Revista Cintilatio
Clic para expandir

Mickey 17 (2025) | Crítica

Una buena película... en teoría
Mickey 17, de Bong Joon-ho
Las virtudes de la última propuesta de Bong Joon-ho se ahogan en una película irregular con muy buenas ideas pobremente ejecutadas.
Por Roberto H. Roquer | 23 abril, 2025 | Tiempo de lectura: 10 minutos

Los buenos cineastas siempre tienen algo que decir en sus historias. Ya sea una opinión política, una reflexión sobre la sociedad o una meditación sobre la naturaleza humana, todas las grandes historias son sobre algo. En ocasiones, no obstante, un director puede caer en el error de que una historia se convierta en un medio para un fin, en que le importe más aquellas ideas que quiere transmitir que la ejecución de la misma. Sin embargo, en una buena obra de arte los temas son solubles en la misma. Una buena película utiliza sus ideas políticas, filosóficas o sociales para alcanzar la excelencia artística de la misma forma que un cuadro de Goya usa el color azul para el mismo fin. Cuando este orden natural se altera nos encontramos con obras irregulares, desequilibradas, con buenas ideas que no se terminan de explorar correctamente. Mickey 17 (Bong Joon-ho, 2025) es un ejemplo de este tipo de película.

La película nos cuenta las desventuras de Mickey Barnes, un prescindible (es decir, una persona que puede ser replicada mediante un procedimiento científico cada vez que muere) embarcado en una misión espacial de tintes religiosos que busca colonizar un planeta lejano. Cuando, debido a un accidente, aparezcan dos Mickeys distintos en la nave, se desatará el caos en la colonia espacial al tiempo que los humanos se esfuerzan por sobrevivir a las amenazas de un nuevo e inhóspito planeta.

La última obra del director surcoreano no se corta a la hora de explorar ideas, y trata de llegar a todos los lugares posibles. Lamentablemente, explorar ideas no significa tratarlas con profundidad o decir algo necesariamente original sobre las mismas, y precisamente puede ser esta hiperactividad temática la que, en último término, lastre una película que tal vez hubiera funcionado mejor si se centrara solo en uno de los temas que explora pero se dedicara a ellos en profundidad.

La factura técnica es impecable, si bien la dirección termina pecando de simplona.

El primero y más evidente de los temas de la película es, sin duda, la reflexión que se hace sobre la naturaleza del ser humano. En este sentido, Mickey 17 se adentra en ciertas reflexiones filosóficas y teológicas sobre qué significa ser humano. ¿Es una persona fabricada en una máquina mediante una serie de procedimientos científicos igual de humana que alguien nacido de una mujer? Y si nos vamos a cuestiones más metafísicas ¿tiene alma? Para responder a esa pregunta quizá primero deberíamos plantearnos qué es el alma, ¿no? Una de mis frases favoritas del cine es aquella dicha por Ian Malcom: «Estaban tan preocupados por si podían hacerlo que no se preocuparon de si debían». La gran diferencia, a mi juicio, entre ciencia y religión (o la filosofía, que no es más que una forma secular de religión) es que la primera responde a qué podemos o no podemos hacer, mientras que la otra responde a qué debemos o no debemos hacer. Es por ello que tratar de hacerle a la religión preguntas científicas es tan absurdo como hacerle a la ciencia preguntas éticas. La ciencia que fabrica un arma nuclear que mata a millones de personas es la misma que fabrica un escáner de uso médico que salva a millones.

En Mickey 17 vemos algo similar: la tecnología puede, perfectamente y sin dificultades, replicar a seres humanos. Hasta ahí llega la ciencia. Las respuestas sobre si se debe o no hacer tal cosa han de buscarse en otro lugar. No tengo claro si es de forma intencionada o accidental, pero la película se muestra bastante teológica en ese sentido. No parece casualidad que, tras convertirse en un prescindible, lo primero que se le pide a nuestro protagonista es que se suicide (un pecado según la religión católica), y mucho menos que a lo largo del metraje descubramos que los diferentes Mickeys no son, en realidad, iguales, sino que tienen notables diferencias de personalidad. A pesar de que desde un punto de vista biológico son exactamente idénticos, parece existir algo dentro de ellos haciendo único a cada individuo. Algo que un científico no sabría nombrar, y a lo que una persona religiosa no dudaría en llamar alma. La película, por lo tanto, parece sugerir que aquello que nos hace humanos transciende lo meramente biológico y reside en un plano más bien metafísico, lo cual, sin dejar de ser interesante, no es más que una reflexión enormemente simplificada de lo que ya tenemos en Blade Runner (Ridley Scott, 1982), A.I. Inteligencia Artificial (Steven Spielberg, 2001) o Moon (Duncan Jones, 2009). A diferencia de lo que nos encontramos en estos títulos, en los cuales el tema se trata con bastante profundidad, Mickey 17 plantea preguntas que nunca contesta o a las que da una respuesta meramente superficial.

La relación entre el protagonista y su doble termina siendo lo mejor de la cinta.

Algo similar encontramos en la relación entre los dos Mickeys y su realidad psicológica. Donde Mickey 17 es pusilánime, apocado y débil, Mickey 18 parece ser una persona diferente, mucho más agresivo, seguro de sí mismo y asertivo. Sobre el papel son la misma persona, con los mismos recuerdos y el mismo cerebro, y en cambio parecen totalmente diferentes. No es difícil asumir que Mickey 18 sería una suerte de arquetipo jungiano de la sombra, del inconsciente de Mickey 17. Aquella parte de la personalidad que no forma parte de su consciencia, pero que nuestro protagonista ha de incorporar para transformarse en un ser humano completo. Mientras Mickey 17 acepta ser tratado como un animal, Mickey 18 se rebela, pero a medida que avanzan los minutos no es difícil observar cómo esta rebelión no es sino la liberación de algo que ya estaba presente, pero atrofiado y reprimido, en Mickey 17. Casi como si entre los dos formaran una persona completa, y es precisamente al enfrentarse y aceptar a esta parte oscura de sí mismo, que nuestro protagonista crece como personaje. En los compases iniciales de la película, los dos personajes se enfrentan a sí mismos, pero no es hasta el final, cuando colaboran y se transforman mutuamente, que vemos a Mickey transformarse en quien realmente es.

