Revista Cintilatio
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Pinocho de Guillermo del Toro (2022) | Crítica

La nueva vida de un clásico
Pinocho de Guillermo del Toro, de Guillermo del Toro, Mark Gustafson
El director mexicano recurre a la animación para adaptar una historia ya conocida reforzada por su particular versión del cuento, donde la monstruosidad, la inocencia y el amor se abren paso en un mundo nuevo y visualmente abrumador.
Por Diego Simón Rogado x | 17 diciembre, 2022 | Tiempo de lectura: 5 minutos

El arte de la adaptación cinematográfica tiene la capacidad de transformar una obra a través del lenguaje audiovisual y la visión de sus creadores, pero supone un reto en la recepción del público al estar sujeto irremediablemente a comparaciones con sus predecesoras. En este sentido, el 2022 ha sido testigo de una curiosa coincidencia, pues se han estrenado dos versiones del cuento Las aventuras de Pinocho (Carlo Collodi, 1883): la del inconfundible Guillermo del Toro y el live action de Disney dirigido por Robert Zemeckis. Aunque coinciden en tiempo y origen, las diferencia un elemento esencial: del Toro propone una interpretación más profunda y compleja de la historia, mientras la obra de Zemeckis se suma a la cuestionable tendencia de la productora estadounidense por readaptar sus propias películas, que responde más a una estrategia comercial que a una verdadera apuesta artística. Pero olvidemos a Disney por un momento y hablemos de la propuesta del director mexicano.

Pinocho de Guillermo del Toro supone una reinvención del clásico que, si bien se mantiene bastante fiel al planteamiento de la historia, le confiere una nueva vida ambientándola en la Italia fascista; es decir, cincuenta años después de la publicación del libro. Así, del Toro apuesta de nuevo por la crueldad humana, el contexto histórico, la inocencia infantil y la fantasía como ya hizo en películas anteriores de su filmografía como El espinazo del diablo (2001) o El laberinto del fauno (2006), demostrando que en esa fusión radica su principal sello como autor. En esta ocasión, está acompañado en la dirección por Mark Gustafson, quien ha potenciado la creación de un universo animado propio para la cinta basado en la técnica del stop-motion —una decisión que les ha supuesto quince años de trabajo y desarrollo del proyecto—.

Del Toro representa la infancia como una etapa vital que los villanos intentan manipular para su propio beneficio.

La película es un alegato a la creatividad, la estética, el cuidado por el detalle y el realismo a través de una animación que celebra las posibilidades de este formato y su carácter más artesanal, pues el resultado es de una belleza y una calidad abrumadoras en cuanto a la iluminación, el movimiento de cámara o, sobre todo, el diseño de los personajes; porque otra de las características identificativas de Guillermo del Toro es la creación de monstruos o criaturas más o menos terroríficas, pero siempre originales y fascinantes. En su versión de Pinocho, destaca el cambio conceptual y visual del hada —representante de la vida— y su misteriosa hermana —símbolo de la muerte con quien el joven protagonista mantiene las conversaciones más reveladoras del filme—, dos personajes que resultan apabullantes por su minucioso diseño inspirado en la religión católica, otro elemento muy presente en el filme que funciona como contraste entre el rechazo social que recibe la extraña naturaleza de Pinocho y la admiración por la figura de Jesús en la cruz tallada por el propio Geppetto.

Guillermo del Toro reflexiona sobre la muerte, la identidad personal o el amor en una obra emocional, intrépida y crítica.

Por tanto, la construcción de personajes, narrativa y visualmente, es uno de los aciertos de esta adaptación, donde el deseo por ser «un niño de verdad» se diluye para ahondar en la unicidad de la propia personalidad —porque no hay nada más verdadero que ser uno mismo— y en el amor entre un padre que arrastra el dolor por la pérdida de aquello que más quería y un niño que no cumple con la definición de hijo ni quiere suponer una «carga». La película también indaga en el proceso de aprendizaje a través de las experiencias que Pinocho vive en primera persona, lo cual no resulta incompatible con las enseñanzas que intenta transmitirle Sebastian J. Grillo —popularmente conocido como Pepito Grillo—. Al final, todos los personajes principales evolucionan a raíz de sus relaciones y el desarrollo de la acción, lo cual se traduce en un guion más complejo, emotivo y carismático.

La película demuestra que Pinocho es mucho más que una marioneta.

Más allá de estas propuestas temáticas eminentemente humanas, el director se vale del contexto para añadir una mirada política en contra del fascismo y de la guerra desde la inocente e infantil perspectiva del protagonista —que no por ello menos cruda—, donde la desobediencia cobra un sentido diferente al planteado en la obra original que se concreta en dos escenas: una de carácter militar y otra musical y satírica donde aparece en pantalla un Mussolini parodiado. Porque Pinocho de Guillermo del Toro también ofrece grandes momentos musicales que surgen de manera natural y que ayudan al transcurso de la trama o la identificación de los personajes, como ocurre con las interpretaciones de Ciao Papa y Everything is New to Me. Aun así, este apartado del filme supone un pequeño punto débil, pues la canción protagonizada por el perverso dueño del circo resulta poco relevante o memorable. Pero que un traspiés no nuble la calidad del filme, con la que del Toro revive la historia de Pinocho aportando su fantástica interpretación para reflexionar sobre la muerte, la identidad personal o el amor en una obra emocional, intrépida y crítica que recurre a la animación en stop-motion y a su banda sonora para impactar y trascender a públicos de todas las edades. Porque vida solo hay una, pero los relatos siempre serán infinitos.