Pieles
No apto para terraplanistas

País: Pieles
Año: 2017
Dirección: Eduardo Casanova
Guion: Eduardo Casanova
Título original: Pieles
Género: Comedia, Drama
Productora: Pokeepsie Films, Nadie es perfecto (Productor: Álex de la Iglesia)
Fotografía: José Antonio Muñoz «Nono»
Edición: Juanfer Andrés
Música: Ángel Ramos
Reparto: Candela Peña, Ana Polvorosa, Macarena Gómez, Carmen Machi, Eloi Costa, Secun De La Rosa, Itziar Castro, Carolina Bang, Jon Kortajarena, Joaquín Climent, Enrique Martínez, Ana María Ayala
Duración: 77 minutos

País: Pieles
Año: 2017
Dirección: Eduardo Casanova
Guion: Eduardo Casanova
Título original: Pieles
Género: Comedia, Drama
Productora: Pokeepsie Films, Nadie es perfecto (Productor: Álex de la Iglesia)
Fotografía: José Antonio Muñoz «Nono»
Edición: Juanfer Andrés
Música: Ángel Ramos
Reparto: Candela Peña, Ana Polvorosa, Macarena Gómez, Carmen Machi, Eloi Costa, Secun De La Rosa, Itziar Castro, Carolina Bang, Jon Kortajarena, Joaquín Climent, Enrique Martínez, Ana María Ayala
Duración: 77 minutos

Con su sátira en rosa, la ópera prima de Eduardo Casanova critica esta inerte realidad, globalmente obsesionada con la apariencia física.

Todo el mundo tiene un cuerpo y una piel que lo envuelve. Infinitas tonalidades tiñen los centímetros de un tacto que reacciona según qué o quién lo roce. Sensaciones trasmitidas hasta con el contacto más nimio. Si todo ser siente, se siente y es sentido, choca la lógica social ante la repulsión visual que determinados cuerpos producen. En Pieles (Eduardo Casanova, 2017) se ven historias cotidianas pero vividas por seres deformes, engendros de la naturaleza humana a los que la sociedad no ha dado lugar, personas cuya lucha consiste en ser vistas más allá de un cuerpo. No obstante, la reivindicación aquí no está en la manida sexualización de las top-models-sin-cerebro que tantos colectivos reivindican, sino más bien en los vecinos de a pie a quienes se les gira la cara para que su fealdad no empañe nuestro maravilloso día.

Bajo una estética kitsch —y la influencia del «efecto Umbridge» (Harry Potter y la orden del FénixDavid Yates, 2007)— la tonalidad pastel conforma ya un «toque de autor» que dista mucho de ese tímido Fidel que Aída (Nacho G. Velilla, 2005) vio crecer. Casanova intercambia la perfección externa por vacío y maldad interior. Al proyectar una estampa irreal que no obliga a drenar la mugre que carcome las entrañas más profundas de nuestro ser, los gestos de amor, lujuria, pecado y vergüenza ignoran lo socialmente admitido como «diferente». El director madrileño destroza esa lucha al hacerla cotidiana, no estigmatizar lo raro y evitar un estereotipo que nunca ha pedido serlo. En este largometraje ética y estética dialogan dentro de la ambivalencia de los personajes. Por un lado, a Laura (Macarena Gómez), una niña en un burdel donde la pedofilia es el cliente estrella, Los mundos de Coraline (Henry Selick, 2009) se le abren con el regalo de su primer paciente… y se cierran con la asiduidad distante de Itziar (Itziar Castro), una triste tabernera que solo encuentra placer al darlo, y que lamenta que los kilos no se midan por el peso de los libros que ha leído. Por otro lado, a Cristian (Eloi Costa) nadie supo explicarle que las piernas también sirven para nadar, y que los gritos de su madre (Carmen Machi) no son la mejor terapia para evitar que el cúter elimine aquello que le impide convertirse en toda una hermosa sirena.

El proceso de adaptación a las categorías aptas para el mundo real seguirá vejando y excluyendo mientras continúe la aceptación de la connotación negativa inherente a la etiqueta.

Para Vanesa (Ana María Ayala)la acondroplasia no debería suponer el único factor que decida sumar uno más o continuar su carrera profesional, si es que algo de eso queda ya en su ambiente laboral. Sin embargo, es Ana (Candela Peña)quien mejor sentencia la esencia de la película al explicarle a su pareja que «las pieles cambian, se transforman; (que) la apariencia física no es nada». La obsesión por la imagen, tan anhelada por Ernesto (Secun de la Rosa) como aborrecida por Guillermo (Jon Kortajarena), les impide conocer el interior de la gente al obviar la banalidad de las emociones. De todas formas, Samantha (Ana Polvorosa), una chica que nació con el sistema digestivo invertido —que tanto revuelo ocasionó con el corto Eat My Shit (Eduardo Casanova, 2015)— es el icono sobresaliente más allá del esfuerzo personal del espectador por mantener las tripas en su sitio; está el ejercicio visual de todo su personaje, pues las contradicciones son genuinamente chocantes. La feminidad y delicadeza que la RAE sigue atribuyendo al «sexo débil» de las mujeres no se encuentra en ese bigotillo circular que decora el trasero que la joven tiene por mandíbula. Sin perlas blancas ni frondosos labios que ensalcen su rostro, el vello anal elimina cualquier intento de coquetería. La pelusilla y las nalgas que tiene por mofletes no son aptas para el público de Instagram y la política contra la obscenidad de la red bloquea cualquier publicación. Tristemente, la valentía con la que ella intenta mostrarse sin filtros tropieza con la testarronería de su padre. Alegando que «la gente es mala» se maquilla una vergüenza en la que la «aceptación exterior» gana a la educación de respetar lo diferente, y se regalan máscaras.

Plásticos libres de imperfecciones sustituyen a una vida inerte. Cansa el esfuerzo por encajar, reivindicar identidad propia y justificar salirse del «hombre-masa». Ese cómo debe ser, cómo tiene que ser, en constante desarrollo, agota. Es la importancia otorgada al cuerpo lo que determina la actitud ante el mundo, al encuadre idóneo. La consecuencia de la proyección de expectativas que idealizan relaciones, inventan conversaciones y validan el catálogo de emociones, se encuentra en la experiencia y en las vivencias personales. El proceso de adaptación a las categorías aptas para el mundo real seguirá vejando y excluyendo mientras continúe la aceptación de la connotación negativa inherente a la etiqueta. Ser feo, o deforme, o físicamente «diferente» no tiene por qué ser malo. Ni tampoco debería ser motivo de orgullo. Ni de lucha. Ni de vergüenza. La indiferencia hacia toda percepción visual es lo normal en el mundo de esta sórdida elegancia que firma Eduardo Casanova.

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