Una película irregular con demasiadas contradicciones internas que nunca parece tener claro en qué dirección quiere ir.

Quizá sea la relación psicológica entre ambos personajes el punto fuerte de la película, donde vemos la mayor evolución en los personajes. A esto habría que añadir la relación de ambos con Nasha, la novia de Mickey. El problema es que la película nunca se aclara sobre la naturaleza de esta relación. En un primer momento se nos muestra como una relación superficial, casi frívola, para luego dar un giro total y darle una naturaleza mucho más profunda, casi como si el guion cambiara de opinión sobre este personaje a mitad del metraje pero sin nunca explicar por qué. Salva esta relación que la química entre Pattinson (que está llamado a ser el gran actor de su generación) y Ackie es notablemente buena y ambos hacen un gran trabajo con un guion que no siempre ayuda.

Finalmente, no se puede hablar de esta película sin mencionar su faceta de sátira política. Aquí es donde el director surcoreano más parece querer decir y donde, sorprendentemente, menos acaba diciendo. Toca decir, antes de nada, que cualquiera que esté familiarizado con la sociedad surcoreana es consciente de lo competitiva que es y lo brutal y cruel que puede ser con las clases trabajadoras. Parásitos (Bong Joon-ho, 2019) ya nos contaba esto, pero incluso otras películas del director en principio menos políticas como The Host (Bong Joon-ho, 2006) también tocan dicho tema. Es, por lo tanto, sorprendente que un director que ha demostrado manejar tan bien este debate en su obra previa lo trate aquí de una forma tan burda.

El gran problema viene, sin duda, del personaje de Kenneth Marshall, el comandante de la expedición, un líder mitad político mitad religioso adorado por sus seguidores como si fuera una suerte de mesías o líder de una secta a pesar de su profunda incompetencia y falta de empatía y de la más básica decencia humana, ya que nos encontramos no con un personaje sino con una caricatura. Uno de los grandes problemas de la sátira en el cine (o la literatura) es el de caer en la trampa de no criticar aquello que el autor quiere criticar, sino a la imagen subjetiva que el autor tiene de aquello que quiere criticar. Puede parecer lo mismo pero no lo es. Mientras que en Parásitos la relación entre ricos y pobres, entre poderosos y humildes, estaba llena de sutiles matices, aquí es un hipersimplificado «buenos contra malos» que no aporta nada interesante. Si bien está claro lo que el director surcoreano quería parodiar, es una lástima que no se molestara en conocer y comprender aquello que está parodiando.

Los grandes temas filosóficos, políticos o sociales se plantean pero nunca se abordan de forma compleja.

El gran problema de tener un antagonista tan extremadamente unidimensional, plano y simple es que lastra cualquier oportunidad de la película de ofrecer la menor complejidad. Nunca habrá un verdadero dilema moral, un debate de ideas contrapuestas o una segunda o tercera lectura más allá de lo que ya es evidente en los primeros 20 minutos de metraje. Es así que la película parece tener una incapacidad crónica para abarcar de forma coherente, siendo en su lugar una sucesión de situaciones bastante deslavazadas entre sí, casi como si estuviéramos ante una lista de ocurrencias por parte del director que no siempre parecen ir de forma coherente a ningún lugar. No ayuda en ese sentido el caos tonal de la película. Bong Joon-ho siempre ha sido un maestro a la hora de mezclar en su justa medida comedia y drama. En su obra generalmente se ve un equilibrio perfecto entre ambas. Mickey 17 tiene un doble problema. Por un lado, no es muy graciosa en su faceta cómica y ligera, y por otro, nunca parece saber cuándo ponerse seria. El resultado final es una película irregular con demasiadas contradicciones internas que nunca parece tener claro en qué dirección quiere ir.

Incluso en su aspecto visual, y a pesar de que se nota el elevado presupuesto en cosas como el excelente diseño de producción o los sólidos efectos especiales, vemos una puesta en escena un tanto plana y alejada de las soluciones brillantes que la narrativa visual del director surcoreano solía encontrar en sus trabajos previos. Todo se resuelve de la forma más segura, la más simple y la menos creativa. Uno puede pensar que esto se debe a que es la primera vez que este director se enfrenta a una película estadounidense de alto presupuesto, pero yo creo que el problema es otro. A Bong Joon-ho esta historia se le queda pequeña, su talento como contador de historias se ve lastrado por una premisa y un guion que, lamentablemente, no es demasiado interesante y no da más de sí.

Mickey 17 es una gran película en teoría. Tiene buenas actuaciones, un decente apartado visual, una gran factura técnica y su guion toca muchos temas complejos. Lamentablemente, si bien los ingredientes, a nivel individual, están ahí, la ejecución de los mismos nunca llega a funcionar. No hablamos de una mala película necesariamente, pero sí de una que se queda demasiado corta con respecto a sus pretensiones. De la misma forma que la historia nos habla de un protagonista hecho por una máquina de forma artificial, Mickey 17 parece hecha por una máquina de manufacturar películas pero incapaz de crear algo original.