Dolor y gloria
Tiempo para recordar

País: España
Año: 2019
Dirección: Pedro Almodóvar
Guion: Pedro Almodóvar
Título original: Dolor y gloria
Género: Drama
Productora: El Deseo
Fotografía: José Luis Alcaine
Edición: Teresa Font
Música: Alberto Iglesias
Reparto: Antonio Banderas, Asier Etxeandia, Penélope Cruz, Leonardo Sbaraglia, Julieta Serrano, Nora Navas, Asier Flores, César Vicente, Raúl Arévalo, Neus Alborch, Cecilia Roth, Pedro Casablanc, Susi Sánchez, Eva Martín, Julián López, Rosalía, Francisca Horcajo
Duración: 108 minutos
Premios Óscar: Nominada a mejor película (2019)
Premios Goya: Mejor película, Mejor dirección, Mejor guion original, Mejor actor principal, Mejor actriz de reparto (2020)
Festival de Cannes: Mejor actor (Antonio Banderas) (2019)

País: España
Año: 2019
Dirección: Pedro Almodóvar
Guion: Pedro Almodóvar
Título original: Dolor y gloria
Género: Drama
Productora: El Deseo
Fotografía: José Luis Alcaine
Edición: Teresa Font
Música: Alberto Iglesias
Reparto: Antonio Banderas, Asier Etxeandia, Penélope Cruz, Leonardo Sbaraglia, Julieta Serrano, Nora Navas, Asier Flores, César Vicente, Raúl Arévalo, Neus Alborch, Cecilia Roth, Pedro Casablanc, Susi Sánchez, Eva Martín, Julián López, Rosalía, Francisca Horcajo
Duración: 108 minutos
Premios Óscar: Nominada a mejor película (2019)
Premios Goya: Mejor película, Mejor dirección, Mejor guion original, Mejor actor principal, Mejor actriz de reparto (2020)
Festival de Cannes: Mejor actor (Antonio Banderas) (2019)

La película de Pedro Almodóvar es un viaje al recuerdo que ensalza una añoranza pasada en que la infancia y una juventud más bien adulta marcan el devenir de la vejez.

Pedro Almodóvar, artífice de La Movida Madrileña en los años ochenta, ha sabido retratar escenas tan costumbristas como hogareñas con una acidez y elegancia al alcance de muy pocos. Con una crítica social en forma de escándalo que a nadie sigue dejando indiferente, Almodóvar acuña identidad en cada set. El conjunto de sus comedias y melodramas, mezclado siempre con un fuerte elemento de choque, satirizan situaciones cotidianas en pro de manifestar la pureza de fondo. En La flor de mi secreto (1995), Amanda Gris (interpretada por Marisa Paredes) publica Dolor y Vida, una novela en la que da rienda suelta a su frustrada vida sentimental; con Volver (2006) se culmina una reconciliación con la figura materna, y en Dolor y gloria (2019), se aprecia una indulgencia personal para con el paso del tiempo.

Dolores corporales y enfermedades abstractas abaten a un hombre cansado, triste por la falta de Gloria de antaño que su casa refleja y la entereza de aquel que entiende que rendirse no es una opción. Sin ser la idea original, Dolor y gloria supone el cierre a una trilogía de treinta y dos años de trayectoria. La mala educación (2004) como comienzo y La ley del deseo (1987) como continuación de una lucha interna por reivindicar ser uno mismo y evitar a toda costa el precio de la culpabilidad. Hay que pagar por no vivir bajo las masas, precio que el cineasta manchego demuestra con la intimidad de Dolor y gloria.

Antonio Banderas interpreta a Salvador Mallo.

Cuadros, colores y cambios en el carácter indagan en la vida del director. Salvador Mallo (interpretado por Antonio Banderas) rueda su vida mientras la suya se filma a las órdenes de Almodóvar. La alegoría SalvadorPedro es real y ficticia al mismo tiempo, porque como él mismo declara, toda inspiración surge de la experiencia. Con el guion en la mano, Banderas no se inspiró en Pedro para interpretar a Salvador, pero la recreación de la casa de Almodóvar, la ropa, la cocina y… el pelo, evidencian las comparaciones. Dato curioso es la luz, pues José Luis Alcaine, director de fotografía, comparaba, en diferentes horas del día, las tonalidades de la casa para plasmarlas luego en el estudio de grabación. A pesar de que Almodóvar nunca vivió en una cueva, hay varios elementos de su niñez que, tanto como en ésta, como en el resto de la Trilogía del Deseo, se pueden explorar.

La mala educación (Pedro Almodóvar, 2004).

La educación, tanto dentro como fuera del colegio, une a madre y maestros. La fragilidad del niño se ve corrompida con la doctrinas del clero al tiempo que los puntos de color florecen con cada canto gregoriano. El latín es la salida al exterior, la expresión de algo suyo. Si para el pequeño Ignacio en La mala educación el coro es un intercambio mercantil a base de favores que terminan destrozando cualquier acepción de ingenuidad, en Dolor y gloria es motivo de alegría. La música sacra sustituye unas lecciones de anatomía y geografía cuyas carencias serán compensadas a raíz de los éxitos cinematográficos. El amargor de los placeres bajo sotana nada tiene que ver con la dulzura que emana de los peces jaboneros, con Rosalía de fondo, siempre «a tu vera». La emoción de la colada, en el reflejo de la primera ensoñación que se muestra de Salvador Mallo, pone agua como nexo de unión. El dinamismo fluvial recupera hacia su madre una ternura que creía olvidada. 

