Joe Pesci
Así funciona él

Repasamos las numerosas facetas del actor, discretas, pero tremendamente influyentes, que remarcan su figura más allá de la simple idea preconcebida del hombre pequeño y de voz aguda que tiene tanto de cuñado bromista como de mafioso sanguinario.

«¿Sabes? Creo que tienes una imagen equivocada de mí. Y lo menos que puedo hacer es explicarte exactamente cómo funciono. Por ejemplo, mañana me levantaré pronto y me daré un paseíto hasta tu banco. Luego entraré a verte y, si no tienes preparado mi dinero, delante de tus empleados te abriré tu puta cabeza. Y cuando cumpla mi condena y salga de la cárcel… con suerte, tú estarás saliendo del coma. ¿Y qué haré yo?: te volveré a romper la puta cabeza. Porque yo soy idiota. Y a mi lo de la cárcel me la suda. A eso me dedico. Así funciono yo». Joe Pesci como Nicky Santoro en Casino (Martin Scorsese, 1995).

Posiblemente estas palabras hayan evocado la clásica imagen que todos tenemos sobre Joe Pesci: la de ese hombrecillo de metro y medio y voz aguda que tiene tanto de cuñado bromista como de mafioso sanguinario. Sus personajes, reconocidos por su talante salvaje y marcados en numerosas ocasiones por un temperamento impredecible, cautivan a la audiencia ya no solo por lo carismático de sus interpretaciones sino también por la simple tensión que desprenden. Ante un comentario banal, este pequeño matón de acento italiano lo mismo te responde con una sonrisa que con unos cuantos balazos en el pecho. Y es que en el mundo en el que sus personajes se desenvuelven, donde nada es claramente blanco o negro, las apariencias mandan y con Joe Pesci, sin duda alguna, engañan.

Tras setenta y ocho años de vida y otros cuantos no muchos menos de carrera, este actor nacido en Newark, Nueva Jersey, esconde tras de sí numerosas facetas, discretas, pero tremendamente influyentes, que remarcan su figura más allá de la simple idea preconcebida que acabamos de describir. Empezando por unos orígenes humildes, con unos padres alentadores a juego, que veían en el talento de su hijo Joe su única esperanza de escapar de ese ambiente de jornadas interminables y lomos partidos en el que subsistían. Esta obligada predisposición, que posteriormente le generaría sentimientos contradictorios al Joe Pesci maduro, amante de la tranquilidad, le supuso al menos una sobrada experiencia en el mundo del espectáculo al formar parte de numerosas obras teatrales y shows televisivos ya desde temprana edad. Pero al igual que nos pasa a todos, que intentamos resistirnos en un principio a lo que el destino nos tiene preparados, a Joe la interpretación no le llamaba tanto como lo hacía, por ejemplo, la música. De hecho, allá por 1968 probó suerte con Little Joe Sure Can Sing, su primer álbum, cuyo titulo ya dejaba más que claras sus serias intenciones para con el público y las discográficas. Aunque, como bien es sabido, el negocio de la música responde más a menudo con palos que con caricias. Y sin bien Pesci rozó el éxito en algunas ocasiones, por ejemplo, siendo una pieza clave para la creación de la famosa banda The Four Seasons, en muchas otras tuvo que buscarse el sueldo a base de trabajos menos inspirados. Desde barbero, a regente de un restaurante, pasando por el oficio de actor. Porque, para Joe Pesci, lo de la interpretación no era más que un hobby al que dedicar sus horas libres y con suerte ganar algo de dinero con el que pagar las facturas. O al menos lo era hasta que, tras haber protagonizado su primera pelicula, The Death Collector (Ralph De Vito, 1976), recibió la llamada de Robert De Niro Martin Scorsese.

Necesitaban a alguien que conociera el mundillo. Alguien de la calle, como ellos. Capaz de entender y expresar honestamente la naturaleza ambivalente de esa clase de hombres que, para sobrevivir, revestían con violencia y brutas maneras su fragilidad como humanos. Así, tanto De Niro como Scorsese, vieron en él el interprete ideal para el papel de Joey LaMotta, hermano del autodestructivo protagonista de Toro salvaje (Martin Scorsese, 1980). El otro eslabón de un vínculo fraternal tan poderoso por su cariño como quebradizo por los golpes con los que estos pobres hermanos solo sabían expresar sus emociones.

Joe Pesci es de esas personas que sin duda deslumbran por sus cartas en juego pero que, a la vez, ocultan muchas otras en la manga. Solo por si acaso. Solo por si se da la ocasión de usarlas. De demostrar que en esta vida no todo son apuestas seguras y que el pez chico también puede comerse al grande.

Pero esto solo fue el inicio de las andadas. Un par de años más tarde, cuando Scorsese decidió realizar su obra magna acerca del ambiente en el que se crió, necesitaba una vez más rodearse de aquellos que conocieran la esencia de los «buenos tipos» que lo habitaban. Tanto es así, que el icónico momento de Uno de los nuestros (Martin Scorsese, 1990) en el que Tommy DeVito increpa a Henry Hill con un «¿Te parezco gracioso?» fue improvisado por el propio Pesci, que años atrás había visto cómo un mafioso aterrorizaba de la misma manera a uno de sus compadres durante una tranquila conversación de bar.

