La ballena (The Whale)
A orillas de la honestidad

País: Estados Unidos
Año: 2022
Dirección: Darren Aronofsky
Guion: Darren Aronofsky (Obra: Samuel D. Hunter)
Título original: The Whale
Género: Drama
Productora: A24, Protozoa Pictures
Fotografía: Matthew Libatique
Edición: Andrew Weisblum
Música: Rob Simonsen
Reparto: Brendan Fraser, Sadie Sink, Samantha Morton, Ty Simpkins, Hong Chau, Sathya Sridharan, Jacey Sink
Duración: 117 minutos

País: Estados Unidos
Año: 2022
Dirección: Darren Aronofsky
Guion: Darren Aronofsky (Obra: Samuel D. Hunter)
Título original: The Whale
Género: Drama
Productora: A24, Protozoa Pictures
Fotografía: Matthew Libatique
Edición: Andrew Weisblum
Música: Rob Simonsen
Reparto: Brendan Fraser, Sadie Sink, Samantha Morton, Ty Simpkins, Hong Chau, Sathya Sridharan, Jacey Sink
Duración: 117 minutos

Aronofsky usa la obra teatral de Samuel D. Hunter para ahondar nuevamente en la dualidad del individuo y sus incesantes contradicciones a través de una desgarradora interpretación de Brendan Fraser que aúna virtud y dolor en un cuerpo de 272 kg.

A las películas como La ballena (The Whale) (Darren Aronofsky, 2022) se las ve venir de lejos. Son obras de corte casi obligatoriamente dramático que tratan temas de relevancia social y que están perpetradas por un director de talento conocido o prometedor. Además, suelen dejar espacio para que su protagonista —interpretado por un actor o actriz siempre dispuesto a un cambio físico y a los kilos de maquillaje que sean necesarios— extraiga cada lágrima del espectador y cada asentimiento del crítico con todas las frases lapidarias que se puedan clamar al cielo. «Qué bien lo hace. No parece él. Se merece el Óscar». Y se lo dan y qué bonito y qué bien merecido. Y luego se enfrían las palomitas y los aplausos. Efímero. No siempre, pero casi.

Veamos la sinopsis: Charlie, un hombre de casi trescientos kilos, vive solo en su apartamento intentando lidiar con su particular condición en la que la muerte le acecha a cada bocanada de aire que toma. Exhausto y preocupado por su futuro, decide retomar lazos con su única hija, aquella a la que abandonó hace ocho años para iniciar una relación con uno de sus alumnos. Y ya estaría todo: drama, enfermedad, problemática familiar y de orientación sexual y a Brendan Fraser —aquel que nos amenizó los inicios de los 2000 con sus pelis de La momia (Stephen Sommers, 1999)— con varios kilos de más entre grasa y maquillaje listo para encandilarnos y así recibir el reconocimiento que el olvido y la decadencia casi le arrebatan.

Tranquilos, con estos párrafos no pretendemos ser duros o simplistas, sino honestos con esta clase de producciones que, sin lugar a dudas, encierran una buena cantidad de virtudes pero resaltan más por su envoltorio dorado, tópico y manido. Estaríamos pues ante una de esas dualidades complejas por las que Darren Aronofsky, director de la película, siempre se ha sentido atraído y que, con el tiempo, han ido dando interés e identidad a su obra. Los fuertes contrastes conviviendo en armonía dentro de un mismo ser. En La Ballena, Charlie se nos presenta inicialmente como un pobre enfermo en el que todo es obesidad, inseguridad, infarto agudo de miocardio, incapacidad, edema de pulmón y muerte prematura. Es prácticamente una tortura física en sí mismo, de proporciones extragrandes y de esas que apartan y atraen la mirada al mismo tiempo. Un ejemplo más de esa clase de morbo que solo unos pocos como Darren han sabido manejar a lo largo de los años. Porque sus escenas siempre han sido desagradables de presenciar pero han conseguido calar más allá de la sensibilidad superficial del espectador, haciendo énfasis directo en nuestra identificación con el personaje. Se preocupa por su psique. Y es que el terrible físico de Charlie solo encuentra su igual en el horror que lo provocó.