Ya ocurría en Volver(2006), donde con un tango de Gardel, Penélope evocaba a Carmen Maura: «Tengo miedo del encuentro / con el pasado que vuelve / a enfrentarse con mi vida (…) y aunque el olvido, que todo lo destruye / haya matado mi vieja ilusión / guardo escondida una esperanza humilde / que es toda la fortuna de mi corazón / Volver…». Considerada musa y materialización de la abstracción emotiva de Almodóvar, Penélope Cruz enmarca una belleza castellana fuerte, rigurosa y con una entereza envidiable que desborda añoranza en cada secuencia. Una madre coraje llena de orgullo. En las escenas en que Julieta Serrano se hace cargo del papel, la calidez de antaño se recuerda con tirantez. La escena del pasillo, en la que ambos caminan de la mano, improvisada a raíz de la buena sintonía que la interacción generaba en el plató, no es sino vinagre para una herida. Abierta y sin cicatrizar. La mortaja es un camino entre dimensiones que ella entiende natural y que a él le cuesta manejar. La ligereza de pies con la que exige volar entristece la falta de comprensión ante la muerte. Salvador es a la mortaja lo que la madre es a la idiosincrasia de Mallo, y en ambos casos falta comunicación. Con mucho amor y unas dosis de ternura que emocionan al más serio, la querencia que rezuman se muestra en el respeto. 

La distorsión de la memoria, otrora incrementada con un aislamiento autoimpuesto, combate el pesimismo existencial del inicio, regenerando así el film gracias a una incansable sed de mejora y continuación.

Gardel sigue: «y aunque no quiso el regreso / siempre se vuelve al primer amor (…) vivir con el alma aferrada / a un dulce recuerdo / que lloro otra vez». La idea de Dolor y gloria no se entiende sin la narración enmarcada de La adicción y El primer deseo. Este último, escrito originalmente para ser el tercer episodio de Eros (Michelangelo Antonini et al, 2004) —cuya parte fue sustituida por Steven Soderbergh—, exprime en cada corte la esencia entroncada de la perdida sufrida, magullada por ser constantemente desterrada al olvido. Por un lado, la censura materna evita el fluir de las cosas; por otro, el deseo del primer amor, esa pulsión que surgió sin previo aviso, encontró otras vías por las que desarrollarse. Ese extravío, ese «arrollo de olvido abnegado» en que Chavela Vargas (No volveré, 1973) quería ahogar el recuerdo, vuelve a cobrar importancia con La adicción.

El primer deseo.

Alberto Crespo (Asier Etxeandría), Federico (Leo Sbaraglia) y Salvador Mallo forman un triángulo amoroso con teatro como mensajero. Es la interpretación y la magia en escena lo que desatasca un rencor entre bastidores: el amor no siempre es suficiente. Tal y como ocurría con El amante menguante en Hable con ella (2002), este relato independiente encaja en la trama principal. El frenesí de la Movida Madrileña brilla por todos lados; drogas y éxtasis emocional se combinan en una realidad alejada de la vida. El aura del pasado, lo que tanto Alberto como Salvador fueron, se queda en un guiño nostálgico. La calidad de Sabor es la misma, pero la evolución de cada uno influye en la mirada al otro. Sin embargo, no es cuando Federico descubre el sufrimiento del arte de Mallo cuando se produce el punto de inflexión de la película, sino más bien cuando Salvador decide dejar de esperar. Ser consciente del tiempo, de lo que fue en cada momento y cómo siguió viviendo una ilusión atemporal, permitió a Mallo despertar.

La luz brilla ahora con fuegos artificiales. Iluminando una parada de tren en busca de futuro, Salvador encuentra la herramienta del pasado que le permite olvidar el dolor. La distorsión de la memoria, otrora incrementada con un aislamiento autoimpuesto, combate el pesimismo existencial del inicio, regenerando así el film gracias a una incansable sed de mejora y continuación. «El cine es mi vida, o mi vida es el cine» declara Almodóvar. Su madre, su tierra, sus desamores y sus «movidas» son parte del elenco popular de nuestro país. En la Trilogía del Deseo, como también en el resto de sus melodramas, la cultura, en forma de cine, fotografía, literatura, canto y baile, goza del mayor de los estatus. La expresión del ser a través de luces, palabras y movimiento manifiestan también la época en la que se rodaron. Los matices de una vida llena de historias y pasiones controladas y desatadas, unidas por el Deseo y la racionalización del mismo, alcanzan el punto culmen en Dolor y gloria. La interconexión fílmica de su legado defienden la importancia de amar, luchar y seguir adelante. Porque el dolor y la gloria seguirán «a tu vera / hasta que de amor me muera».

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