Little Joe Sure Can Sing! fue el primer álbum de este actor que siempre aspiró a cantante.

Primero con Tommy DeVito en Uno de los nuestros, y más tarde con Nicky Santoro en Casino, Pesci supuso el punto de inflexión del mundo de «si lo quieres, cógelo tú mismo» que planteaba Scorsese en ambas obras. Ambientes sumamente atractivos, tan amables como cenar en casa de una madre, que coexistían con tareas como lidiar con cadáveres frescos en el maletero o pedir disculpas por «haber manchado el suelo de sangre». Pesci consiguió ser la imagen de ese reverso tenebroso, sin llegar a rozar en ningún momento la parodia, haciendo totalmente verosímil que tal psicopatía y tanto cachondeo pudieran realmente formar parte de un mismo un hombre.

Esa naturalidad y ese carisma singular de los que hizo gala allá por los noventa le valió su primer premio de la Academia, además de la posición idónea para flexibilizar su carrera en direcciones a priori similares, pero con destinos sutilmente distintos. De esta manera, surgió de él aquel ladrón del brillante diente de oro que sufría las trampas preparadas a mala leche por el joven Macaulay Culkin cuando estaba Solo en casa (Chris Columbus, 1990). Consiguiendo un villano muy clásico, al estilo de los de los Looney Tunes, en el que ya solo su físico, bajito y rechoncho, contrapunto del de su escuálido compinche, suponían la caricatura perfecta para hacer comedia. Un terreno que, si bien lo abordaba de forma tangencial en sus películas, llegó también a trabajarlo de manera directa en cintas como Arma Letal 2 (Richard Donner, 1989) y sus dos posteriores secuelas, con un personaje tan irritantemente bocazas como el de Leo Getz y sus cargantes «ok, ok, ok» inspirados, según el propio Pesci, en la manera de hablar de los empleados de Disneyworld. Porque realmente, la faceta afable de este actor es también un grato terreno que explotar y no tiene por qué estar reñida con sus malas pulgas, tal y como sabía Jonathan Lynn cuando le ofreció el papel protagonista de Mi Primo Vinny (1992), una película entrañable en la que Pesci pudo interpretar a su clásico italoamericano de modales callejeros, pero desde una perspectiva más capriana en la que primaba sobre todo su buen corazón. Además, este papel le sirvió de excusa para retomar su mayor pasión, cuando, bajo el nombre de Vincent Gambini, su personaje en la película, grabó su segundo álbum titulado Vincent Laguardia Gambini Sings Just For You (1998). Aunque su recibimiento, nuevamente, no fue el que él hubiera deseado.

Cansado, quizás tanto de sus fracasos como de sus éxitos, Joe Pesci decidió retirarse de la interpretación allá por 1999, tras diez prolíficos años en los que se ganó a pulso el resto de su vida que por fin podría dedicar, enteramente y como siempre quiso, al calor íntimo y acogedor del micrófono. Y aunque así ha sido hasta el momento, como demuestra el título, directo y afirmativo, de su último álbum Pesci… Still Singin (2019), a toda norma siempre hay una excepción y para suerte de muchos, en este caso también la hay.

Como favor exclusivamente personal a los amigos que en su momento le dieron a conocer al mundo, Pesci accedió recientemente a formar parte de El irlandés (2019), esa carta de despedida, profunda y reflexiva, por parte de Martin Scorsese a todo un tipo de cine al que ha dado vida, cediendo gran parte de la suya. La ocasión, que ya de primeras reunía a viejos camaradas como Robert De Niro, Al Pacino o Harvey Keitel, nunca fue moco de pavo, pero aun así, el director de gruesas cejas sabía que si hacía regresar a Pesci tras las cámaras tenía que ser para algo especial. Así, Russel Buffalino, el personaje que se le ofreció, requería de unas tonalidades muy alejadas de la brocha gorda pero certera con la que Pesci solía definir a sus clásicos gánsteres. A base de gestos como compartir el pan con un amigo o decir claramente que las cosas «son como son», este intérprete consiguió, nuevamente de manera muy natural, moverse hacia unos terrenos profundamente sabios y discretos que, según Scorsese, a Joe siempre le habían estado llamando. En definitiva, no conviene subestimar a este hombre. Bien lo saben sus allegados como lo intuyen quienes han tenido un leve contacto con él. Que Joe Pesci es de esas personas que sin duda deslumbran por sus cartas en juego pero que, a la vez, ocultan muchas otras en la manga. Solo por si acaso. Solo por si se da la ocasión de usarlas. De demostrar que en esta vida no todo son apuestas seguras y que el pez chico también puede comerse al grande. Porque realmente a eso se dedica. Así funciona él.

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