Padre Brown
La novela tradicional de detectives y el cristianismo

País: Reino Unido
Año: 2013
Guion: Tahsin Guner, Rachel Flowerday
Creación: Tahsin Guner, Rachel Flowerday
Título original: Father Brown
Género: Serie de TV, Intriga
Productora: BBC
Fotografía: Al Beech, Stuart Biddlecombe, Chris Preston, Chris Watts
Música: Debbie Wiseman
Reparto: Mark Williams, Hugo Speer, Sorcha Cusack, Nancy Carroll, Kasia Koleczek, Alex Price

País: Reino Unido
Año: 2013
Guion: Tahsin Guner, Rachel Flowerday
Creación: Tahsin Guner, Rachel Flowerday
Título original: Father Brown
Género: Serie de TV, Intriga
Productora: BBC
Fotografía: Al Beech, Stuart Biddlecombe, Chris Preston, Chris Watts
Música: Debbie Wiseman
Reparto: Mark Williams, Hugo Speer, Sorcha Cusack, Nancy Carroll, Kasia Koleczek, Alex Price

Un producto de largo recorrido que, siendo una narración entretenida y algo tópica de detectives, ahonda en las razones de la fe en un pueblo británico situado en una reconocible campiña inglesa en el período entreguerras del siglo XX.

Desde que, en 1953, Alfred Hitchcock en Yo confieso incorporase la figura del padre Michael Logan (Montgomery Clift) dentro de su valiosísima propuesta fílmica, los religiosos en el cine han encontrado gran apoyatura gracias a estas ficciones en que se les añadía siempre un toque siniestro, para ser criticados con saña. En el caso de Hitchcock se debate entre el secreto de confesión y el encubrimiento a un criminal. Los abusos reales de ciertas figuras católicas a niños (pederastia) y otro tipo de conflictos noticiosos de similar jaez, convierten esta singular película en una especie de talismán para justificar la falta de fe (y, por ende, empatía) con protagónicos de este tipo, desde entonces hasta hoy en día. Vivimos, por otra parte, tiempos de blanqueamiento de temas en la ficción, y la que nos ocupa, Padre Brown (Tahsin Guner, Rachel Flowerday, 2013), basada en los cien cuentos que G. K. Chesterton escribió bajo el título El candor del padre Brown choca de lleno con ambas corrientes, no con ánimo de subvertir en nada, sino de mostrar un personaje (eso tan difícil de encontrar hoy incluso en el cine que se estrena) meticuloso, entrometido, despistado y con ciertos toques, como los tenía el propio autor, de excentricidad, que se define por su presencia continua, más que por su ausencia (como por otro lado suele suceder en la novela más moderna)

No es por otro lado, el Chesterton del Padre Brown, la más vanguardista de sus criaturas de ficción y la narración de lo que en literatura son sus cuentos cortos, se hace más grande en capítulos de cincuenta minutos, alargando quizá en exceso el metraje de lo contado por el escritor también británico, capítulos todos ellos independientes, donde de vez en cuando se introduce alguna subtrama que también tiene que ver con la secretaria parroquial Mrs. McCarthy (Sorcha Cusack) o su compañera inseparable con afinidad para las artes Lady Felicia (Nancy Carroll), el jovencito y ligón chófer Sid Carter (Alex Price), el recurrente por momentos villano Flambeau (John Light) o los inspectores de policía (esos trasuntos de Watson tan malencarados) Goodfellow (John Burton), Mallory (Jack Deam) o Valentine (Hugo Speer)… y cómo no, ese sacerdote protagónico que, por lo que venimos diciendo es atmósfera y personaje, mundo y también narración, interpretado por Mark Williams con solvencia. En este sentido, la temporada primera funciona a la perfección desde ese mecanismo de relojería que abre con la magistral El martillo de Dios y cierra con el robo e investigación subsiguiente de «La cruz azul», donde a este cura, que es algo más que un preboste progre, lo vemos no solo desplazarse en bicicleta, coche y tren por la comarca en que vive, sino incluso comer copiosamente o beber pacharán mientras escucha en la noche su radio-comedia favorita.

