Revista Cintilatio
Clic para expandir

La espera (2023) | Crítica

El terror que subyace en la España vaciada
La espera, de F. Javier Gutiérrez
En el a menudo depauperado, ninguneado y vapuleado cine español, que tan pocas propuestas realmente sugerentes parece ser capaz de ofrecer al año, la tercera ficción del cordobés Francisco Javier Gutiérrez sorprende por abrazar sin ambages un tremendismo genuino, aderezado con gotas de imágenes de pura fantasía oscura, que amplían y reescriben lo ya logrado con la sorprendente y muy reivindicable 3 días, que quince años antes supusiera tan refrescante debut.
Por Adrián Massanet x | 17 noviembre, 2024 | Tiempo de lectura: 6 minutos

Lo primero que vemos en la pantalla es un rótulo que anuncia «ESTA PELÍCULA NO CUENTA CON AYUDAS A LA PRODUCCIÓN DEL MINISTERIO DE CULTURA Y DEPORTE». Lo segundo que leemos, después del logotipo de FILM FACTORY, de un cartel que muestra los numerosos premios internacionales que ha obtenido el filme, y del consiguiente logotipo de SPAL FILMS, es una cita extraída del Génesis: «Y Jehová Dios hizo brotar de la tierra todo árbol agradable a la vista y bueno para comer; así mismo, en el medio del huerto, el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal». Y así, antes siquiera de abrir los ojos a la primera imagen per se del filme, ya se nos sitúa en un contexto bíblico que va a ser uno de los hilos subterráneos que alienten y den sentido a una ficción que va a discurrir por unos meandros muy poco habituales el cine español. Pero que se alimenta, a su vez, de mitos y de iconos culturales, tanto localistas como extranjeros, que van a otorgarle un cariz de mixtura de géneros bastante original.

En su tercera realización —tras un paréntesis en EE. UU. para su segundo filme, que el autor de estas líneas no ha tenido todavía oportunidad de ver— Gutiérrez vuelve a contar con Víctor Clavijo como protagonista absoluto y con Miguel Ángel Mora como director de fotografía, pero él mismo se encarga de las labores de montaje, reemplazando el buen hacer de Nacho Ruiz Capillas en el filme de 2008. Y narra la caída en desgracia y el descenso a los infiernos de un padre de familia, de un analfabeto hosco y huraño, violento y resignado, que sin embargo quiere lo mejor para su mujer y a su hijo, y quizá precisamente por eso toma una decisión que cambia para siempre su existencia y la de los suyos. Gutiérrez se entrega aquí a un relato que ya desde sus primeros compases nos coloca en las llanuras y los páramos de la Andalucía más sombría, la de los años setenta, y lo hace con un pacto fáustico en el que ya se perciben los ecos catastrofistas y truculentos que van a acontecer, pero sin abandonar un realismo absoluto, casi obsesivo, con el que ofrecer un diagnóstico de una España vaciada y fantasmagórica, la de los señoritos y los lacayos, los terratenientes y los súbditos, los que apenas tienen nada y sobreviven gracias a la limosna de los poderosos.

Acaricia con los dedos la condición de filme notable, pero no la llega a apresar de manera plena.

Víctor Clavijo en una captura del filme.

Se establece por tanto un relato doble. Por una parte una crónica social muy contundente y a ras de suelo, que nos introduce en las vidas de los que no tienen nada y que han de romperse la espalda trabajando para sacar adelante a los suyos, y que nos retrotrae, con gran nitidez, a un Pascual Duarte o incluso a las primeras secuencias del Novecento (1900) (1976) de Bernardo Bertolucci. Y por otra parte una narración cercana a lo mítico, en la que la geografía del sur de España deviene en un espacio infernal en el que se concita una energía cercana a lo diabólico, y en el que los caracteres se convierten casi en figuras arquetípicas de un mundo, el de las postrimerías del franquismo, que se deshace en pedazos, pero cuya malevolencia y oscuridad se quedase para siempre en las sombras castigadas de un país al que Gutiérrez parece estar más que dispuesto a otorgarle las trazas de una tierra maldita y condenada. Lástima que no en todo el metraje de esta poderosa energía narrativa se advierta una óptima conjunción de tales elementos, y que las líneas de tensión subterráneas no acaben de conectar del todo unas con otras, porque el filme podría haberse convertido en una metáfora perfecta, y por momentos parece tropezar y zancadillearse a sí mismas de todo lo que intenta abarcar.

Y eso teniendo en cuenta la excelente fotografía de Mora, que lleva mucho más lejos los preceptos ya convocados en 3 días, y que la puesta en escena de Gutiérrez está mucho más elaborada y es más sobria y sabia que la de aquel filme. Aquí trufando de planos detalle muy precisos y sombríos, y de un sentido del corte que anuncian a un montador de primera categoría. Por no decir la presencia magnética de Víctor Clavijo, un veterano curtido en mil batallas, que una vez más encuentra una total sintonía con Gutiérrrez y clava al atribulado protagonista de esta pesadilla, dotándolo de una verdad y una encarnadura propias de quien maneja a la perfección los resortes de su oficio. Todo está ahí dispuesto para que el director, con un presupuesto no muy elevado, golpee con la mayor fuerza con la que es capaz. Y por momentos lo hace. Pero esa condición de filme notable, que La espera acaricia con los dedos pero no llega a apresar de manera plena, se le escapa por cierta carencia en la conjunción de todos los elementos dispuestos, que no consiguen alcanzar una forma esférica y orgánica, sino que en su zona central se molestan unos a otros y no llegan a conseguir una narración cerrada. Por suerte para el filme, una vez el sufrido Eladio se queda solo y comienza a unir los retazos de la trama, y la propia ficción empieza a recoger cable, a unir los puntos deslavazados de sus imágenes y sonidos, y concluye con la que es probablemente su mejor secuencia y con la que es quizá su más sugerente y desoladora imagen, que por supuesto no voy a desvelar aquí.

Han hecho saber sus responsables los problemas de financiación y el ostracismo que ha sufrido el proyecto a la hora de encontrar un estreno en España, después de que en EE. UU. hubiera recibido reseñas muy favorables. Requiere Gutiérrez, un cineasta que comienza a desplegar con La espera los recursos de un narrador potente en ciernes, una mayor continuidad y apoyo para encontrar, quizá en la siguiente película, o en la siguiente de la siguiente, los resortes que por fin le hagan cerrar ese filme notable, o filmes notables, que se intuye puede llevar dentro. Pero de momento ha de contentarse con ver su filme estrenado en Filmin en su país de origen. Son tiempos duros para la ficción audiovisual fuera de los canales de distribución y sin el apoyo de los grandes medios, pero algunos siguen resistiendo. Puede vanagloriarse Gutiérrez de haber levantado este proyecto tan a contracorriente como su debut, y de haber construido algunas secuencias y momentos perturbadores. Si llega un cuarto filme, que seguro llegará, es posible que logre engarzar todos esos momentos de director consumado cuyo momento álgido parece a punto de eclosionar. Pero este es el negocio del cine, en el que algunos afortunados, que posiblemente lo merezcan menos, reciben toda clase de apoyos y elogios inmerecidos, y en el que otros forman parte de una resistencia de francotiradores que, de cuando en cuando, tratan de afinar el tiro.