A pesar de sus contrastes, se siente como una película de gran coherencia interna que consigue sacar tanto un fugaz aplauso como una reflexión imperecedera a su espectador.

South Coast Repertory | Excerpts from Samuel D. Hunter's «The Whale»

La ballena (The Whale) extrae su guion de la obra teatral homónima escrita por Samuel D. Hunter.

Charlie no come por vicio. Charlie come por rabia, por pesar y sobre todo por el dolor emocional que lleva padeciendo décadas, incluso antes de convertirse en una mole. Este es un dolor complejo, más profundo, menos molesto a la vista y sin embargo más difícil de tolerar por los allegados, que prefieren la imagen de un gordo moribundo a la de un hombre destrozado por la culpa que le inducen unos sentimientos puros. En él vemos totalmente reflejada la gran paradoja que somos nosotros, los humanos —seres de apariencias y trasfondos— que a veces comemos para morir en vez de para seguir viviendo. Aronofsky, en un nuevo estudio del ser como un todo, hace gala una vez más ya no solo de sus virtudes a la hora de exponer minuciosamente las múltiples partes que componen a una persona, sino también de su capacidad para aunarlas y darles sentido mediante el consenso. Y gran parte de esto lo consigue porque sabe cómo dirigir a sus intérpretes para que expriman su talento y exploren cada matiz y cada contradicción de su personaje hasta darle la naturalidad y el realismo que solo la ambivalencia otorga.

En este caso en particular, Fraser llega a encarnar, nunca mejor dicho, tanto a ese hombre enterrado en el síntoma —impulsivo, tozudo, descuidado y tendente a la tristeza y el aislamiento— como al que a veces emerge para dar testimonio de su angustia vital —culto, sensible, reflexivo, lleno de positivismo, humor y buenas intenciones—. Pero su interpretación solo cobra un sentido completo y adquiere maestría cuando fluye entre ambas facciones con tanta sutileza que, aunque los terrenos sean opuestos, los hace parecer indivisibles. Algo que se ve reforzado lógicamente por el resto de personajes que, al orbitar en torno a semejante polaridad, se ven magnetizados y desprovistos de homogeneidad. Lo cual es peliagudo ya que, por lo general, los humanos somos recelosos de exhibir nuestra dualidad y tendemos a ocultar nuestra cara (interior o exterior) con tal de resultar más entendible al prójimo, menos complejo. Nadamos mejor entre absolutos. Pero en la película, como en la realidad, existen enfermeras que sostienen la enfermedad para sentirse útiles; religiosos que quieren salvar a otras personas principalmente para salvarse a sí mismos; o personas que piden distancia dando un abrazo. Este ejercicio de desnudez colectiva, que se desarrolla en un único espacio para mayor intimidad, alcanza sus máximas cotas cuando su director y sus actores hablan, directa o indirectamente, del concepto de honestidad. De llegar a estar satisfechos con nuestras virtudes pero también ser conscientes y dar a conocer nuestros defectos con tal de percibirnos como un ser completo, donde la contradicción es un indicador de evolución y no de indecisión.

Es por esto que nos vemos obligados a resaltar los detalles que hacen de La ballena (The Whale) una obra más convencional. Sí, además de lo comentado tiene una banda sonora tirando a sensiblera que hace resonar los violines cuando las lágrimas brotan; tiene escenas preparadas para que las coloquen en los rótulos previos al «and the Oscar goes to…» y probablemente contará con el boca a boca necesario, tanto de critica como de público, que proclame cómo su actor principal ha protagonizado una historia de superación personal interpretando a un personaje que se supera personalmente. Y estos factores superficiales no son necesariamente negativos. Forman tanta parte de la obra como su minucioso estudio sobre la naturaleza humana, su atmósfera teatral o sus interpretaciones desgarradoras y cercanas. No sabemos muy bien cómo, y a pesar del contraste, al final La ballena (The Whale) se siente como una película de gran coherencia interna que consigue sacar tanto un fugaz aplauso como una reflexión imperecedera a su espectador. Quizá solo sea cuestión de honestidad…

:: before


:: before

¿Quieres recibir quincenalmente nuestro nuevo contenido?