejos tropos del cine de género fantástico y los inyecta en un continuo estimulante y a menudo subversivo, dadas sus características: si desde la sinopsis asistimos a la cena con invitados de una familia adinerada —en política, dejan caer— que requiere de los servicios de una asistenta que les ayude en las tareas del evento, es de lo que no se ve de donde podemos leer la verdadera potencia retórica sobre la que se asienta The Feast. Como si se tratara de una representación teatral de los pecados capitales, o de un recorrido por todos los males de la raza humana confinados dentro de una sola vivienda, Lee Haven Jones descubre todo un mundo de posibilidades que recuerda a otros grandes filmes de género que han sabido explotar poderosas premisas desde la audacia, como La invitación (Karyn Kusama, 2015) o Coherence (James Ward Byrkit, 2013), y mediante un drama de personajes sorprendente, que desarrolla lo necesario para levantar la jerarquía narrativa hasta el punto exacto, y unas fuertes ideas visuales y un uso de la violencia controvertido con determinados momentos de explosión visceral, eleva su obra hasta un nivel en el que entrar en su inframundo de extrañeza, de bajos impulsos, vísceras y barro es casi un imperativo. Una obra de gramática impecable, pensada para entrar por los ojos y salir por el corazón, que mantiene la tensión incluso desde la lejanía. Y que, por supuesto, tiene más de excepcional que de inverosímil.