Revista Cintilatio

Reseña | El silencio, de Don DeLillo

Literatura para el fin de los tiempos
El silencio, de Don DeLillo
El aclamado autor estadounidense regresa con una novela en la que especula sobre un apagón digital que deja todas las pantallas electrónicas en negro en una profunda reflexión sobre el colapso y nuestra insana relación con las tecnologías de la información.
Por Pepe Tesoro x | 13 noviembre, 2020 | Tiempo de lectura: 3 minutos

Año 2022. Cinco amigos quedan para ver la Super Bowl cuando un repentino apagón tecnológico torna todas las pantallas del mundo en negro. Sumidos de súbito en el silencio digital, los diferentes personajes reflexionan desorientados cómo han reaccionar en un mundo enteramente nuevo. Este es el planteamiento de la última novela de Don DeLillo, renombrado autor norteamericano convertido ya en un clásico de la literatura mundial, considerado por todos como uno de los profetas más precisos y sombríos de nuestros tiempos.

Desde el éxito de su monumental Submundo, allá por 1997, DeLillo se ha dedicado a escribir novelas cada vez más cortas y concisas, pero también más directas y afiladas. Siempre al borde de los acontecimientos más cortantes de nuestra era, desde el asesinato de Kennedy al 11 de Septiembre, el autor se ha mostrado fiel a sus obsesiones habituales con los espacios más extraordinarios y oscuros del progreso humano, desde las tecnologías de la inmortalidad a las ramificaciones invisibles del complejo militar-industrial. En El silencio es la omniabarcante influencia de la imagen digital lo que capta su atención, y en la diversidad de reacciones del mundo ante el fin de la pantalla total centra las especulaciones místicas a las que nos tiene acostumbrados.

El silencio es en resumen una actualización de las viejas temáticas de la obra de DeLillo a la era de la creciente esfera de la información. Con primacía regresa la obsesión del autor con los nombres, palabras y otros signos, que toman posesión de sus personajes hasta convertirlos en meras máquinas automáticas de reproducción de discurso, o de retransmisión de señales remotas. Abocados al repentino fin de la era digital, los protagonistas de El silencio luchan con dificultad por redefinir sus precarias identidades, implicándose en la conversación con los demás como nunca antes lo habían hecho, tratando de ajustar su atención deformada por la era de las pantallas a un mundo de apagón tecnológico.

Pero por lo demás, muchos podrían acusar al autor norteamericano de ventrílocuo déspota que implanta en unos personajes poco definidos sus fetiches particulares y sus crípticas anunciaciones apocalípticas. Por supuesto, solo si aceptamos que esto es básicamente lo que hace DeLillo en casi todas sus novelas, podremos empezar a entender la deferencia particular que demuestra por cada personaje y situación, y a apreciar esta obra en oposición a otros de sus relatos, más certeros y quizás más ajustados a su tiempo.

El silencio resulta un sorprendente recuerdo de que el colapso no es una cuestión puntual, sino un proceso gradual que se expresa en muchos colapsos puntuales.

Las críticas han afeado al libro parecer un poco más cansado de lo habitual, y un tanto desfasado al haber sido escrito antes de la pandemia de la COVID-19. Sin embargo, sin quizás haberlo querido, El silencio resulta un sorprendente recuerdo de que el colapso no es una cuestión puntual, sino un proceso gradual que se expresa en muchos colapsos puntuales, tanto el de una pandemia global como el de un apagón digital. En un mundo de intoxicación informativa y paranoia mediatizada como el que vivimos, el misticismo alucinado y la frialdad casi inhumana de los personajes y los escenarios de DeLillo nos proporcionan paradójicamente un dulce contraste de tranquilidad y sosiego, un flujo poético de palabras tanto en la forma de una literatura del fin de los tiempos como un antídoto contra la vorágine del ruido informativo.

Afectado por un delicado estado de salud, Don DeLillo ha comentado públicamente que sospecha que El silencio será su última novela. Por ello no resulta de extrañar, ni tampoco es algo a reprochar, que sea una novela un tanto cansada, el producto de un autor exhausto que pese a todo puede decir con orgullo que ha mantenido el tipo hasta el final, tras una extraordinaria trayectoria de una obra maestra tras otra. El silencio puede resultar un último capítulo un tanto amargo, pero digno de la condición terminal de nuestro mundo, como tristemente también de nuestro querido profeta estadounidense.