En el esclarecimiento de un caso.

Al tratarse de una serie tan larga, en Gran Bretaña los televidentes van ya por la novena temporada, de las que aquí solo hay disponibles cuatro —solo la proverbial y de no menor calidad serie norteamericana de abogados Suits (La clave del éxito) (Aaron Korsh, 2011) le va en este sentido a la zaga—, y tiene un plantel de realizadores y guionistas espléndido y variado dentro de la nómina habitual del departamento de ficciones de la BBC. Entre los primeros destacan Paul Gibson —que también participó activamente en Shakespeare & Hathaway: Investigadores privados (Paul Matthew Thompson, Jude Tindall, 2018)—, Ian Barber —responsable en gran medida de Doctors (Chris Murray, 2000)— y Matt Carter —Agatha Raisin (2014)—, siendo la biblia argumental principal pergeñada por el dúo formado por Rachel Flowerday y Tahsin Guner, a cuyas órdenes trabajan guionistas de la calidad de Kit Lambert —que participó en Gente de barrio (Julia Smith, Tony Holland, 1985), de menor duración—, Jude Tindall o Lol Fletcher. Lo primero que acusa el televidente más allá de que sea creyente o no, es una similitud en la estructura de los episodios, que puede llevar a querer abandonarla debido a su parecido con Se ha escrito un crimen (Peter S. Fischer, Richard Levinson, William Link, 1984) donde la deliciosa Jessica Fletcher (Angela Lansbury) hacía de una especie de Agatha Christie con capacidades innatas para la resolución de crímenes. Y es que aquí, importa como en aquella más el cómo ocurrieron los hechos (y en este sentido desdice a Ronald A. Knox en su célebre decálogo por el que los agentes sobrenaturales o preternaturales están descartados por rutina en las historias de detectives) que las tres «W» típicas (qué lo mueve, quién lo hace y por qué). Esto es debido a que en ese móvil que en todo crimen o robo grande se mueve pueden llegar a intervenir tantos factores, que solo la fe en el Dios de Brown puede solucionarlas, también solo con un poco de sentido común.

La música de cabecera de Debbie Wiseman deja ver esta uniformidad de criterios, por la que la serie recuerda más a las de los ochenta o noventa que a las actuales. Dentro de la dirección de cabeceras, consigue una limpieza infográfica y elegancia que es obra (de arte) en sí misma del equipo de Sally Lucas y Kathy Hooper. Ya dentro de ese escenario gigante que abarca Kembleford (lugar ficticio creado al efecto) y su comarca, la fotografía de Chris Preston, Al Beach y Mark Southall entre muchos otros sabe mantenerse en su estilo, que no siempre es tan blanco y grisáceo (ya que no luminoso por la meteorología) como cabría esperar, sino que introduce lo oscuro también a través de temas como las sectas, las drogas, lo pasional… que son llevados a la pequeña pantalla desde una atmósfera misteriosa que crea cierto suspense, que a medida que avanzamos se hace previsible, por no ahondar en rasgos psicológicos. Tiene a su vez la serie un equipo de montaje, que sirve sobre todo a la capacidad a veces también elíptica de la narración, sin la que ese misterio existiría. Simon Prentice, Louise Pearson, Neil Roberts o Tristan Leon también están al servicio de que ese Padre Brown nos aparezca como debidamente perspicaz, pero sin pasarse, en un punto de equilibrio nada fácil de obtener. Igualmente, la coordinación de todos estos equipos sería otra cosa si no es por la producción en los set y exteriores del equipo de Neil Irvine y Sam Hill, y por supuesto el marketing y producción ejecutiva de Will Troter y Trudy Coleman.

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