Quien haya escuchado The Age of Adz (Asthmatic Kitty, 2010) sabrá que Sufjan Stevens engañó a todo el mundo con el primer tema del álbum: Futile Devices. Lo que parecía la introducción a un disco de folk íntimo que recordase a sus álbumes Seven Swans (Sounds Familyre, 2004) o Illinois (Asthmatic Kitty, 2005) no es más que un espejismo, y el oyente se da de bruces con un disco electrónico de vanguardia que recuerda a uno de sus primeros trabajos: Enjoy Your Rabbit (Asthmatic Kitty, 2001), si bien es cierto que en el álbum del 2010 Stevens no abusa en demasía de la experimentación, como sí ocurre en el del año 2001.
Pues bien, en el reciente trabajo publicado a los albores del presente otoño por el de Detroit y que lleva por nombre The Ascension (Asthmatic Kitty, 2020), no hay lugar para engaños o trucos. Desde el primer momento y con el tema que abre el álbum, Make Me An Offer I Cannot Refuse, nos damos cuenta de que estamos ante un disco de música electrónica. A lo largo de los quince temas que componen el álbum, este sonido electrónico y que es la base central del trabajo, va bailando y conectando con texturas y ambientes propios de otros estilos. El sonido más pop que jamás se haya escuchado en un disco de Stevens lo encontramos aquí, y temas como Video Game son un claro ejemplo de ello, recordando esta misma pieza a los Depeche Mode más noventeros. No piense el oyente que la primera frase de dicha canción —«I don’t wanna be your personal jesus»— es una mera coincidencia. Se perciben también reminiscencias a los New Order más rockeros dentro de la electrónica que les caracteriza en temas como Ativan o Ursa Major. Stevens, sin dejar de ser original, ha bebido mucho en este último trabajo de la electrónica de los 80, pero también de músicos como Aphex Twin. Sin la menor intención de comparar, sino más bien de servir a modo de guía para el lector de la presente reseña, podemos decir que este último trabajo de Stevens gustará a aquel oyente al que le guste la segunda parte de la obra de Bon Iver. Para los amantes de los dos primeros discos de este músico, recomendamos el magnífico Carrie & Lowell (Asthmatic Kitty, 2015), el mejor álbum de Sufjan Stevens.
Al hablar de Stevens, hablamos de un músico excelso en varios aspectos, y uno de ellos es la capacidad que tiene de crear atmósferas únicas y completamente aislantes de todo mundo exterior.
Al hablar de Stevens, hablamos de un músico excelso en varios aspectos, y uno de ellos es la capacidad que tiene de crear atmósferas únicas y completamente aislantes de todo mundo exterior; algo así como pequeños atolones de música y sentimientos. En The Ascension podemos distinguir tres atmósferas diferentes consecutivas. En la primera de ellas, Stevens nos presenta su trabajo de cara, nos habla de amor y nos sumerge en un misticismo sonoro electrónico cercano al ya mencionado The Age of Adz. Finalmente, dentro de esta atmósfera primera, nos dice que lo que quiere es «morir feliz», en un tema —el sexto del largo— que se titula Die Happy y en el cual repite una y otra vez la frase «I wanna die happy»: esta es toda la letra de la canción. En el segundo tramo del álbum —la segunda atmósfera, si se quiere—, nos encontramos con canciones mucho más complejas y podemos llegar a pensar —no sin razón— que quizás Stevens se ha pasado de frenada y ha insuflado de florituras innecesarias temas que con menos, serían más. Es el caso de cortes como Gilgamesh, Death Star o Goodbye To All That, que para más inri, vienen en el disco uno detrás de otro. Es esta una parte del largo que se hace especialmente poco accesible, y en la que el oyente se ve tentado de pulsar el botón de «siguiente». No culpamos a nadie.
Superada esta segunda atmósfera del disco, nos encontramos con la última y acaso la mejor. Vienen seguidas Sugar, The Ascension y America, tres temas que, dentro de la electrónica que los caracteriza, son los que más pueden llegar a recordarnos a su obra mayor: Carrie & Lowell. Los oídos más agudos serán capaces de encontrar aquí referencias al Echoes de Pink Floyd (muy hacia el final del tema America).
La voz de Stevens gana importancia en este tramo final y, como si de un puzle se tratase, estas tres últimas canciones terminan de encajar en un todo que termina de adquirir un sentido completo. Siempre es de agradecer que un artista se vacíe y se desahogue en sus composiciones; que sea honesto con él mismo y con el público, y esto es algo que no se le puede reprochar a Sufjan Stevens, pues tanto sus sonidos como sus letras, mejores o peores, vienen directamente desde su corazón, y eso se nota. En este caso, la parte más íntima del LP la encontramos al final. Resulta, como poco, desconcertante, que un creyente —o ex creyente— como Stevens nos confiese en el último corte del álbum que ha dejado de creer: «I am ashamed to admit I no longer believe».
Sin duda alguna estamos ante un álbum que, con sus defectos, merece la pena ser escuchado y valorado como un trabajo honesto y poderoso. A través de un sentimiento de desencanto —tanto espiritual como con Estados Unidos— que se termina de descubrir hacia el final del álbum, se podría decir que Sufjan Stevens ha alcanzado su particular ascensión.