Revista Cintilatio
Clic para expandir

Boys from County Hell (2020) | Crítica

De vampiros y bulldozers
Boys from County Hell, de Chris Baugh
El cineasta se basa en su cortometraje homónimo para dar forma a esta comedia de terror con vampiros, que a pesar de atesorar momentos de gran calidad no consigue mantener el nivel a lo largo de todo su metraje.
Por David G. Miño x | 11 octubre, 2020 | Tiempo de lectura: 4 minutos

Hablábamos estos días, tan revueltos, de la combinación tan satisfactoria que ofrece el terror con la comedia, siempre que el equilibrio sea el adecuado y no haya momentos de bajada que hagan que el tono se quede en tierra de nadie. Si bien Vicious Fun (Cody Calahan, 2020) salía airosa del brete hasta el punto de convertirse en una indispensable de la temporada, Boys from County Hell (Chris Baugh, 2020) no termina de encontrar su lugar en una narración a ratos divertida, a ratos algo estancada. Se tiene durante su visionado la impresión de que se habría beneficiado de haber abandonado un poco el tono cómico para entrar más de lleno en un terror más visceral y asfixiante —o por la contra, haber abrazado la parodia con mayor empuje—, y aunque hubiera corrido el riesgo de caer en el convencionalismo o la autoindulgencia, no habría arrastrado consigo la sensación de querer satisfacer a todos los públicos a través de la mesura y la contención estilística.

El punto de partida incita a pensar que estamos ante un filme de género puro, con su música oscura y su poderosa introducción, pero pronto descubrimos que los tiros irán por otro sitio. La película cuenta la historia de un joven que gusta poco de trabajar que vive en un pueblo de Irlanda. Allí, hablan de que fue el sitio en que se inspiró Bram Stoker para escribir su mítico Drácula, y viven engañando a turistas y adorando un montón de piedras apiladas que, dicen, es la tumba del vampiro original. Cuando el padre de nuestro protagonista, que mantiene una relación bastante tormentosa con su vástago, comienza a ejecutar una obra que derrumbará esa edificación milenaria, comenzarán a descubrir que la mitología era algo más que eso. Así las cosas, probablemente el mayor tropiezo del filme sea convertir en largometraje una trama que no tiene tantas dimensiones como para sentirse consistente, y descubrir que el personaje principal no es todo lo carismático que requiere una película que coloca sus cimientos sobre su personalidad y acciones.

Boys from County Hell termina siendo un filme que no acaba de explotar sus posibilidades, que aunque en ningún momento se la pueda tildar de mala película, resulta demasiado convencional y centralista como para que sea memorable.

Al frente, Nigel O’Neill interpretando al padre del protagonista.

Su estética resulta solvente, lo suficientemente agradable como para que las escenas se sucedan con cierta alegría y la vista se encuentre recompensada. A pesar de no ser memorable, logra que sus pequeñas referencias —viene a la mente con rapidez El resplandor (Stanley Kubrick, 1980) con sus simetrías e ideas visuales— se disfruten sin resultar cargantes. A nivel actoral, y aunque como decíamos más arriba Jack Rowan no termine de cautivar en el rol principal, no se puede decir lo mismo de Nigel O’Neill, que interpretando al «padre inflexible y sobrado» alegra el metraje aportando definición y una mayor direccionalidad. Los verdaderos grandes momentos tienen que ver invariablemente con sus aportaciones, que hacen que la balanza se incline hacia la comedia a pesar de no resultar verdaderamente transgresor y sentirse como un personaje más inofensivo de lo que parece a primera vista.

Boys from County Hell termina siendo un filme que no acaba de explotar sus posibilidades, que aunque en ningún momento se la pueda tildar de mala película, resulta demasiado convencional y centralista como para que sea memorable. Su representación del imaginario vampírico, fuerte en su concepto, se acaba diluyendo en el drama familiar, que reduce su potencial de impacto al ser más un McGuffin que una amenaza real. No cabe dudar de su capacidad para hacer pasar un buen rato, y aunque no sea en absoluto aburrida ni desconecte al público, se queda uno con la sensación de que podría haber sido algo mucho más grande.