Se me hace difícil poder expresar con exactitud lo que me ha costado tener los ojos atentos a la pantalla del televisor mientras Al margen, el nuevo título de Eduardo Casanova, corría. Y no es que yo haya sido nunca de tener sensibilidad con este tipo de temas, más bien he querido de siempre afrontar las realidades complejas a la cara. Pero no, en este documental que se ha estrenado, no he podido tener todo el valor de adentrarme visualmente en lo que se exponía y me he dedicado, simplemente, a escuchar. La historia —interesante cuando menos— es un proyecto que el joven director realizó a lo largo de cinco años. Conociendo a su protagonista en el metro de Madrid, Eduardo rodó el día a día de Moisés, un hombre que hace casi quince años se quemó a lo bonzo en las calles de la capital española. Tiempo después y habiendo sobrevivido a este fatídico hecho, ahora se dedica a vagar por las aceras creyendo ser perseguido por un proyecto del MK Ultra de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos —más conocida como la CIA— y apoyado a través de una organización de afectados por este. Siendo su tercer largometraje, tras Pieles (2017) y La piedad (2022), este realizador madrileño se ha lanzado a su primer proyecto de no ficción en el que hay muchos aspectos interesantes, aunque también demasiadas ejecuciones narrativas moralmente bajas.
Abriendo este título con un ojo de pez más que recurrente a lo largo de todo el material, se nos presenta de manera abrupta el rostro desfigurado por las llamas de Moisés. Poco a poco se nos da a conocer el dónde, el por qué y el cómo: a través de su propia voz. De una familia humilde en un barrio obrero de la ciudad, este chico se crio en un entorno donde el consumo de estupefacientes surgió a muy pronta edad. Posteriormente, y diagnosticado con un cuadro psicológico de esquizofrenia paranoide, tanto su vida como la vida de los que les rodeaban cambiaría para siempre. De esta manera se llega a ese día imborrable para su piel, cerca del Paseo de la Castellana, donde le pidió a una señora cincuenta céntimos, compró un bidón de gasolina y se prendió en llamas cerca de donde dormía a la intemperie. Tras ello, los noticiarios se hicieron voz de este caso sin saber los motivos ni las consecuencias, pero insensibilizados como son, fue otro artículo que cayó en la nada más absoluta de la información.
Pecando mucho de la marca registrada, creo que lo que empieza con buenas bases y nociones, termina siendo un material más para alguien que vocifera que se le mire.
Es así como el principal motivo de traer de regreso la historia casi un lustro después hace que el documental de Casanova sea un trámite a la memoria de los que siempre se olvidan. Algo que a mi parecer es necesario en un contexto actual donde los prejuicios están incrustados bajo la piel y a la orden del día —por mucho que verbalicemos que no los tenemos—. De hecho, yo escribiendo este artículo intento cuidar mis palabras, porque creo que en sintonía tengo muchos aspectos aún que interiorizar del dolor de los demás. Y es aquí donde se resbala mucho el director que más que un trabajo humano, solamente interpreta este contenido como algo artístico. De esta manera se llega a un punto donde a través de juegos de cámara, movimientos y lentes, Eduardo intenta hacer que su esencia se mantenga muy por encima de la figura de la que habla —con ese tipo de limbo en el que también usa ratas sin pelos y gente sin rostros— para hacer del ejercicio biográfico una ventana autobiográfica de su obra —grave error a mi parecer—.
¿Hasta qué punto tú y tu arte deben ir por encima de los demás? ¿Hasta qué punto mantener la línea creativa sobre tus obras, incluso por encima de lo humano, no te hace ser soberbio? Pecando mucho de la marca registrada, creo que lo que empieza con buenas bases y nociones, termina siendo un material más para alguien que vocifera que se le mire. Y es una pena, porque no creo que en el fondo las voluntades de Casanova sean negativas, pero sí un recordatorio de que para hablar de los demás, a veces hay que salirse de uno mismo.
Perdón por no poder verbalizar una crítica en otra sintonía. Esta vez mi análisis no va tanto a una obra sino a mis prejuicios. Me quedo con que mis ojos no han podido estar en una pantalla sostenidos por miedo a tener náuseas. Por sentir angustia al ver a Moisés y a su dolor. Por ver también cómo un sistema aparta la mirada y da sanación, tan solo, en forma de medicamentos. Quedan muchas cosas por cambiar de mí, de la sanidad dedicada a la salud mental y de los cineastas que se olvidan hasta qué punto el límite entre la realidad y la obra deben sesgarse para no caer en onanismos propios. Al margen de muchos ojos todavía quedan ciertos aspectos que deben poner la atención donde toca. Calibrar la mirada hacia lo que nos resulta improvisto de aprobación. Aún queda mucho camino.