Revista Cintilatio
Clic para expandir

En un lugar salvaje (2021) | Crítica

Encontrarse en el camino
En un lugar salvaje, de Robin Wright
Una película tranquila que descubre el talento como cineasta de Robin Wright. Toca temas que van desde la pérdida de los seres queridos hasta la soledad, sin perder en ningún momento la vigencia mientras mantiene un estilo visual preciosista y delicado.
Por David G. Miño x | 11 junio, 2021 | Tiempo de lectura: 5 minutos

El duelo, cómo no. La muerte como elemento transformador, que modifica todo lo que existe y lo abandona en un interregno en el que lo de un lado es desconocido y lo del otro también. Robin Wright se atreve a ponerse detrás y delante de la cámara en una película sencilla y de narrativa fácil, pero que esconde en su interior unas ideas muy fuertes que, como cineasta, sabe explorar a merced de un guion simple y emotivo. Detrás de En un lugar salvaje (2021) existen multitud de vidas posibles, truncadas casi todas, que conectan al ser humano con la naturaleza y consigo mismo, en una búsqueda interior de la aceptación y la autenticidad. A veces puede traer a la mente la profundidad emocional y personal de Kelly Reichardt, al Peter Weir de Camino a la libertad (2010) o al Sean Penn de Hacia rutas salvajes (Into the Wild) (2007), en tanto en cuanto tiene la habilidad necesaria como para convertir la contemplación en un elemento más del relato, y mutar esos paisajes tan hostiles como bellos en otro personaje más de un filme que recorre el camino de la mujer contra sus propios demonios y lo transforma en un estudio de personaje silencioso y estético, mucho más visual que hablado, en el que la verdad se extrae en la misma medida de las ramas que se mecen, de los terroríficos temporales imperturbables y de los arroyos llenos de vida que de la lucha desesperanzada de la que ya no tiene nada por lo que seguir adelante.

Edee (Robin Wright) es una mujer que ha perdido a su familia, aunque no sabemos cómo ni cuándo, que habiendo abandonado las ganas de vivir, se compra una cabaña aislada en las montañas, se deshace de toda comunicación con el exterior, y se propone comenzar de cero en un viaje espiritual en el que pueda reencontrarse consigo misma. En este contexto, aparece Miguel (Demián Bichir), otro solitario de pasado doloroso que acabará hablando el mismo idioma que Edee y que establecerá con ella una relación muy peculiar. En un lugar salvaje habla sobre la pérdida y el afán de superación siempre desde una óptica silenciosa, aportando de modo inconsciente un punto de vista muy visual que se preocupa de elaborar la vida interior de sus personajes; Robin Wright demuestra tener una mirada muy autoral capaz de levantar un libreto medianamente convencional —aunque de belleza innegable y trasfondo reseñable, cae en algunos tópicos y se precipita en su tercer acto— mediante una dirección precisa que sabe extraer de lo particular un mundo de posibilidades. A este respecto, todas las variables que representa Edee mientras desconocemos su pasado y sus motivaciones más profundas, funcionan como el verdadero motor de la obra, hasta el punto de que genera una especie de nostalgia, o quizá melancolía, que perdura a lo largo de todo el metraje mientras presenta una soledad muy interior, indescriptible, y que es la responsable final de que la película sepa traspasar la barrera de lo obvio para mantenerse erguida mientras pasan los minutos.

El debut en la dirección de Wright mantiene el tipo con holgura y toca teclas que no son fáciles de pulsar mientras se erige como un solitario recorrido a través del duelo y todo lo que deja tras de sí.

A pesar de sus posibles altibajos, casi todos achacables a una sucesión de eventos no siempre inspirados, En un lugar salvaje actúa como puente entre la soledad social y la soledad interior, entre la vida vacía y desprovista de significado que deja todos sus pedazos repartidos por el asfalto, y aquella que nace cuando todo lo demás queda atrás: el personaje de Demián Bichir, como la voz ya atenorada de la pérdida, resulta de un valor incalculable para poner en perspectiva el propio dolor de Edee, que a su vez, y bajo la apariencia de la Robin Wright actriz —y qué actriz—, deconstruye un interior roto y lo jerarquiza a través del tiempo mientras mantiene la sensación constante de evolución, aunque imperceptible. Con delicadeza, con esa media sonrisa y esa mirada clara —en todos los sentidos del término— suya, es casi más fácil acceder a sus terrores y su desconsuelo desde lo puramente plástico que desde lo narrativo. Al final, el debut en la dirección de la Wright mantiene el tipo con holgura y toca teclas que no son fáciles de pulsar, y mientras se erige como un solitario recorrido a través del duelo y todo lo que deja tras de sí, invita a la reflexión constante que nace de encontrar a la persona adecuada, no con la que encontrar las respuestas, sino con la que no haga falta hacer preguntas.